Sueño inalcanzable (relato de ciencia ficción) V

in #spanish7 years ago

Hace unos días publiqué varios relatos. Todos suceden en el mismo universo y la mayoría están ligados en ciertos aspectos, de modo que algunos hechos acontecidos en ellos resultarían confusos al no conocerse los otros (por eso el índice incluido luego de este párrafo). Este es el último del conjunto, ahora en su quinta parte, que pretende ser una historia de ciencia ficción sobre un mundo en decadencia donde lo impensable puede pasar. Nuestro protagonista, poseedor del don de la telequinesis, desea escapar de ese mundo junto con su familia, y para ello lleva a cabo un plan muy arriesgado.

Índice de anteriores relatos

La coraza indestructible:

Parte I, parte II.

Laia y el lago de la vida:

Parte I, parte II.

Hacia el horizonte:

Parte I, parte II, parte III, parte IV, parte V, parte VI, parte VII.

Partes anteriores de este relato

Sueño inalcanzable I - Sueño inalcanzable II - Sueño inalcanzabe III - Sueño inalcanzable IV

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Parte V


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De improviso, detrás de mí, escuché un chapoteo. Lo sabía, pensé. Sacudí ligeramente mis manos; la ametralladora retrocedió, se puso a unas pulgadas sobre mi cabeza y volteó a apuntar adonde calculaba que había percibido el ruido. Luego de esto ocurrieron varias cosas muy rápido… Alguien rompió el vidrio de la ventana, introdujo la mano y levantó la cortina. Elton disparó sin pensárselo mucho; yo utilicé mi habilidad para abrir la puerta de golpe, luego disparé todas las armas a la vez sobre un andrajoso perseguidor que cargaba una peinilla. Pude distinguir afuera a unas cuatro personas más que se lanzaban al agua para cubrirse; tras ellos, cinco motos de cuatro ruedas hundidas casi hasta la mitad en el pantano. Había más, por supuesto, desde que se soltó el primer disparo, se oyeron gritos, órdenes en ese idioma extraño de pronunciación veloz, sibilante. Amelio también gritó cuando algo rasgó la pared detrás de mí. Al voltear me encontré con que una enorme hoja ancha de una espada se hallaba atascada, atravesando el metal desde afuera, cerca de la cabeza del niño, quien se empezaba a lanzar hacia el piso. La ametralladora se acomodó rápidamente y disparó una ráfaga de balas; el grito que siguió confirmó el acierto.


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Los primeros segundos de batalla fueron favorables, pero luego las cosas se empezaron a poner más difíciles. Una ráfaga de tiros vino desde uno de los que estaban enfrente; me vi obligado a lanzarme a un lado a la vez que volvía a disparar. Otro grito de dolor se oyó. No obstante, debido a que perdí la concentración, las armas se desplomaron. Miré a los muchachos para verificar que no estaban heridos (no lo estaban) y volví con rapidez a centrar mi atención en los artefactos que dejé caer. Alguien golpeó tan fuerte el remolque que este se sacudió. Los hombres empezaron a entrar; el primero recibió una bala en el pecho; cayó hacia adelante, aplastando debajo de sí a casi todas las armas. Posteriormente aparecieron dos, a quienes traté de combatir con la escopeta y el revólver que me quedaban, pero uno de ellos, usando su peinilla, apartó los dos objetos de un golpe. Elton disparó desde su posición. Derribó a este, pero el otro, que cargaba su propio fusil, puso una rodilla en tierra antes de empezar a gritar en español, con el cañón en dirección al hombre en la colcha:

—¡Quieto! ¡No te muevas o disparo! ¡Si recargas, estás muerto!

Amelio se hallaba tirado, cubriéndose la cabeza, aterrorizado; Fernán estaba sentado, recostado de la pared junto a la cocina, encima de un montón de latas, y yo, de espaldas contra el piso, empezaba a sentir desesperación. Los hombres tirados en el piso sangraban, mantenían inmóviles las armas. Me odié por no estar preparado; se suponía que había entrenado mis habilidades.

Y en aquel instante en que parecía que todo iba de mal en peor, alguien de afuera gritó unas palabras que me llevaron a los extremos:

—¡Mátalo ya! Igual van a despellejarlo luego.

La fuerza que a continuación empezó a sacudir el remolque no vino de ninguno de los perseguidores. Era brutal. El cañón del fusil del hombre frente a mí se dobló como si estuviese hecho de goma y apuntó hacia arriba; el rostro del personaje, sucio, magullado, se llenó de incredulidad. Luego las vibraciones de la vivienda se intensificaron; entonces esta empezó a elevarse. Lo supe porque lo sentí. Escuché cómo el agua debajo de nosotros se removía. En seguida, los intrusos, tanto el que estaba de pie como los que yacían en el piso, se elevaron como muñecos de trapo, impactando contra el techo con tanta fuerza que casi lo atravesaron. Permanecieron pegados allí mientras el fenómeno continuó.


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Afuera se oyeron varios gritos. Aparentemente la repentina levitación también afectó al resto de los cazadores. Seguimos elevándonos. La verdad es que yo no estaba muy seguro de lo que acontecía, puesto que la telequinesis que usaba no era algo sencillo de entender. Después de unos segundos, cuando empezamos a caer, noté cómo se liberaba la tensión en mi mente. El golpe que siguió fue doloroso; mi hermano, Amelio y Elton gritaron. Los hombres que habíamos matado volvieron al piso, pero el del fusil quedó con el torso atrapado en el agujero del techo, sus pies colgando, inconsciente.

Las armas volvieron a atraparse bajo uno de los cuerpos, pero yo las extraje a la fuerza y las mantuve flotando. Me levanté, miré a todos lados. Elton había soltado la escopeta; sudaba mientras se agarraba el tobillo del pie vendado. Fernán seguía en su sitio, igual que Amelio. Me aproximé a la salida, esquivando los pies colgantes del hombre del fusil, a la vez que reubicaba las armas sobre mis hombros; la puerta aún vibraba por el choque.

El camino de rocas estaba un poco a la izquierda. Me dejé caer en el agua, me hundí hasta más arriba de las rodillas. Al punto verifiqué la zona. Las motos estaban en su sitio, pero no había rastro de los otros cazadores. Mi sorpresa fue cuando escuché gritos sobre mi cabeza, acercándose. Ni siquiera me di el lujo de mirar; me pegué al remolque, movilizando las armas un poco más al frente para que no chocaran junto conmigo, puesto que me seguían como si formaran parte de mi cuerpo, y vi cómo caían tres hombres acompañados de sus respectivas armas (dos espadas y otro fusil), directamente sobre el sendero de tierra. Se oyó, aparte del golpe de sus caídas, un impacto sobre el techo de la caravana, seguido de un chapoteo; era el que había herido con la ametralladora.

Mi respiración estaba agitada; no me había dado cuenta. Tras terminar el evento, me pude concentrar en calmarme. Caminé hacia las cinco motos estacionadas, sintiendo el fondo fangoso sobre el que pisaba. Habían venido sólo con esos vehículos, seguro, montados dos en cada uno. Posiblemente en unas horas, al darse cuenta de que no vuelven ni responden, enviarían un grupo más grande. Me di la vuelta y me encontré con Fernán, parado a la orilla de la salida del remolque, sosteniendo la puerta con una mano. Detrás de él estaba Amelio tratando de asomarse.

—Eso fue increíble —dijo Fernán.

—Ni siquiera sé cómo lo hice —repliqué—. Creo que debemos irnos antes que ese de ahí arriba despierte. No creo que esté muerto.

—Se está desangrando.

—Maldición. No quería verme obligado a matar tanta gente.

—¡Eso no importa! —exclamó la voz de Elton desde adentro—. ¡Somos personas que luchan por sobrevivir!

Fernán volteó a mirarlo un instante, luego procedió a lanzarse afuera, seguido de Amelio, a quien el agua le llegaba casi a la cintura. Un momento después, Elton apareció cojeando en la puerta, con su brillo multicolor que ya había aprendido a ignorar, sosteniendo la escopeta por el cañón, su rostro perlado de sudor. A pesar de todo, exhibía una sonrisa alegre.

—Vince, cuando llegaron estos tipos creí que no teníamos esperanzas, pero ya empiezo a confiar en que lo lograremos —dijo.

Agradecí para mis adentros su acto de sinceridad. Quizá necesitaríamos mucho de eso en lo que quedaba de nuestro viaje.


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Treinta minutos luego nos transportábamos velozmente por la vía, con la amenazante figura de la montaña de desperdicios al frente. Fernán conducía una de las motos; Elton era el pasajero, quien llevaba una mochila colgada de un hombro, de la cual sobresalían las dos escopetas, y en el otro hombro, un fusil perteneciente a los cazadores. Yo conducía la otra moto, con Amelio agarrado a mi cintura; este llevaba a sus espaldas una mochila con víveres. Detrás de nosotros dejábamos un par de largas nubes de polvo. El camino que tomamos era cada vez más accidentado; habíamos tenido que dar marcha atrás para volver a la bifurcación en Y. Un viento frío nos azotaba. Allá adelante veía las naves ir y venir, sumando cada vez más desperdicios a la montaña, la cual parecía inalcanzable. Era muy grande, algo que parecía imposible, como si hubiese emergido de un sueño; pero, desde que empezó la actual etapa de la destrucción de nuestra civilización, todo parecía una fantasía horrenda.

Continuará...

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Que bien amigo, deberías publicar esas historias en una editorial también. Se te facilita mucho la escritura =)

Gracias. Suena bien tu sugerencia, la tendré en consideración :)

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