Sueño inalcanzable (relato de ciencia ficción) VIII

in #spanish7 years ago (edited)

Continúo publicando Sueño inalcanzable, ahora en su octava parte. Como siempre, dejo el índice de los anteriores relatos, por la relación que guardan con este, el cual será el último del conjunto. Pretende ser una historia de ciencia ficción sobre un mundo en decadencia donde lo impensable puede pasar. Nuestro protagonista, poseedor del don de la telequinesis, desea escapar de ese mundo junto con su familia, y para ello lleva a cabo un plan muy arriesgado.

Índice de anteriores relatos

La coraza indestructible:

Parte I, parte II.

Laia y el lago de la vida:

Parte I, parte II.

Hacia el horizonte:

Parte I, parte II, parte III, parte IV, parte V, parte VI, parte VII.

Partes anteriores de este relato

Sueño inalcanzable I - Sueño inalcanzable II - Sueño inalcanzabe III

Sueño inalcanzable IV - Sueño inalcanzable V - Sueño inalcanzable VI

Sueño inalcanzable VII

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Parte VIII


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Una mano me sujetó el hombro, me sacudió varias veces. La sensación fue en aumento, pues en un principio me dio la impresión de que estaban agarrando un pedazo de plástico que se adhería a mi cuello, pero luego se fue haciendo más y más claro que me apretaban con fuerza. ¡Oye!, se escuchó, lejano pero audible.

—¡Vince! ¡¿Qué sucede?! —exclamó Elton.

El hombre se alternaba entre mirarme a mí y al frente. Parecía preocupado, pero no tanto como una vez estuvo mi padre cuando…

De golpe, logré reaccionar. Pegué un respingo, empecé a jadear; a pesar del aire acondicionado, estaba sudando.

—¿Qué…? —murmuré.

—Parece que te estuviera dando un ataque. ¡Resiste!

—¡Ah! —resoplé. Luego me acomodé en la silla y procedí a tratar de recapitular lo que había acontecido.

Volábamos, era seguro. No sentía aquella sed que me había estado molestando desde que saliera del pueblucho, tampoco tenía hambre. Eso era un buen cambio. A través del parabrisas veía cómo pasaba a nuestro lado la montaña de desperdicios; la estábamos rodeando. Miré atrás; la puerta estaba cerrada, los anteriores tripulantes de la nave no viajaban con nosotros. En el nivel superior, a ambos lados de lo que parecía ser un tablero lleno de pantallas, estaban sentados Amelio y Fernán, mirando la escena, curiosos. Entonces noté que todos estábamos protegidos por cinturones de seguridad de cuatro puntos.

Al tener contacto visual con él, mi hermano mayor adoptó una expresión seria.

—Parece que estaba en uno de sus trances —dijo.

Regresé a mi postura inicial, continué observando la montaña.

—¿Trances? —dijo Elton.

—Sí —respondió mi hermano—. A veces le da. Normalmente pierde la noción del tiempo, así que es posible que haya olvidado lo que ha pasado en los últimos minutos.

—¿Es cierto eso? —Elton me escudriñó con una mirada inquisitiva.

—Sí —afirmé—. En verdad no tengo ni idea de cómo sucede, pero… me temo que no recuerdo casi nada de lo que hemos hecho desde que… —me concentré, luego añadí—: Creo que desde que encendí la nave. ¿Cuánto tiempo ha pasado?

—Tienes serios problemas, muchacho. Hace casi media hora que lo hiciste. Ya veo por qué dejaste las armas en el piso.

Pero el problema continuó. No fue tan intenso como al principio; sin embargo, era notable, pues parecía como si estuviese en el limbo entre la realidad y las alucinaciones. De vez en cuando, el rostro de Zara aparecía flotando por encima de la cabeza de Elton, sonriéndome con dulzura. Zanahoria, pensé, y me pareció lógico. Aquella chica llevaba una gran cantidad de esa verdura en su bolso; la comía como si fuese caramelo. De pronto sus ojos empezaban a llorar sangre y se desencajaban, uno se iba de forma oblicua hacia arriba, el otro apuntaba abajo.


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En ese instante dirigí mi vista al parabrisas, a lo que se encontraba allá afuera. La montaña había quedado atrás. Nos desplazábamos por encima de una planicie llena de lagunas humeantes, exactamente igual que el espacio que recorrimos en las motos. Elton, luego de confirmarme que los ex tripulantes aún vivían, me volvía a explicar el plan mientras yo me entretenía tratando de hallar algo más que aquel desierto en el horizonte. Y de hecho, había algo, una cosa extraña que se movía, que se elevaba lentamente como el filo de un cuchillo. Me llamaba tanto la atención que estaba ignorando casi por completo la explicación de mi acompañante sobre atravesar un techo. Pero es que esa figura de verdad parecía un filoso objeto de disección.


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En un milisegundo, desapareció. No era otra cosa que una imagen creada por mi mente, quizá una representación de aquel primer ataque perpetrado contra la pobre chica. Con él le abrieron una larga herida en el antebrazo, antes de que unos dos hombres flacuchos se le abalanzaran. Los recuerdos sobre el incidente se desbloqueaban, pero no era eso lo que deseaba ver, yo quería recordarla a ella, quería poder rememorar las pocas conversaciones que tuvimos, ansiaba saber por qué era tan importante como para volverme loco. Las sienes me palpitaban. Me obligaba a buscar algo que respondiera las preguntas. Mi esfuerzo hizo que apareciera de nuevo su rostro sonriente ante mí, aunque un poco melancólica, como si ocultara un dolor terrible, una vida de pesares que jamás le contó a nadie. Ni siquiera a mí.

—Elton. Vamos a terminar esto lo más rápido posible —dije de pronto.

—¿Eh? Pues de eso hablábamos. Ya te dije, el techo del banco no es una opción porque está diseñado para soportar mucho daño. Entramos por el frente, salimos por ahí.

—Entiendo.

La imagen de Zara no desapareció en mucho rato. Algunas otras cosas siguieron ocurriendo durante el resto del trayecto y, en cuanto tuve que usar mi telequinesis para ayudar a la nave a volar, debido a que estábamos ya muy lejos de la señal del Sender, el rostro de la chica se multiplicó. Me mostró cada una de las expresiones que le vi mientras estuvo viva. La peor era aquella en donde parecía suplicarme que la ayudara.


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Tras un par de horas de viaje, que se hicieron eternas, sobrevolamos una vieja ciudad que parecía estar desolada. Los edificios descoloridos eran pequeños, había pocas casas. Era como una zona urbana donde sólo operaban negocios. En su centro, se veía la construcción más alta, la cual Elton identificó como el banco al que planeábamos entrar. Una enorme mole de concreto y vigas de acero, con una entrada hecha de vidrio blindado a través de la cual se veían algunas personas. Nuestra nave no se detuvo para estacionarse, nos desplazamos a la misma velocidad, de unas sesenta millas por hora, con la intención de atravesar el cristal.


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Me vi obligado a arreglármelas con mi problema de atención. Había un plan al cual atenerse, pero no lo había oído, por lo cual, en los pocos segundos que tardamos en llegar a la puerta, lo deduje a gran velocidad. A mis pies estaban las armas, amontonadas, aunque faltaba el fusil de los cazadores, que seguro tenía Fernán, una escopeta, la cual Elton sostenía bajo su brazo izquierdo, y un revólver, obviamente en manos de Amelio. Por otro lado, era claro que no romperíamos el vidrio a esa velocidad; el blindaje que se había estado usando en los últimos años era muy superior a cualquier otro que alguna vez se hizo en nuestro planeta. Con sólo estos datos, mis siguientes acciones nos permitieron ganar la primera jugada.

Las armas se acomodaron formando un arco sobre mi cabeza a la vez que me concentraba en crear una potente fuerza para impactar contra la puerta de vidrio. Me imaginé un puño gigante y lo lancé contra el blindaje. El agujero se abrió justo en el momento en el que parecía que nos estrellábamos. El estruendo se oyó apagado gracias al aislamiento que nos brindaba la nave; los policías que vigilaban corrieron, se lanzaron para evitar una muerte segura. En seguida, imaginé algo grande, como una mano elástica que nos atajaba, y así sucedió. La máquina se detuvo y se posó en el piso con suavidad; los motores se apagaron solos. Pudimos haber salido volando de nuestros asientos, pero los cinturones de seguridad lo evitaron. Estábamos dentro; el asalto había empezado.

—Es hora. Vamos a la bóveda —dije a Elton mientras me soltaba el cinturón de seguridad y me ponía de pie—. Debes indicarme el sitio.

—No, entraré solo. Ya lo hablamos, tú vigilarás mientras vuelvo del subterráneo.

—Oh, está bien. Recuerda que olvidé muchas cosas. Abre la puerta.

—Pero recordaste cómo debías proceder para entrar.

—No lo hice, lo deduje. Abre la puerta.

Giré y, apoyando un pie en el asiento, salté sobre éste, cayendo al borde de las escaleras. Descendí mientras la puerta iba dejando al descubierto lo que parecía ser la reunión de los guardias de seguridad, uniformados casi de la misma manera en que lo estaban los ex tripulantes de la nave. No me di tiempo de detallarlos, puesto que todos llevaban armas de avanzada tecnología. Con un movimiento de mi mano, hice que salieran volando hacia la gran abertura que habíamos dejado al entrar. Algunos no pasaron a través de ella, chocando contra la pared, pero la mayoría fue a parar a la calle. Luego de eso no volvieron a levantarse; quedaron aturdidos, apenas moviéndose.

Me alejé un poco de la nave, miré en derredor. Al fondo estaban todos los cajeros. Los trabajadores se agachaban para no ser vistos, aunque yo lograba distinguir sus coronillas. A ambos lados había puertas de oficinas y las escaleras para subir al primer piso, donde había más oficinas. Cuando examinaba la parte superior, visible gracias a que la sala principal se extendía hacia arriba, hasta el tercer piso, Elton descendió cojeando de nuestro transporte, seguido por Amelio y Fernán; todos con sus armas.

Continuará...

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Excelente amigo, ojala consigas una editorial para publicarlas

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Que bien, esa es una buena opción

Muy bueno, gracias por compartir con nuestra comunidad.

Siempre es un placer. Gracias a ti por el apoyo =)

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