Sueño inalcanzable (relato de ciencia ficción) IV

in #spanish7 years ago

Hace poco inicié la publicación de mis relatos, en apariencia independientes unos de otros. Sin embargo, todos suceden en el mismo universo y la mayoría están ligados en ciertos aspectos, de modo que algunos hechos acontecidos en ellos resultarían confusos al no conocerse los otros (por eso el índice incluido luego de este párrafo). Este es el último del conjunto, ahora en su cuarta parte, que pretende ser una historia de ciencia ficción sobre un mundo en decadencia donde lo impensable puede pasar. Nuestro protagonista, poseedor del don de la telequinesis, desea escapar de ese mundo junto con su familia, y para ello lleva a cabo un plan muy arriesgado.

Índice de anteriores relatos

La coraza indestructible:

Parte I, parte II.

Laia y el lago de la vida:

Parte I, parte II.

Hacia el horizonte:

Parte I, parte II, parte III, parte IV, parte V, parte VI, parte VII.

Partes anteriores de este relato

Sueño inalcanzable I - Sueño inalcanzable II - Sueño inalcanzabe III

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Parte IV

—¿Acabas de abrir una cerradura usando sólo el pensamiento? Esa cosa tenía la llave echada —dijo Elton.

—Sí —asentí—. Es algo que llevo desarrollando desde que lo descubrí hace como tres años, cuando cumplía veintitrés. Lo guardé en secreto con mi hermano porque era demasiado raro, pero ahora que me he vuelto tan hábil, se me ocurrió que podía usarlo.

Mientras hablaba, algo bastante peculiar ocurrió. La luz que entraba era poca debido a que la única ventana que había estaba cegada con una cortina gruesa. Sin embargo, pude ver aquello que emanaba del cuerpo de Elton, algo que ya había presenciado antes, cuando pasamos unos días aquí. Una especie de destello multicolor surgía de cada parte del hombre que me miraba asombrado. Para mí ya era normal aquello, pues era mi secreto personal, algo que había notado desde siempre; algunas personas desprendían esos colores, como los de un espectro que sale de un prisma atravesado por un rayo lumínico. Nunca se lo conté a nadie, y la verdad es que no tenía ni idea de por qué sucedía.

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—¿Y cómo lo piensan hacer? —preguntó Elton—. Deben tener un plan para que simplemente con unos trucos quieran atravesar la seguridad de aquel banco.

—Usaremos una de las naves del botadero para transportarnos —respondí.

—Esas naves tienen un sistema de seguridad que te impide encenderlas si las intentas robar.

—Hay una forma, y puedo ayudar con mi mente; así que eso es lo de menos. Por otro lado, cuando entremos al banco será como si tuviéramos un ejército, pues manejaré todas las armas. Luego tú nos ayudarás a buscar la “llave” del puente y huiremos en la nave. Es simple.

Elton me miró un instante, luego regresó cojeando a su colcha. Allí me invadió la curiosidad.

—¿Qué le pasa en el pie?

—Es una herida; empieza a gangrenarse. Por estos lugares es muy peligroso que tengas accidentes. Creo que terminará matándome; ustedes vienen en el momento preciso.

—Ya veo —dije, pensativo.

—En el otro planeta seguro tienen medios para curarme; además, gracias a la ley de inmigración que aprobaron tenemos la posibilidad de vivir en paz si tan sólo burlamos la vigilancia. Qué irónico, ¿no creen? Nos matan de este lado, pero del otro nos protegen. Y pronto eso se acabará, por supuesto; esta oportunidad es única. Sí, definitivamente vienen en el mejor momento.

—No entiendo. ¿A qué se refiere? —inquirió mi hermano.

Elton se removió sobre la colcha para buscar algo que escondía en el rincón que ocupaba, bajo una almohada. Entonces lo extrajo: un pequeño radio antiguo, tal vez utilizado para captar las señales de las emisoras de programas de entretenimiento. Se enderezó en la posición anterior, sosteniendo el aparato en alto y explicó:


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—He estado tratando de captar algunos mensajes que se mandan los soldados que aún circulan nuestras tierras. No logré casi nada, porque este trasto me limita demasiado, pero por lo menos en una de las pocas veces que tuve éxito, un par de voces conversaron en nuestro idioma sobre algo espeluznante. Decían que dentro de tres días, el ejército del Gobierno Progresivo vendrá aquí y acabará con lo que queda de la resistencia. Eso, imagino, nos incluye a nosotros, porque de verdad que nunca hubo una; este planeta se dejó destruir de la manera más estúpida.

—Ehm…, —carraspeó Fernán—. Elton, yo no estudié mucho que digamos en mi vida, pero… me parece que la palabra es "progresista", no "progresivo".

—Ellos se hacen llamar Gobierno Progresivo por alguna razón. —Elton devolvió el radio a su lugar—. No es un término que se use por aquí, ya que nunca se popularizó. Es una traducción literal desde su idioma, pero creo que les queda bien pues sus métodos son muy extraños. Son impredecibles y lo digo en serio; nadie les ha podido ganar una jugada.

—Eso es una mala noticia, sabiendo que lo que pensamos es ganarles en el juego.

—Tenemos un elemento sorpresa —aclaró Elton. De súbito ladeó la cabeza, arrugó el ceño, como escuchando algo, y agregó—: Qué raro, a estas horas no deberían estar saliendo comitivas de ese pueblucho.

Fernán se puso de pie. Vi que su expresión era seria, señal de que intuía algo desagradable. Sus ojos se dirigieron a mí, muy comunicativos.

—Debemos irnos —dijo mi hermano—. Es probable que nos estén buscando en sus motos. Con esas baterías que usan ahora pueden perseguirnos hasta el infinito.

—¿Por qué no mejor los enfrentamos? —sugirió Elton—. Vince puede ayudar.

Era una buena idea, pensé. ¿De qué otra forma podíamos librarnos? En la tierra que habitábamos existían historias sobre persecuciones protagonizadas por esos personajes, quienes podían conducir varios días sin necesidad de recargar sus vehículos. Los combustibles fósiles ya no estaban disponibles desde hace tiempo, pero esas baterías que los hombres habían robado de los vecinos tenían demasiada energía.

—Debemos preparar las armas —me apresuré a decir—. Hay algunas que no sé usar, pero si me las preparan de manera que sólo tenga que halar el gatillo, será suficiente.

El sonido de los motores se iba acercando; no tenía idea de qué tan lejos se hallaban. Amelio nos miraba con curiosidad desde hacía rato, pero no hablaba, quizá por miedo a un vaso volador de Elton. Mientras tanto, Elton y mi hermano decidieron hacer caso a mi consejo. De inmediato se pusieron a preparar las armas. El pobre hombre cojo tuvo que quedarse sentado mientras Fernán le iba pasando cada artefacto con la cantidad adecuada de municiones. Eran modelos viejos, de baja tecnología: dos escopetas, cuatro revólveres, una ametralladora pequeña y tres pistolas automáticas. A medida que cada una estaba lista, era lanzada a mis pies, haciendo un ruido sordo por la alfombra que cubría todo el piso. Yo me tapaba lo oídos por si algún disparo se escapaba accidentalmente.


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Los motores se detuvieron justo cuando se oían con más fuerza, como si estuviesen al frente de la casa. Era hora de actuar. Cuando cayó el último arma, me concentré lo mejor que pude. Escuché cómo los vehículos de afuera se ponían de nuevo en marcha y empezaban a chapotear el agua del pantano. Se acercaban. Las voces ininteligibles de los perseguidores sonaban como si animales feroces, primitivos, se prepararan para atacar.

A continuación, me acomodé a un lado de Fernán, quien aún estaba cerca de la maleta de madera ya vacía. Luego volteé a mirar a la puerta, me agaché y extendí las manos en dirección a las armas, con las palmas hacia abajo. Todos permanecieron quietos, en silencio. Debía hacer movimientos controlados, los cuales había practicado mucho tiempo atrás; en esta ocasión no necesitaba mover demasiado los dedos, pues la concentración era la que valía más. De dos en dos, cada artefacto se fue elevando a cierta distancia del piso, apuntando hacia la puerta. En el exterior, los motores se detuvieron.

Mi corazón latía desenfrenado. Quienes estaban afuera se comunicaban en alguna lengua extraña, uno de los muchos dialectos sin nombre. Caí en la cuenta de que la ventana podía resultar un punto débil, así que lentamente separé una escopeta del grupo. Se la pasé a Elton, quien me miró con cara de desconcierto. Con la mayor concentración posible, usé mi mano izquierda para indicarle que vigilara la ventana; entonces él asintió y se preparó, apuntando con el cañón a la abertura. La puerta no tenía seguro; planeaba esperar a que la abrieran para disparar. No obstante, había algo que no andaba bien. Los perseguidores se habían quedado en silencio; apenas si de vez en cuando se oía un movimiento en las aguas. No recordaba bien con qué tipo de armas solían amenazar a la gente porque normalmente uno debía mirar a otro lado cuando aparecían para no caer víctima también, pero seguro traían algunos peligrosos artilugios. La tensión se hallaba al tope.

Continuará...

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