Sueño inalcanzable (relato de ciencia ficción) II

in #spanish7 years ago (edited)

Hace poco inicié la publicación de mis relatos, en apariencia independientes unos de otros. Sin embargo, todos suceden en el mismo universo y la mayoría están ligados en ciertos aspectos, de modo que algunos hechos acontecidos en ellos resultarían confusos al no conocerse los otros (por eso el índice incluido luego de este párrafo). Este es el último del conjunto, que pretende ser una historia de ciencia ficción sobre un mundo en decadencia donde lo impensable puede pasar. Nuestro protagonista, poseedor de un extraño don, desea escapar de ese mundo junto con su familia, y para ello lleva a cabo un plan muy arriesgado.

Índice de anteriores relatos:

La coraza indestructible:

Parte I, parte II.

Laia y el lago de la vida:

Parte I, parte II.

Hacia el horizonte:

Parte I, parte II, parte III, parte IV, parte V, parte VI, parte VII.

Partes anteriores de este relato:

Sueño inalcanzable I

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Parte II

Guardábamos un poco de combustible en una cantimplora, escondida entre los víveres. Era quizá un tesoro invaluable en ese lugar, pero ahora simplemente no podíamos pretender que nos serviría conservarlo. Lo vertí en primer lugar sobre el cuerpo de mamá; el resto traté de distribuirlo sobre los objetos que pudiesen ayudar a la llama a no extinguirse rápido. Al final, nos tomamos de las manos, parados a pocos palmos de la puerta, y nos despedimos en silencio de la mujer que yacía allí. Posteriormente Fernán nos indicó que saliésemos para poder encender el lugar.


Fuente

Una vez afuera, volví a escudriñar los alrededores, buscando señales de una emboscada o algo parecido. Sin embargo, incluso en la casa donde vi la figura sonriente, no había nadie. Era probable que decidieran atacar a la hora de despertar, pero no nos podíamos confiar.

—Corramos con el mayor sigilo posible —dijo Fernán al pararse a mi lado—. El fuego los distraerá.

Asentí con un movimiento de cabeza. Tomé a Amelio por la muñeca antes de echar a correr, con Fernán a un lado. Mis alpargatas tenían agujeros en las suelas, por lo que traté de evitar las piedras que podía ver, aunque de vez en cuando sentía el dolor lacerante de un paso en falso. Escuché el fuego crepitar a mis espaldas mientras nos adentrábamos por una de las calles del poblado. Debíamos atravesar toda la aglomeración de viviendas para escapar. Aunque por donde pasábamos las casas se hallaban en silencio, allá atrás se empezaban a escuchar voces y gritos. Miré a mi hermano, tratando de comunicarle mis temores. Él adoptó una expresión decidida, con la cual me transmitió algo de confianza.

Varios minutos luego, Amelio jadeaba del cansancio. Decidimos detenernos cerca de una choza especialmente grande con una ventana que servía de mostrador para vender algunas cosas de valor. En ese momento estaba sellada con tablas.

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—Mira —dijo Fernán, quien se fijaba en el camino recorrido.

Eché una ojeada y vi la luz de las llamas asomar por sobre las casas. Acerqué a Amelio hacia mí, halándolo del hombro y le acaricié la cabellera. Él luchó por quitarse mi mano de encima. No era un chico especialmente adepto a los gestos de cariño.

—¿Recuerdan dónde vive Elton? —pregunté.

—Sí —dijo Fernán.

—¿Quién es Elton? —preguntó Amelio.

—Es nuestro boleto de ida —respondí—. Su casa será la próxima parada. Gracias a él es que sabemos de una opción para salir de aquí.

—No me respondiste —dijo Amelio con disgusto.

—¿No recuerdas la última casa en la que pasamos unos días antes de venir aquí? Elton es el tipo flacucho de los lentes que vive ahí.

—Ah, ya, claro.

—Bueno, creo que no disponemos de mucho tiempo para descansar —dijo Fernán—. Ya empiezan a buscarnos. A lo lejos se oía un barullo de golpes, como si varias personas le pegaran con tubos a las hojas de metal de las casas. Quizá se había formado una comitiva para echarnos caza. Eran las nuevas reglas de la sociedad decadente; aunque en el pasado lo hubieran rechazado, aunque lo hubieran condenado furiosamente, ahora era algo que parecía necesario para ellos. Luego de haberles robado la dignidad a la mayoría de las mujeres, venía esto. ¿Adónde iban a parar?

Continuamos nuestra huida, a sabiendas de que nos faltaban al menos ocho millas para llegar a terreno libre, el lado de la planicie que no estaba tan contaminado, que conservaba los caminos que se usaban para el comercio. Precedidos por el sonido que auguraba muerte, nos obligamos a mantener la compostura para que nadie nos escuchara pasar, de manera que esas personas que aun dormían no nos delataran, aunque yo estaba seguro de que no se darían cuenta de nuestra situación hasta que les dieran el aviso, puesto que había muchas otras razones por las cuales uno podía salir sigilosamente durante la noche, razones que normalmente le concernían a la pandilla asesina que gobernaba.

Seguí sosteniendo la muñeca de Amelio mientras nos desplazábamos. Había algo extraño pasando por mi cabeza, lo cual me causaba una sensación desconocida, como una mezcla entre nostalgia y coraje. El cielo medio oscuro salpicado de estrellas distanciadas entre sí; las luces provenientes de la luna creciente, siempre cerca del horizonte, y del planeta vecino; el aire apestoso, la atmósfera tenebrosa de decadencia, sumado a la imagen lejana de la montaña de desperdicios, todo ello me causaba aquellas sensaciones. Minutos luego la sed empezó a atormentarme; fue repentino, como saltar del invierno al verano en un segundo. Y recordé rostros perdidos, los rostros de nuestros familiares que sucumbieron ante los problemas, nuestras primas que fueron raptadas para ser vendidas, los muchachos que participaron en protestas públicas, que luego desaparecieron sin dejar rastro. Mi mente empezó a enroscarse… Podría describir el fenómeno así, como si se enroscara, como si se enredara consigo misma, amenazando con destruirse. Sabía que eso pasaría pronto, así que me dejé llevar.


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—¡Vince, detente! —exclamó Fernán, con lo cual salí de mis pensamientos.

Dejé de correr, soltando a Amelio, quien estaba cansado otra vez, jadeando con mayor fuerza que antes. Noté que ya estábamos en la planicie, a varias yardas afuera del asentamiento, el cual observé con curiosidad por encima de la cabeza de Fernán, quien me miraba con disgusto.

—¿Qué te ocurre? —preguntó, acercándose.

—Estuve desvariando —respondí, sin dejar de observar la luz menguante que desprendía las llamas de nuestra morada. Fernán suspiró. Volteó también a ver.

—Ya no se escucha el ruido de quienes nos perseguían. Tal vez salgan a buscarnos en sus vehículos —explicó mi hermano.

—¿Adónde vamos ahora? ¿Dónde vive el tipo de los lentes? —dijo Amelio antes de bostezar.

Me tardé en decir algo, esperando a que Fernán respondiera, pero, luego de darme la vuelta y fijarme en la gran montaña con sus luces flotantes, comenté:

—Elton pasa sus días en un viejo remolque, cerca de un pantano, a sólo diez millas del botadero. Aunque se ve cerca, esa montaña está muy lejos; es gigantesca, así que deberíamos apresurarnos antes que llegue la hora de actividad de esos tipos.

—Pero no entiendo. ¿Qué tiene él de importante? —inquirió el niño.

—Ya te lo dije.

—No, sólo hiciste una metáfora.

—¡Pero qué insistente! Escucha, él conoce una forma de atravesar la puerta del puente. Nos lo explicó la última vez que lo vimos, pero a papá no le agradó la idea, porque es muy arriesgada. Sin embargo, ahora mismo tenemos una herramienta muy útil. ¿No, Fernán?

Volteé a mirar a mi hermano mayor, quien parecía no querer sumarse a la conversación. Arqueé las cejas en señal de obstinación. Él suspiró y se acercó a Amelio, dejando caer su mano sobre la cabeza del pequeño, que trató de librarse del contacto, a lo que Fernán respondió con un apretón fuerte.

—¡Au! —se quejó Amelio.

—Amelio, será mejor que le hagas caso a Vince —dijo—. No preguntes tanto, porque a partir de ahora, lo más importante es que nos movamos sin dudar.

Mientras él pronunciaba estas palabras, me dediqué a mi acostumbrada revisión del perímetro. La planicie se extendía a todas partes, y en las lagunillas que se esparcían por la zona, destellaban los reflejos de luz. Efectivamente, lo único que se destacaba eran la montaña y el asentamiento de los mendigos, desde donde se podía ver una columna de humo muy delgada ascender, remanente de las llamas que abrasaron a nuestra difunta madre. Antaño existieron grandes extensiones de pasto verde donde convivieron distintos tipos de animales, pero los recuerdos que guardaba eran muy vagos. Pasados unos segundos, mi hermano nos instó a que continuásemos la huida, esta vez sólo trotando, como si entrenáramos para una maratón. Teníamos poco tiempo; debíamos recorrer una larga distancia.

Continuará...

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Interesante tu relato, felicidades tienes buena imaginación y buena redacción =)

Muchas gracias. Doy lo mejor de mí. Pronto estaré publicando la continuación.

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