Hacia el horizonte (relato) VII parte FINAL

in #spanish7 years ago

I parte, II parte, III parte, IV parte, V parte, VI parte.


Fuente

Amparo no alcanzaba a articular palabra alguna, lo cual Eleazar aprovechó.

—No te preocupes, querida. Aún si te lo explicara, no lo entenderías. Pero al menos podría decirte por qué lo hice.

»No tuvo nada que ver contigo. Aunque debo admitir que fuiste muy tonta al pretender que me comprendías. Es lo que más odio de ti, que creas que todos son así de simples, que puedes descifrar a la gente mirándola a los ojos. Ya estaba cansado de este patético mundo, lleno de conflictos tan difíciles. Tenía ganas de tirarme de algún acantilado para no ver más lo mal que iba todo. Mi familia no paraba de pelearse por estupideces, aparte de que me enviaron a ese ridículo instituto lleno de gente “decente”.

Amparo giraba la cabeza hacia los lados inconscientemente, en señal de negación. No quería creer lo que oía, no quería saber lo que él pensaba. Y entonces se dio cuenta de que era eso lo que temía, saber lo que Eleazar guardaba en lo más profundo de su corazón.

—… Un día se me vino a la mente algo bastante utópico —decía Eleazar—. Imaginé que si al menos tenía la oportunidad de ponerle fin a todos los conflictos mundiales, si se me permitiera deshacerme de ellos para poder descansar, no dudaría. No soportaba la vida tan aburrida que llevaba, ni la que posiblemente tendría luego. Qué ridículo es que todo el mundo sueñe con tener una familia y criar hijos en algún lugar apartado, fingiendo que del otro lado del planeta no se están muriendo de hambre miles de niños. Sé que ese no es mi problema, y que tú no estabas ignorando tampoco el hecho, con tu sueño de crear una fundación, pero me convenciste de mi decisión cuando la simple muerte de tus padres te convirtió en alguien tan egoísta. De hecho, creo que gracias a ese incidente, me mostraste que eres igual que el resto del mundo.

»Me alegra que él viniese a mí esa noche. Estoy muy satisfecho con esta oportunidad que me ha dado. En este pequeño mundo oscuro y frío me siento a gusto, por cierto. Posiblemente me pase un tiempo aquí.

—Estás loco —dijo ella—. Déjame ir.

—¿Por qué? Tú sola viniste.

Amparo se dio la vuelta y corrió. Usó todo lo que tenía, no le importaba adónde podía llegar a parar en esa oscuridad, pero debía escapar, escapar de su pesadilla. Algo pasó volando por su lado a toda velocidad. Al instante, sintió que una fuerza invisible la empujaba hacia atrás. Entonces cayó al piso de bruces. El frío del contacto con éste le causó un dolor inimaginable. Aun así, se resistió a gritar y se puso de pie, retrocediendo para alejarse del bicho raro en que se había convertido Eleazar.

—Déjame en paz, por favor —dijo.

—No —replicó él, con una indiferencia mordaz—. Te mantendré aquí por un rato. Y ahora, iré a darles mis saludos a tus amigas.

—¡No!

Cuando ella se lanzó sobre él, ya había desaparecido, y se dio de nuevo contra el piso. La linterna se le escapó de la mano; rodó lejos. Se le hicieron nuevas quemaduras. Sin embargo, esta vez no se levantó. Había un silencio sepulcral, algo a lo que nunca fue expuesta, ni siquiera en su casa solitaria. Sus oídos chirriaban, percibía un pitido constante en ellos. En su desesperación, le fue inevitable imaginar cómo sus amigas gritaban, suplicaban ante la tortura perpetrada por el ser demoníaco. Empezó a llorar de nuevo, sin comprender nada. No se limitaba; gritaba como lo haría cualquier niña a quien le hubieran quitado su juguete. Se sentía derrotada, perdía la cordura. Los alaridos imaginarios empeoraban en su cabeza.


Fuente

Entonces alguien la llamó.

—¡Amparo! ¿Estás bien?

Era la voz de Antonieta, quien corría hacia ella desde algún lugar. Aún estaban en el mundo oscuro, aún estaban en su pesadilla. ¿Cómo había llegado su amiga hasta allí? La sintió arrodillarse a su lado. Escuchó su quejido de dolor por el frío del piso. Luego percibió el tacto de su mano al posarse en su espalda. Reaccionó con rapidez; se levantó para abrazarla desesperadamente y llorar en su hombro. Vio la luz de la segunda linterna, tirada a unos palmos.

—Calma. Ya estoy aquí —decía repetidas veces Antonieta.

El aire gélido parecía querer congelarle los pulmones. Las lágrimas estaban por petrificarse sobre sus mejillas. Quizá debía permanecer así, junto con su amiga, hasta la eternidad. ¿Cómo iba a aguantar algo más? ¿Cómo podría vivir en paz luego de eso? Deseaba que de alguna forma, la vida terminara como si se tratase de una película, que alguien presionara el botón de stop. Pero las cosas no funcionaban de ese modo; tuvo que esforzarse para detener su llanto.

—¿Cómo llegaste? —preguntó un momento luego, cuando se hubo calmado lo suficiente como para hablar.

—Sólo dije las palabras que estabas susurrando.

—Ah, pero qué inteligente eres, amiga. Gracias a Dios estás aquí. ¿Y las muchachas?

—No las pude traer.

—Tenemos que volver. Él las va a matar.

—¿Tienes idea de cómo volver? Ya lo intenté.

—No lo sé con exactitud, pero… Un momento…

Amparo se separó de Antonieta y la miró a los ojos. Se puso de pie, dio un paso atrás, sin dejar de escudriñarla.

—¿Cómo entraste aquí? No bastaba con las palabras —dijo.

—Eh…, es que escuché la conversación que tuviste con Sofía.

—¿Desde tan lejos?

—Sí, supongo que ayudó el viento. Al principio no creí nada; te apoyé sólo para que te tranquilizaras. Pero luego que desapareciste, tuve que hacerme a la idea de que algo de eso era verdad… Entonces, ¿tienes idea de cómo salir?

—No sé, aunque me imagino que será todo lo contrario: pensar en volver al bosque, en salir del horizonte.

—Cierto. Hagámoslo.

Antonieta se irguió. Se paró a su lado, tomándole la mano. Luego dijo:

—Concentrémonos.

Ajivani Preta, repitieron de manera incesante. Ambas se empeñaron en imaginarse el bosque, en salir de aquel lugar, en salir del horizonte. Pasaron un par de minutos. No pararon de decir el nombre, y, en cuanto creyeron que no funcionaría, sintieron una ráfaga de viento; las luces de las linternas desaparecieron. Las habían dejado atrás, junto con el mundo oscuro. Los grillos volvieron a entonar su coro. Entre la oscuridad, vislumbraron los troncos de los árboles y, muy lejos, la luz de la bombilla del pórtico de la casa. No había señal de que sus amigas estuvieran por allí.

—No perdamos tiempo. Ellas ya no deben estar aquí —dijo Antonieta, jalándola por la muñeca, obligando a su amiga a caminar deprisa hacia la casa.

—No; deben estar bien. ¿Y si lograron escapar?

—¿Viste a la cosa?

—Sí.

—¿Y era como la describió la vieja?

—Sí.

—Entonces deja de dudar, tonta. Ya están muertas. Huyamos.

Empezaron a correr. Amparo dejó que se le escaparan más lágrimas. Ahora estaba sin esposo y sin amigas. ¿Por qué había tenido que pasar? ¿De dónde venía todo eso? Seguramente, Ajivani Preta era un demonio o algo parecido, y su esposo la víctima que, seducido por el poder, había llegado a lo más bajo para convertirse en su igual. Debía asimilarlo así o enloquecería.


Fuente

Escuchó un crujido a sus espaldas. Por razones que estaban más allá de su comprensión, sintió el peligro aproximarse y reaccionó. Aceleró el paso. Empujó a Antonieta tan fuerte que la derribó, antes de dejarse caer al suelo. Apenas un milisegundo después, una cadena pasó silbando por donde estuvieron sus caderas, de haber seguido de pie, y cortó de un tajo un árbol cercano. Mientras el árbol era atraído por la gravedad con estruendo, Amparo se levantó de un salto y fue a ayudar a su amiga. Luego, ambas corrieron a toda velocidad, escuchando cómo se arrastraban las cadenas, y el sonido de una risa burlona parecida a un siseo. Salieron del bosque sin recibir nuevos ataques; no se detuvieron hasta que llegaron al pórtico.

—¡Busca las llaves de la camioneta! —dijo Antonieta, corriendo ella misma al dormitorio donde se hallaban estas.

Amparo esperó en la sala de estar. Jadeaba. No entendía por qué su esposo…, no, por qué Asthi Dharin Preta no las volvió a atacar. Eran presa fácil. Pero entonces, en cuanto trató de analizarlo bien, Antonieta volvió del dormitorio, tomándola del brazo para llevarla a toda prisa al garaje. Se subieron a la camioneta. Su amiga encendió el motor, el cual rugió con furia, rasgando el silencio. Antonieta pisó el acelerador, dirigiéndose a la carretera. Frenó de golpe, esparciendo piedras por doquier con las ruedas del vehículo. Amparo tuvo que poner las manos sobre el tablero para no irse contra el parabrisas.

Ahí estaba él, justo a la orilla de la vía, pero sin las cadenas. Les cerraba el paso. Sus cabellos ondeaban lentamente. Antonieta respiraba con dificultad a su lado, mientras que ella contenía por completo el aliento. Estaba aterrorizada de nuevo, una lágrima se le escapaba y le corría por la mejilla. Tal vez no saldrían vivas de ahí… Pero, si era cierto, significaba que podían apostarlo todo. Suavemente le puso la mano en el hombro a su amiga, quien hizo un movimiento brusco. A continuación, le dijo:

—Aplástalo.

Ella no lo dudó, a pesar de que sabía muy bien de lo que era capaz ese hombre. La camioneta se dirigió hacia él como un toro a punto de cornear a su torero, pero éste no reaccionó hasta el último instante, en el cual se apartó con ligereza y las dejó pasar. Lo último que oyeron fue su risa, en son de desprecio, de socarronería. Posiblemente lo volverían a ver, o tal vez no; pero eso no les importaba. Eran libres.

—¿Ése era Eleazar? —preguntó Antonieta.

—Sí.

—Entonces, ¿él era la cosa?

—No. Sólo hizo un trato, o eso me dijo. Ahora es como él, sea lo que sea.

—Uhm… Bastante extraño, podría jurar que estoy en un sueño. Creo que con eso me basta. Es hora de huir. Imagino que Rolando también estará entre sus víctimas.

Amparo no replicó. Había muchos cabos sueltos en ese enredo; estaba mareada. Probablemente vomitaría en los próximos minutos. Mientras se alejaban por la solitaria carretera, observó la llanura, tratando de distinguir el horizonte, la línea que separaba el cielo de la tierra. Y entonces lloró, derramó todas las lágrimas que trataba de contener. Antonieta le puso una mano en el hombro con dulzura. Dijo algo que no escuchó, pero sonó tranquilizador. La brisa le pegaba en el rostro, lo cual la ayudaba un poco. Los peores días de su vida habían sido los más difusos. El miedo que le tenía a la oscuridad empeoró a partir de entonces, aunque en sus posteriores días, jamás volvió a ver una figura encapuchada observándola, jamás sintió de nuevo la presencia tenebrosa de un acechador.

Fin

Sort:  

Me la he leido entera, una historia increíble, me ha encantado! Luego me leere las demas historias! Felicidades!

Gracias. Pensaba que estos relatos habían caído en el olvido jeje

Jajaja lo que pasa es que dijiste que se tenian que leer para entender otro relato mas porque estan relacionados, aun no acabo jeje

Jajajja Cierto. Bueno, de eso no puedo decir nada aún porque sería spoiler xD

ya, esta bien, de todos modos ya acabe todos los relatos, ahora me toca el ultimo el de sueño inalcanzable creo que es?

Sip, ese es el que sigue :)

Coin Marketplace

STEEM 0.28
TRX 0.12
JST 0.033
BTC 69774.83
ETH 3620.03
USDT 1.00
SBD 3.72