La coraza indestructible (relato) segunda parte

in #spanish7 years ago

Como si la divina providencia estuviese a su amparo, sus expectativas sobre lo que quería lograr se vieron satisfechas tal cual se lo imaginó. En la mañana, a las ocho, se despidió de sus tres compañeros con mucha nostalgia fingida, esforzándose por ocultar su nerviosismo, y todas esas sensaciones que experimentaba. A continuación sólo le quedó esperar. Como sabía que el mensaje decía que era durante la última noche de luna creciente pero antes también mencionaba algo de un «sol», daba la impresión de que podía optar por ir durante el día. Esto lo ponía a dudar, así que decidió esperar el anochecer, debido a que era lo más lógico. Y ahí fue que entró la impaciencia; al estar solo no soportaba el quedarse sentado sin hacer nada. Se leyó una copia de la traducción que él mismo escribió durante su momento de insomnio (y que por cierto no recordaba) tantas veces que al cabo de unas horas ya se la sabía de memoria.
Posteriormente, empezó a recordar la familia que había formado, aquella familia que le fue arrebatada, y no pudo reprimir la oleada de odio hacia la sociedad que ahora corrompía el mundo, con su egoísmo y perfidia. Su divagar continuó, se extendió hasta que su percepción de la realidad estuvo a punto de perder la sincronía con el mundo. Sin embargo, inevitablemente la noche terminó por sacarlo de su abstracción.
Se puso de pie, apretando la página donde estaba el mensaje, y salió de la casa a toda prisa. La temperatura exterior era baja; sumada a las ráfagas de viento que siempre venían del mar, le brindaban lo que estaba necesitando para evitar que la excitación lo hiciera sudar. Sus pasos se iban haciendo más veloces y, una vez que logró divisar la roca donde encontró los manuscritos, fue que empezó a trotar. De allí todo se resumía en una especie de maratón donde su mayor preocupación fue resbalar en las rocas que le seguían a la primera, las cuales abarcaban gran parte de esa zona de la playa. No obstante, a pesar de que pudo salvar la parte más peligrosa en unos cinco minutos, no fue hasta un cuarto de hora después que logró vislumbrar en la oscuridad y gracias a la luna, una colina de roca escarpada con una gran grieta partiéndola en la parte que daba al mar, de manera que de vez en cuando las aguas impulsadas por las olas se adentraban hacia la oscuridad. La gruta que estaba a unos palmos de la roca que siempre reconocía, sí, exactamente como lo decía el pergamino.
Hubo que meter los pies en el agua. Las olas tapaban toda la entrada con aquella marea tan alta; empero, estaba seguro de que dentro estaría más seco, aunque también oscurísimo. Y por supuesto, su deducción fue acertada; una vez se sumergió en las tinieblas, empezó a pisar tierra más firme y seca. Se dio cuenta de que había una pequeña laguna en el centro de la cueva, donde casi cayó, que era alimentada por la marea. Luego de alejarse de ella, pegó la espalda a la roca y se quedó quieto, esperando, oyendo el ruido de las olas, preguntándose qué rayos iba a hacer ahora.
Pasó al menos media hora, treinta minutos de tortura e impaciencia. Cada vez apretaba más el papel en la mano y maldecía por lo bajo (o en la mente). ¿Cómo había sido tan estúpido de creer que de verdad iba a encontrar algo allí? Estaba paranoico, no podía existir alguien capaz de plantear un acertijo de esa manera y menos dirigido a una persona como él. Se trataba de una coincidencia, sólo eso.
Una luz llenó la caverna, proveniente del fondo de la lagunilla. Le cegó por un momento, pues ya sus ojos se habían adaptado a la oscuridad. Era una luz preciosa con cierto matiz verdoso, como las algas de aquel mar tan inmenso. No tenía idea de si se trataba de algo sobrenatural, pero estaba convencido de que ningún bombillo o fuente lumínica creada por el hombre podría llegar a lanzar unos destellos tan preciosos. De repente pareció que se dibujaban figuras abstractas en las paredes, proyectadas desde el origen.
Nicolás se inclinó hacia delante entrecerrando los ojos, en un esfuerzo por descubrir qué había bajo el agua. Sin embargo, no fue necesario seguir haciéndolo, ya que la luz empezó a disminuir poco a poco hasta que sus ojos pudieron aguantarla. A continuación la cosa surgió a la superficie suavemente y se paró sobre ella. Era una cosa, no algo, sino una cosa. A simple vista (y seguramente desde lejos) parecía un ser humano, pero su rostro y toda su epidermis, sin contar su extraña joroba, decían lo contrario. Los brazos y piernas tenían una piel oscura, además de rústica, que recordaban a los cocodrilos del Amazonas, y curiosamente unas extrañas placas óseas de colores verdosos estaban dispersas por esas extremidades como lunares gigantes. A medida que aquel patrón de lunares se acercaba a la joroba, se iba haciendo más concentrado y numeroso, de manera que el bulto se asemejaba a un caparazón de tortuga, con alguna que otra mata extraña, parecida al musgo, creciéndole en pequeñas proporciones.
La cosa le mostró una mueca que pretendía ser una sonrisa. Su rostro no era nada agradable, con esos ojos enormes, negros en su totalidad; aquella boca sin labios, con dientes parecidos a las garras de algún dinosaurio, y sobre todo su brillo verdoso, el cual salía de unas grietas que surcaban las mejillas. El resto de su cuerpo también desprendía luz, pero no tan intensa. Ya se estaba arrepintiendo de obedecer a su exuberante curiosidad; parecía ser que Franco se había olvidado de algo cuando le advirtió que no atendiera al llamado. En su vida nunca oyó de rumores acerca de desapariciones que tuvieran que ver con esa playa; de hecho, no existían historias de ningún tipo. Lo que no lograba entender era si su amigo lo quiso asustar o de verdad sabía que ese ser estaba esperando allí.
—Hola —dijo la cosa con una voz gutural, amplificada un montón de veces. No pareció articular el saludo, no le serviría; simplemente abrió la boca y de ahí salió el sonido, como si fuera una bocina viviente.
Nicolás se quedó paralizado; no alcanzaba a hablar.
—¿Qué te pasa? ¿No recibiste mi mensaje? —continuó el ser—. ¿Viniste aquí de casualidad? Déjame decirte que quiero darte mi dádiva. ¿La quieres?
—N… no sé de qué me habla —logró replicar después de un minuto—. No entiendo esa palabra.
—Vaya que eres insensato, ingenuo e indocto. —La voz sonaba como traída por el viento, llena de solemnidad—. Pero no importa, porque eso se acabará una vez que terminemos aquí.
—Ni que fuera… —dijo Nicolás, sin terminar la frase pues de inmediato arrancó a correr en dirección a la salida. No obstante, el monstruo lo tomó por los hombros con sus manos de siete dedos, con huesos afilados que sustituían las uñas.
Era imposible, a menos que hubiera estirado los brazos. Aun así pasó. La bestia lo haló hacia sí y lo apretó contra su abdomen duro como piedra, impidiéndole gritar, respirándole junto a la oreja antes de empezar a hablar:
—Te vas a quedar aquí hasta que te diga, ¿entiendes?
Nicolás asintió, notando sacudidas involuntarias en todo el cuerpo. Sus pies tocaban el agua sobre la cual se paraba la cosa.
—Debes haberte dado cuenta de que algunos manuscritos están en clave —continuó—. No es necesario descifrarlos; tienen el mismo texto que sostienes en la mano. —Hubo una pausa en la que el pobre hombre se preguntó cómo era que la cosa lo sabía—. Sí, Nicolás, sé que trajiste un papel donde copiaste el mensaje durante la noche, y sé que estás dudando de si puedo estirar los brazos. Habría sido imposible alcanzarte si no fuera así. Ahora vas a enterarte de por qué te he llamado aquí.
La presión que ejercía sobre su pecho disminuyó; así pudo respirar mejor. Nicolás ya estaba sospechando lo que vendría a continuación.
—No te voy a devorar —aseguró la bestia—. Te contaré algo: cuando yo era como tú, curioso e imbécil, no me imaginaba que podía llegar a caer en semejante maldición. Me atrajeron las mismas palabras que yo te escribí, algo sobre el don del saber. Todo ser humano quiere conocer la verdad de las cosas, del mundo, en ese tiempo, del universo, en el presente. A excepción de esos idiotas que aspiran ser más estúpidos cada día, pero así también pasaba en mi época, sólo que no había medios para difundir la estupidez. —Se detuvo un instante para lanzar una especie de carraspeo que sonó como un bramido de león; luego dijo—: La coraza indestructible, como la llamo en español, te otorga la capacidad de indagar en el universo, en las mentes de las personas y en todo lo que se pueda. Puedes entender la complejidad del continuo espacio-tiempo, de las estrellas, de los agujeros negros, y a la vez verás lo que hay aquí en la tierra. Llegarás a ser más sabio que cualquiera, sí, pero… ¿De qué sirve si has de quedarte en las profundidades del océano?
—No entiendo qué tiene que ver eso conmigo —farfulló Nicolás con terror.
—Ya vamos a eso, espera; no me interrumpas. Sucede que si uno tiene la coraza indestructible encima, es inmortal, y debes vivir para siempre en las aguas saladas de este mundo putrefacto, con anuencia para salir a la superficie sólo un día por año. Nunca puedes alejarte mucho del agua.
»Un día me pregunté por qué tenía permiso de salir, y resultó ser que en la superficie pienso mejor; de esa manera consigo buscar a mi sucesor, ¿me captas? He tardado miles de años esperándote, aguardando a que nacieras, a que te maduraras lo suficiente como para que resistieras la transferencia.
»Quiero ser libre, Nicolás; tú me ayudarás. Si yo no tuviera esta cosa dañándome la estética, te darías cuenta de que somos idénticos, casi a la perfección; exceptuando las huellas dactilares. Ahora te daré mi dádiva y entenderás muchas cosas preciosas, pero también lo que significa el tiempo.
—Me volveré a cambiar contigo en cuanto me des esa cosa —amenazó Nicolás.
Su alter ego rio.
—Ya veremos —dijo.
No le encontraba sentido. Si obtenía la coraza indestructible, no existía forma de que ese hombre se le escapara. Pero…
La cosa lo apretó aún más, hasta el punto en que su respiración cesó. La luz volvió a incrementarse, pero esta vez con mayor intensidad. Entrevió cómo las paredes de la cueva desaparecían; una especie de fuego empezó a quemarle todo el cuerpo. No podía gritar, pero sentía ese ardor hasta en el interior de su ser. Era lo peor que había experimentado, nada se le comparaba. La agonía duró una eternidad, no lograba entender por qué no se asfixiaba ni moría; seguía sufriendo, sin lograr aspirar un poco de aire. Y entonces comprendió todo, no sabía por qué pero lo deducía a la perfección. La tortuga humana acababa de timarlo con acerbo. Y no sólo la primera parte era una trampa, sino lo que venía después. Oh sí, lo que venía era mucho peor.
Cuando creyó que por fin la muerte se lo iba a llevar, cerró los ojos, pero ocurrió otra cosa. La presión desapareció. Pudo respirar, y ambos se hundieron en las aguas de la lagunilla, que no era muy profunda. Nicolás dio un giro rápido mientras aspiraba grandes bocanadas de aire, con intención de golpear al hombre, mas sin embargo se encontró con un montón de polvo que se dispersaba rápidamente. Ahí estaba la otra cosa que faltaba, sí, era lo peor. Una vez que la persona se liberaba de la Coraza Indestructible, su cuerpo debía pagar el precio de los años. Ya no tenía posibilidad de deshacerse de ella.
Trató de mirarse las manos pero no lo consiguió. La luz se había extinguido. Él no sabía cómo encenderlas; pero no importaba, porque sentía cómo su cuerpo había cambiado. Notó la joroba en su espalda, muy parecida al caparazón de una de esas tortugas antiguas que tanto mencionaban los programas de televisión. Estuvo a punto de gritar de miedo, pero algo lo distrajo, o mejor dicho, muchas cosas lo distrajeron. El aire que respiraba no le hacía sentir nada, estaba seguro de que si dejaba de inhalar y exhalar, no moriría. Y había otra cosa más. Antes, cuando una duda lo hostigaba, se veía obligado a preguntar a alguien o consultar un libro, pero ahora, cada vez que quería saber un detalle sobre su situación, la respuesta aparecía en su cabeza como si tuviera un buscador de internet instalado.
Lo había dicho ya el hombre que yacía en las aguas, hecho polvo: obtendría el don del saber. Se preguntó cómo podía desprender aquella luz tan increíble y de inmediato lo supo. Las encendió. Ahora alcanzaba ver esa piel, esas placas óseas de tortuga. Estaba condenado a vivir para siempre en las profundidades del océano y a la vez aprender todo lo que quisiera. Quizá los primeros años no serían tan malos; además, tenía permiso de salir a la superficie un día al año. Según su increíble don, le sería imposible dejar las aguas; sería como estar metido en una pecera con paredes irrompibles. No está tan mal, pensó. Exactamente lo que juzgó su antecesor siglos atrás, pero se arrepentiría, cuando conociera a los habitantes de las zonas más oscuras de los abismos, los lugares que siempre serían un misterio para el hombre.
Se olvidó de sus amigos, de su ex esposa, de sus hijos. Echó un salto para salir de la cueva y entrar directamente entre las olas que rompían en la playa. Su cuerpo se ensanchó, sus extremidades se convirtieron en patas parecidas a aletas, su cuello se estiró. Se sentía como una verdadera tortuga gigante; a su caparazón le surgieron espinas gruesas, enormes. Comprendió cómo había hecho la cosa para interrumpir el flujo de las aguas aquella noche. Era enorme, casi del tamaño de su casa. Miró por última vez su casa a lo lejos, como un pequeño juguete en la penumbra, advirtiendo cómo se le respondían más preguntas, y se sumergió con velocidad, causando varias ondulaciones; se adentró en busca de una aventura que pronto lamentaría, pronto, pero no ahora.

FIN

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Vaya final abierto, pense que se zafaria del problema de alguna forma pero no, la curiosidad del ser humano, sin cautela o experiencia, es un verdadero peligro!

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