Hacia el horizonte (relato) primera parte

in #spanish7 years ago


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Días atrás, se conoció la noticia del hallazgo de un cadáver en avanzado estado de descomposición. Los informes forenses arrojaron datos absurdos; ningún cuerpo podía pasarse poco más de dos días en el suelo y presentar los rasgos de una momia reseca. La ciencia lo negaba y los investigadores no encontraron nombre para el incidente. ¿Se trataba de un accidente o un asesinato? En menos de una semana, la historia se hizo viral, en contraposición con los esfuerzos por mantenerlo en secreto.
El inspector Ángel Aguilar recibió la orden de acudir a la escena del descubrimiento de nuevos cadáveres, a tan solo cincuenta kilómetros del anterior. Aquello empezaba a adquirir tintes de un posible crimen, y no porque de repente, en algún desesperado intento por adivinar una explicación, se decidiera elegir dicho camino, el camino de las conspiraciones, sino por las pistas encontradas.
Mientras por su cabeza rondaban esos pensamientos, su coche patrulla se movilizaba por una carretera en línea recta, en una llanura cubierta por pasto verde. Faltaba poco para llegar. Minutos luego estacionó en la entrada de un camino empedrado. La zona estaba acordonada; no había espacio para adentrarse más con todos esos vehículos policiales aglomerados. Se apeó y escudriñó lo que se gestaba. Sobre un suelo arenoso se erguía una vieja casa de estilo sencillo, de las que compraría la gente de clase media baja. Varios funcionarios de la policía científica caminaban de aquí para allá, hablando unos con otros; no había señales de alguna víctima aún. Al sur, un bosquecillo se extendía sobre varias hectáreas. Notó que algunos de sus compañeros se adentraban en él.
En cuanto se supo con suficiente información visual, levantó la cinta que rezaba Área restringida, NO PASE y se encaminó hacia la casa. Esa tarde el sol no tenía ninguna nube que le ocultara; el calor amenazaba con incinerarlos. Saludando a cada uno de los camaradas que se topaba, llegó al pórtico, a salvo de los rayos ultravioleta, y echó una ojeada a través de la puerta principal a la sala de estar. Un funcionario, con el rostro oculto tras la mascarilla y las manos cubiertas por guantes de látex, colocaba una pequeña señal con un número ocho en el piso, al lado de lo que parecía ser un zapato deportivo rosa. En lo que este lo vio, se enderezó y caminó hacia donde estaba, quitándose con cuidado la mascarilla.


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—Inspector —se dirigió con respeto a él—. Llega a tiempo.
Ángel le quiso estrechar la mano, pero el otro levantó ambas a la altura de los hombros como para que se fijara bien en la presencia de los guantes. El inspector se llevó la susodicha mano al bolsillo del pantalón.
—Cuéntame, ¿cómo está la situación? —dijo.
—Esta vez son dos mujeres, exactamente igual que aquel pobre hombre. Hay una en el patio trasero y la otra está en uno de los dormitorios.
—¿Y qué hay en el bosque? Veo que algunos están metidos allá.
—Es una de las pruebas de que se trata de algo más que un accidente. Hay un árbol cortado de tajo.
—Pudo haberlo hecho cualquiera. No necesariamente tiene que ver con lo que hay aquí.
—Está podrido de alguna forma, por eso lo tomamos en cuenta. Se ennegreció.
—Vaya, eso sí que es raro. Va a ser un verdadero problema encontrarle el sentido. Pero no es prueba suficiente para anunciarlo como un asesinato.
—Pues acabo de decir que es sólo una de las pruebas. Tal vez debería asomarse al cuarto.
—No creo que sea buena idea, a sabiendas de que podría contaminar la escena.
—Ya todo está contaminado allí.
En la voz del hombre había un matiz sombrío que inquietó al inspector. No quiso discutir. Mientras el funcionario se apartaba para dejarle el camino libre, trató de prepararse psicológicamente para lo que sea que le esperase en el interior de la alcoba. Sus pasos le parecieron cada vez más ruidosos a medida que se adentraba en la sala de estar. Se encontró con tres puertas en la pared norte del recinto: a los lados, las de los dormitorios, y en el medio la del baño. La única abierta era la que ocupaba el lado izquierdo. A través de ella lo vio todo, sin necesidad de irrumpir, era algo que quizá recordaría cuando intentase dormir esa noche, y la siguiente, y la siguiente.
Las camas estaban desarregladas, sus sábanas manchadas con una sustancia negra muy extraña. Ya el hedor le acuchillaba el olfato cuando empezó a detallar lo demás. Había tres maletas destruidas con su contenido esparcido por el piso; la mayoría de los objetos con su respectivo número, colocados por el hombre de la mascarilla. Y al fondo, en una pared salpicada de la misma cosa negra, reparó en el cuerpo que buscaba. Una mujer, una momia, cuya ropa compartía el color de la podredumbre. Sus cabellos resecos tiraban al gris, y se desparramaban sobre su cuerpo flacucho, tan largos que le llegaban a las rodillas. No había ojos en las cuencas; la expresión del rostro era de terror. Alguien la clavó con unos objetos filosos largos de color gris que no reconocía, atravesándola en las muñecas, las pantorrillas, el abdomen y el cuello. Sus brazos se encontraban extendidos, sus tobillos entrecruzados; la misma posición de un crucificado, rígida contra el muro. El fotógrafo estaba allí, registrando con su cámara cada indicio.
El inspector se dio la vuelta y salió de regreso al pórtico. Tenía náuseas. Se sostuvo de la pared con dificultad, como si estuviese mareado, aunque no era el caso. El hombre de la mascarilla lo observaba con seriedad. Era joven, de unos veintitantos años, pero parecía muy maduro.
—¿Notó lo extraño? —le preguntó.
—¿A cuál de todas las cosas raras se refiere? —respondió el inspector.
—Su rostro. Esta es la única que conserva una expresión. Los otros no daban la impresión de haber sufrido.
Ángel Aguilar lo miró a los ojos. Alrededor, los otros oficiales estaban atentos a la conversación. No le interesaba llevar aquello a lo subjetivo, no deseaba alimentar lo que podría convertirse en una historia de miedo para contar en las noches; su trabajo era buscar respuestas lógicas y explicar los hechos.
—Quizá es porque la crucificaron —dijo—. No te devanes los sesos. Ya queda claro que se trata de un asesinato. Es lo que se buscaba.


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Continuará...

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