Hacia el horizonte (relato) 3a parte

in #spanish7 years ago

I parte, II parte

La travesía de Amparo y Eleazar como pareja se emprendió mucho tiempo atrás, en los albores de sus vidas, siendo aún adolescentes. Ella era una chica sensible, muy educada, hija de un notable hacendado cuyas tierras se extendían por varios kilómetros. Él no era tan educado, pero sus padres también eran ricos. Se conocieron en el colegio al que fueron enviados, en la ciudad, lejos de las costumbres del llano. Los hechos que los llevaron a estar juntos no fueron nada sobresalientes, no tuvieron un romance secreto ni se fugaron a citas no planeadas. Nadie se les opuso cuando los vieron caminar juntos por los pasillos de la institución, casi rozándose sus hombros. La gente se limitaba a aseverar lo hermosa que resultaba su unión. Y aunque a simple vista pareció que la gran mayoría coincidía con la verdad, la realidad era relativamente diferente.
Amparo era una de las jóvenes más hermosas de la ciudad. Su cabello oscuro siempre iba recogido de forma elegante en un moño, en unas coletas o una larga trenza, pero nunca se lo dejaba suelto. Tenía unos ojos café que cambiaban de tono constantemente, con los que podía lanzar la mirada más mortífera o la más amable. Su complexión era delicada pero no débil, lo que hacía notar que en el futuro sería una mujer aún más hermosa. Su cortesía al hablar era envidiable, con buenos modales, siempre a la orden de ayudar a quien lo necesitase. Casi todo el día se la pasaba estudiando, sin prestarle atención a las actividades que por esas épocas divertían a los muchachos, a menos que se tratase de alguna de las pocas celebraciones grandes adonde asistía toda la escuela.


Fuente

Las amigas que tenía, con quienes compartía cuarto, la acompañaban a todas partes; le ayudaban a estudiar, a terminar todos los deberes, para así disponer de tiempo para charlar, pero casi nunca lograban desocuparla. No obstante, no la abandonaban. A veces caminaban por los senderos del patio, a la luz del sol de la mañana, leyendo poesía o recitando la vida de los próceres como si fueran cuentos de hadas. Por la noche estudiaban las matemáticas y todas las ciencias que se relacionaban con cálculos. Y quedaban, al final, totalmente agotadas, preguntándose por qué tenían que esforzarse tanto mientras que los demás estaban divirtiéndose. Pero a la hora de los exámenes, se daban cuenta de que había valido la pena.
Contando a Amparo, el grupito de chicas estudiosas estaba conformado por cuatro. Irene, una muchacha regordeta de cabellos castaño claro; Cecilia, la joven delgada, risueña, cuyas energías nunca parecían acabarse, y Antonieta, la mayor de todas, la menos carismática, que reservaba sus sonrisas sólo para sus amigas; todas ellas completaban el conjunto. Su combinación era perfecta, pues cada una poseía una cualidad que las otras no tenían, lo cual las convertía en las mejores estudiantes en muchos kilómetros al cuadrado.
Amparo era feliz, y siempre lo fue. De vez en cuando escribía en su diario cuáles eran sus sueños para los años venideros. Lo que más anhelaba era viajar por el mundo, conocer las diferentes culturas arraigadas en las sociedades extranjeras, y aprender de ellas para, al final de su trayecto, poder escribir un libro novelesco con toda la información obtenida. Deseaba, además, crear una fundación para ayudar a combatir la pobreza, pero no de la misma forma que otras fundaciones, sino de un modo que cambiara la manera de pensar de mucha gente. En efecto, ella no conocía el mal ni el dolor, pero se lo imaginaba y no quería ver a tantas personas en aquellas situaciones miserables, a diferencia de su padre, a quien le era indiferente lo que le sucediera a los demás, con tal que su familia tuviera mucho dinero de sobra.
Eleazar era, en contraste, algo rebelde, desapegado a las reglas y por tanto problemático. Empero, por extrañas razones que no entendía, Amparo lograba aplacar toda esa fuerza antisocial, Amparo proyectaba sobre él un aura que lo mantenía a raya. Ella era su complemento y a la vez su punto débil. Sus miradas lo intimidaban a veces; otras, simplemente lo hipnotizaban, lo calmaban.
Provenía de una familia disfuncional, llena de complicaciones, peleas que casi siempre se asociaban con el dinero. Pero su rebeldía no se debía a falta de atención, no importaba cuánto lo pareciera. Lo único que deseaba cuando rompía ventanas de casas ajenas, cuando se dejaba atrapar robando o cuando formaba alguna pelea callejera, era que sus padres volvieran a unirse, que se dejaran de estupideces. Y allí estaba el meollo del asunto; no iba a poder solucionar problemas creando más. Desde que llegó a la institución se la pasaba solo; no entablaba conversación con nadie, parecía hallarse sumido en su propio mundo de distracciones. Era buen estudiante, en nivel medio; leía todos los días, pero sólo porque estaba consciente de que no tenía otra opción. Sus padres lo enviaron a ese lugar con ayuda de un familiar lejano para deshacerse de él… No era un secreto, se lo dijeron de manera clara y concisa.
Durante casi todo el día estaba absorto, siempre pensando en algo, ya fuera que tuviera que ver con las clases o con la vida pasada en su tierra natal. Varias veces lo habían castigado, pues de vez en cuando causaba un problema; o peleaba o decía algo desagradable. De hecho, fue en uno de sus castigos que Amparo lo conoció.
Debía permanecer unas horas en la biblioteca por haberle dicho «gorda despreciable» a la profesora de literatura. Su tarea era leer hasta las diez de la noche, antes de ordenar el lugar como si del obrero se tratase. La señora Clara, la bibliotecaria, lo vigilaba todo el rato. Pero nadie en esa escuela era tan obsesivo como para abandonar sus actividades por un solo alumno. La mujer tuvo que ir a atender unos asuntos con el subdirector, ocasión que Eleazar aprovechó para descansar de la aburrida lectura.


Fuente

La biblioteca y toda la escuela habían sido construidas con un diseño neocolonial que tiraba hacia el colonialismo puro; una combinación extraña que llamaba la atención de algunos historiadores de la arquitectura. Era al menos reconfortante para el muchacho saber que no estaban por completo aislados de la sociedad y de vez en cuando observar cómo un hombre vestido de traje se paseaba por los patios tomando notas y algunas fotos. Allí, sentado con ingravidez, absorto en recuerdos, no podía quitar ojo de las lámparas que trataban de imitar a las luminarias antiguas en sus candelabros circulares artificiales, colgando del techo.
Así lo encontró Amparo, quien se acababa de escapar de su dormitorio para buscar un libro que necesitaba. Esa noche llovía copiosamente, por lo que fue inevitable empaparse toda. Dejó un camino de pisadas por el pasillo que conducía a la biblioteca. Una vez que entró, vio al muchacho con las manos tras la cabeza, mal sentado y mirando el techo. La mesilla que ocupaba era la más cercana al mostrador de madera ornamentada donde debía estar la bibliotecaria; esta formaba parte de una larga hilera de otras mesillas que llegaba hasta el fondo del pasillo principal. El resto del salón estaba ocupado por las estanterías repletas de libros, dispuestos por orden alfabético.
Resultó una sorpresa porque habitualmente la señora Clara abandonaba el recinto cerca de las diez, o al menos eso le habían contado a la muchacha, y se esperaba que todo estuviese a oscuras y despejado. Durante los meses que llevaba ahí, acostumbraba a pedir prestados los libros para llevárselos al dormitorio; sin embargo, esta vez se vio obligada a realizar una visita de ese tipo por causa de su apretada agenda escolar, para poder pasar la noche en vigilia a razón de prepararse para un examen programado para la siguiente mañana.
Por más de medio minuto, se quedó inmóvil como una estatua, sin quitarle la mirada de encima al personaje. Él, en cambio, la ojeó brevemente con indiferencia y siguió observando el techo como si nada. A continuación, ella se encaminó con cautela a las estanterías, lo más alejada posible del chico. Llevaba su ropa de dormir, así que estaba segura de que el agua de la lluvia la había tornado translúcida. Cuando quedó oculta tras los libros, se sintió más tranquila; apuró el paso para llegar al final del pequeño pasillo que se formaba entre estantes. Tomó un libro titulado Introducción a la lógica, se giró y regresó. Esta vez, el muchacho había posado las manos sobre la mesa de madera oscura, a ambos lados del libro que leía, el cual estaba abierto a pocas páginas del inicio, y la miraba sin expresión. Amparo sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo; entonces se forzó a hablar para romper el incómodo silencio.
—¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? —preguntó, y se estremeció por el sonido de su propia voz. La calma era sobrecogedora, a pesar de que afuera la lluvia y los truenos hacían fiesta; era lo bueno de aquel lugar, pues lo habían construido con toda la intención de aislar el sonido.
—¿Qué haces tú aquí? Esa sería mejor pregunta —dijo él con una voz que denotaba demasiado estoicismo, casi como el mutismo de los libros más viejos de las estanterías.
Amparo tardó en responder. Se dio cuenta que su respiración estaba agitada; inspiró hondo y se serenó. Luego dijo, intentando imitar el tono de su interlocutor:
—Vine por un libro.
—¿Entraste a robar? Al fin alguien hace algo interesante.
—No vine a robar; lo devolveré mañana.
—Oh, bueno. Y… ¿qué es tan importante como para que estés fuera de cama a estas horas?
—Tengo examen de Lógica. —Amparo le mostró la portada del libro. Luego preguntó:— ¿Qué lees tú?
—Me están obligando a leer Romeo y Julieta; ese aburrido drama.
—¿Aburrido? Es muy lindo. Es una de las más grandes obras jamás escritas.
—¿En serio? No sé, me parece que a veces sobrevaloran las cosas ¿Por qué crees que es lindo?
—Bueno…, porque…
—Espera. Será mejor que me lo cuentes mañana —la interrumpió el joven, ladeando la cabeza como si escuchara algo—; la señora Clara volverá pronto.
—Ah…, bien, si eso quieres… Eh… ¿Cómo te llamas? —tartamudeó ella; su voz perdió la lograda seguridad.
—A mí me llaman, la verdad.
—¿Cuál es tu nombre? Eso quise decir.
—Soy Eleazar.
El muchacho extendió la mano para estrechársela. Ella titubeó un momento; luego se acercó y respondió el gesto. Eleazar la miró a los ojos, con lo cual la incomodó bastante. Obedeciendo a sus impulsos, la muchacha quiso evitar el contacto visual fingiendo que le interesaba observar algo en el libro que estaba sobre la mesa. Y fue casi justificado su acto pues se encontró con un curioso y pequeño marca libro sobresaliendo por entre las últimas páginas, cubierto por una única palabra repetida incontables veces en letras rojas muy diminutas. Ajivani, le pareció leer, aunque dudaba de que eso fuera español.
—Mi nombre es Amparo. ¿Dónde te encuentro mañana? —dijo rápidamente mientras le soltaba la mano.
—Durante el almuerzo; yo te encontraré.
—Está bien.¬ —Dio un paso hacia la puerta, pero se detuvo, como si hubiese olvidado algo importante. Entonces lo miró y dijo—: Chao.
Se fue sin volver la vista otra vez. Había sido el encuentro más extraño de su vida; no lograba entender el qué, pero suponía que así tenía que sentirse uno cuando conocía personas realmente misteriosas. Aquella breve mirada la había marcado de alguna forma, tanto que ni siquiera se dio cuenta de la ausencia de lluvia. Cruzó un patio cubierto de grama, adornado por alguno que otro árbol de tallo flacucho; se adentró en una edificación donde se encontraban las aulas de clase más cercanas a los dormitorios, y caminó por el silencioso pasillo que debía recorrer antes de volver al aire libre. Sólo oía sus pasos y su respiración. Sintió escalofríos nuevamente. Pasó por un sendero techado que conducía a los dormitorios de las chicas sin mirar a los lados. No era necesario; a su derecha estaba la estructura de la escuela y a su izquierda se hallaba un valle que prefería apreciar de día.
Cuando llegó al final, se detuvo y miró atrás. Allí estaba la puerta por donde acababa de pasar, sumida en la oscuridad. Era curioso cómo las cosas en la noche resaltaban su lado tenebroso desde lejos; incluso a veces, le parecía distinguir algo moviéndose a través de aquellos pasadizos en tinieblas. En ese momento, estaba segura de que podía vislumbrar a una persona vestida con una túnica negra con caperuza, observándola en sumo silencio, acechándola. Era perturbador. Tal vez influía el sueño que la embargaba… Daba igual; había vivido una experiencia rara, no iba a dejar que sus miedos nocturnos le impidieran pensar en ello. A continuación, fue en busca de su dormitorio, donde la esperaban sus amigas; no aguantaba las ganas de contarles lo sucedido.


Fuente

Continuará...

Coin Marketplace

STEEM 0.18
TRX 0.15
JST 0.029
BTC 63361.04
ETH 2483.47
USDT 1.00
SBD 2.67