Sueño inalcanzable (relato de ciencia ficción) IX
Hoy les traigo la novena parte de Sueño inalcanzable. Como siempre, dejo el índice de los anteriores relatos, por la relación que guardan con este, el cual será el último del conjunto. Pretende ser una historia de ciencia ficción sobre un mundo en decadencia donde lo impensable puede pasar. Nuestro protagonista, poseedor del don de la telequinesis, desea escapar de ese mundo junto con su familia, y para ello lleva a cabo un plan muy arriesgado.
La coraza indestructible:
Laia y el lago de la vida:
Hacia el horizonte:
Parte I, parte II, parte III, parte IV, parte V, parte VI, parte VII.
Partes anteriores de este relato
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Parte IX
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—¿En serio pensabas robar el banco con estos simples juguetes? —dije a Elton. Luego me encaminé hacia los cajeros, hice que la ametralladora apuntara al alto techo y lancé una ráfaga de balas para llamar la atención. Algunas mujeres gritaron.
Un par de trabajadores se asomaron, llevándose su sorpresa al visualizar los artefactos flotando sobre mí. Regresaron a su zona segura. Me sentí mal por causar terror a unos desconocidos. Pero debía continuar, era el último intento por alcanzar nuestra meta; si lo lográbamos, el sueño de nuestro padre podría hacerse realidad, habríamos mejorado nuestras vidas a base de esfuerzo. Las imágenes de Zara girando alrededor de mí daban énfasis a ello, la importancia de este evento. Sus miradas inspiraban en mí un anhelo desesperante.
—Qué arrogancia la tuya —replicó Elton a mis espaldas—. Ustedes no eran los únicos en este proyecto, había más personas, ofreciendo sus capacidades y herramientas. Al final se acobardaron; otros fueron asesinados.
»Por cierto, recuérdame darte una bofetada la próxima vez que planeemos algo arriesgado. Pudimos habernos estrellado por culpa de tu falta de atención.
Me detuve al lado de la puerta que daba acceso a los cajeros. Miré atrás. Elton y mis hermanos llegaron unos segundos luego.
—No volverá a pasar, lo prometo —dije—. Que Fernán vaya contigo. Amelio estará más seguro aquí.
Nadie protestó. Amelio se paró a mi lado. Los otros dos atravesaron la puerta, la cual no tenía seguro. Adentro se oyeron algunas súplicas, a las que Elton respondía espetando: ¡Calla! A otra persona, a base de gritos, la obligó a acompañarle a la bóveda. Luego se fueron alejando las pisadas del pequeño grupo. La sala quedó en calma tras el sonido de una puerta abriéndose y cerrándose. Miré a Amelio; lo descubrí demostrando algo de temor ante mi imagen. Se me hacía inusual verlo así. Un niño tan salvaje, tan extraño, cuyos instintos estaban equilibrados con su raciocinio, sólo podía ser intimidado por algo que fuese realmente peligroso. Eso decía mucho de mí.
—Falta poco para que podamos vivir donde debemos —le dije sonriendo.
—Je, yo sólo estoy aquí porque tu papá me dijo que no los abandonara —replicó él—. Me gustaba lo que hacía. No entiendo muchas cosas de los adultos.
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Amelio sostenía el revólver con firmeza. El cañón apuntaba al piso. Como siempre, seguía sorprendiéndome su manera de tomarse las cosas. Me extrañaba que no tuviera esa aura multicolor que poseía Elton, ya que la mayoría de quienes pude ver emitiendo aquella luz, siempre eran excepcionales. En el fondo sentí que mi capacidad de mover objetos se tornaba ridícula frente a su autocontrol.
Volví mis ojos hacia el frente, donde se encontraba el gran agujero, y noté que uno de los guardias estaba de pie, cojeando, hablando a través de un radio comunicador. Quizá era demasiado tarde para hacer algo al respecto, pero debía romper el contacto que estaba haciendo con los refuerzos. Le arranqué el aparato de la mano y lo volví a lanzar lejos; esta vez dio contra el vidrio del mostrador de la tienda de enfrente. Los cristales rotos volaron por doquier. Entonces, en la distancia, empezaron a oírse sirenas. El tiempo se estaba acabando. Pero ya me sentía con la suficiente capacidad para enfrentar un ejército.
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—Vince, viene la policía. Vámonos; ellos son muy malos —dijo Amelio, sujetándome de la manga de mi desvencijada camiseta.
Si él lo decía, debía ser cierto. Que se hubiese enfrentado a la crueldad de la decadente civilización sin quejarse era prueba suficiente. Barajé las opciones, puesto que Elton se estaba tardando. Quizá no encontraba lo que buscaba, quizá me vería obligado a abandonarlos.
Se oyó una puerta abrirse, seguido de unos pasos apresurados. Posteriormente Elton y Fernán salieron de la zona de los cajeros. Mi hermano cargaba las dos armas; su acompañante traía en manos un aparato verde, grande y plano, como una pantalla pero lleno de botones con indicaciones escritas en jeroglíficos desconocidos. Al menos eso fue lo que pude detallar pues el hombre se movía demasiado en su caminar.
—Vámonos —dijo Elton sin detenerse—. Alguien activó la alarma cuando entramos.
Nos desplazamos al interior de la nave lo más rápido que pudimos. Me sentí aliviado de que la operación hubiese resultado sencilla; no estaba tan cansado como cuando fuimos a hurtar el transporte. De hecho, ya que mi habilidad y fuerza iban en aumento, detener o sostener la misma máquina por un rato no significaba mucho esfuerzo.
Una vez en el asiento del copiloto, vi cómo Elton giraba la llave para encender la máquina. Las luces en las pantallas eran opacas, el aire acondicionado no funcionaba muy bien. Como hice con anterioridad, me encargué de solventar el problema. La nave se elevó un poco, giramos. Nos encontramos de frente con la salida abierta por el puño invisible. Debido al aislamiento al que estábamos sometidos, las sirenas se oían apagadas, pero de todas formas se notaba que estaban cada vez más cerca.
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Justo cuando nos pusimos en marcha, varios vehículos se detuvieron en medio de la calle, tratando de cerrarnos el paso. Eran modelos deportivos de color blanco, todoterreno, considerablemente grandes. Los bombillos rojo y azul cubrían la mitad de sus techos. Eran imponentes, pero no lo suficiente como para detenernos. En un instante, dos de ellos se volcaron sin razón aparente, de manera que pudimos salir. Logramos elevarnos. Un par de disparos silenciosos pasaron por un lado de nosotros a gran velocidad, dejando unas estelas verdosas que desaparecieron en segundos. Se sintió un impacto en la parte trasera. Elton maniobró para esquivar otros tantos, guiado por las pantallas del tablero.
—Da la vuelta —dije.
—¿Para qué? —preguntó él.
—Sólo hazlo. Ya verás.
De mala gana, hizo caso. Giramos en una pronunciada curva, siendo rozados por numerosos disparos. A través del parabrisas, vi las edificaciones pasar a gran velocidad hacia la derecha. Extendí un brazo al frente, preparado. Esperé, esperé. Cuando por fin estuvo ante mí la calle donde se encontraban los policías, junté todas las fuerzas que tenía e hice estallar los vehículos. El estruendo llegó hasta nosotros apagado. Los hombres volaron, quizá alguno murió, no lo supe; pero al menos el ataque cesó. Con cierta dificultad, me concentré de nuevo en apoyar el vuelo de la nave, la cual estuvo a punto de caer en picado. De inmediato, retomamos el rumbo.
—No imaginé que fueses a hacer tal cosa —dijo Elton con asombro, por encima de los vítores de Amelio, quien estaba muy emocionado por el espectáculo.
—Debemos lograrlo, debemos llegar al otro lado del puente —fue lo único que pude responder.
Por lo visto, los refuerzos no poseían naves, aunque no podíamos confiarnos en que luego no apareciera alguna.
De momento, habíamos triunfado. La cara sonriente de Zara a mi lado parecía celebrarlo. Dejé que las armas cayeran a mis pies y me concentré solamente en ayudar al impulso de nuestro transporte. La dirección que tomamos ahora era el norte, cada vez más cerca de la señal que permitía que los motores encendieran.
—¡Tengo hambre! —anunció Amelio a mis espaldas.
A mi lado, Elton sostenía el volante con una mano, totalmente despreocupado, mientras revisaba con la otra el aparato que sacó del banco, el cual reposaba en su regazo. Soltó un comentario sobre lo importante de ahorrar el alimento, recalcando que aunque parecía que ya no quedaba mucho por hacer, el viaje al puente sería largo y, además, recapituló el hecho de que ya habíamos comido. Me hizo sentir extraño, pues mi estado de trance borró dicho recuerdo. Claro, no había pasado por alto que mi sed y hambre desaparecieran como por arte de magia, pero de igual modo era curioso. Un momento después, me fijé en el aparato. Parecía algo que uno se encontraría en una excavación arqueológica, un artefacto usado por culturas antiguas. Los botones tenían formas de romboides y sus símbolos eran desconocidos para mí, ni siquiera se me hacían semejantes a algo que hubiera visto. Por otro lado, en el centro había un espacio circular, donde asomaba una rara pieza, como la boca del cañón de un arma. Todo aquello se me hizo demasiado anormal. ¿Cómo íbamos a emplearlo? ¿Tenía alguna utilidad realmente?
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—¿Qué se supone que es eso? —pregunté.
Los dedos de Elton no dejaron de moverse de un botón a otro. Sin mirarme, empezó a explicar:
—Por si no lo sabes, las puertas del puente que conecta nuestros mundos están cerradas. Esta cosa nos ayudará a penetrar el sistema de seguridad y tomar el control; así podremos abrirlas. Pasaremos al otro lado sin problemas.
»Hace mucho tiempo, alquilé una caja de seguridad en ese banco para resguardar mi creación, pero luego que decidieran quedarse con el dinero de todos y sus pertenencias, pues no tuve más acceso.
—Entonces, ¿es tu creación? Es decir, ¿has planeado esto desde hace tanto?
—No. Antes era un aficionado de la programación, pero no era tan bueno. Un amigo mío y yo quisimos inventar algo que pudiera penetrar todo tipo de sistemas. Ese amigo fue la mente maestra, así que sólo me estoy aprovechando de los hechos.
Me le quedé mirando un instante sin replicar. En ese momento pasábamos por encima de un pequeño botadero de basura, donde reinaba el color negro de las bolsas especiales, que abarcaba varias hectáreas; nos estábamos yendo por otra ruta, puesto que la usada para ir al banco no era recta con respecto al norte.
—¿Y cómo le haces para configurar eso sin una pantalla? —inquirí.
—No estoy configurando aún. Esto es la clave de acceso. Y no necesito pantalla.
Luego de soltar esas palabras, el círculo en el centro del aparato emitió un ruido parecido a un chasquido, antes de empezar a brillar. A continuación, una imagen emergió de allí, una imagen en tres dimensiones. Era la representación de dos esferas azuladas, conectadas a través de un conducto que recordaba a un cordón umbilical. No había duda, se trataba de los dos planetas que convivían demasiado cerca pero sin chocar, sostenidos por fuerzas que hasta ahora eran desconocidas. Eran sus polos norte los que estaban conectados por el puente.
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—¿Un holograma? Asombroso. Esa cosa debe hacer muchas maravillas —dije, emocionado.
Elton seguía moviendo sus dedos con velocidad. A medida que lo hacía, iban apareciendo símbolos y números alrededor de las esferas.
Mi emoción se transfiguró en sospecha. La historia que me contó era demasiado escueta para ser cierta. Inverosímil. ¿Cómo un aparato así, capaz de penetrar “cualquier” sistema de seguridad, fue creado por dos personas? Mejor dicho, fue creado por una persona.
—Elton, ¿estás seguro que eso sirve para algo? —dije, con tono serio.
Él levantó la vista, entonces su expresión me comunicó que entendía lo que pasaba por mi mente. Dejó de teclear, suspiró y dijo:
—¿Te gustaría saber algunos secretos bien guardados de este mundo? Bueno, de ambos mundos. —Una leve sonrisa acompañó la última frase.
Continuará...
Excelente amigo, felicidades, inigualables tus historias
@matutesantiago93 eres un crack sigue con tu escritura mi amigo
Gracias. Ya está la siguiente parte. Será todo por esta semana, pues tengo que preparar bien el final