Elaica XVII. Selis y Pelcus


Ilustración


Elaica es una serie de relatos que se relacionan entre sí porque se desenvuelven en esta mítica y fantástica tierra. Cada relato es una historia distinta y a veces, una continuación.

Relatos anteriores:


Obras literarias originales realizadas por mí.




Selis y Pelcus

 
De las historias de amor más hermosas que existen en Elaica, la de Selis y Pelcus se considera una de las más maravillosas, porque está llena de magia y sentimientos oníricos que han sido inspiración para los poetas destacados de Menomes. Esta historia no ocurrió brevemente y fue durante el transcurso de la primera era, cuando los Antiguos abundaban el mundo y asistían a los humanos hasta que estuviesen completamente preparados.

Selis pertenecía al grupo de las Silínides, seres análogos a las ninfas. Paseaba por los bosques junto con sus otras hermanas, ya que este conjunto era parte de los Antiguos de la vida, pero poseían un rango menor que el resto. Eran amigas de todos los animales, flores y árboles y su tarea consistía en la preservación de los bosques y de todas las criaturas vivientes que habitaban en ellos. Adoraban a Séminon, uno de los Antiguos de mayor jerarquía; adquirió la forma de un alce enorme y anciano, con astas tan prominentes y extensas que podían vislumbrarse a kilómetros de distancia.

Para una silínide, estaba prohibido abandonar el bosque al que era asignada, y a los animales que vivían allí. Pero Selis quebrantaba esta regla cuando podía o no se encontraba bajo supervisión, y sus pies corrían largas distancias llegando a pisar territorios lejanos. Tales lugares estaban habitados por aldeas adjuntas al mandato de la ciudad de Calirio y en sus cercanías se encontraban las minas Triscun, donde vivía Pelcus y otros Antiguos de la tierra.

Esta estirpe de Antiguos de bajo rango, vivían sumidos en la tierra por su extraño placer de crear joyas cada vez más preciosas. Se dice que utilizaban sus habilidades con mucha frecuencia y sin agotar sus energías, ya que su dedicación y curiosidad eran más impetuosas que sus cuerpos de piedra. Los aldeanos establecidos aledaños a estas minas estaban acostumbrados a los temblores y ruidos que éstos provocaban conforme empleaban sus experimentos, y evitaban de forma reglamentaria no acercarse a aquella zona.

Pelcus era uno de los más dedicados presentando joyas estrafalarias, era el que menos abandonaba la mina, pero un día, decidió salir porque se le ocurrió la idea de buscar nuevos elementos en lugares exteriores. Casualmente, mientras estaba en su búsqueda, se encontró a la hermosa Selis, quien iba paseando por allí buscando la causa del ruido que Pelcus y su grupo provocaban. Al verla de repente, él quedó completamente encantado, su piel irradiaba un brillo más bello que el ojo de cualquier joya, y su cabello dorado de algodón asimilaba la hermosura de una nube esplendorosa y radiante.

Selis corría a gran velocidad por aquella gran planicie y Pelcus la siguió. Sin percatarse de su presencia, se detuvo a la orilla de un pequeño río cerca de allí y se quedó embelesada observando el paisaje. Pelcus temeroso ante tan hermosa entidad, se ocultaba detrás de las piedras solo para apreciar a la encantadora ninfa. Pensaba, que ella podía espantarse al verlo, ya que los Antiguos de la tierra no tenían un aspecto agraciado, puesto que habían utilizado los diferentes elementos rocosos para formar sus cuerpos, por lo que el resultado fue una apariencia tosca y temible.

Al acercarse un poco más para percibir mucho mejor la belleza de Selis, éste hizo un ruido que provocó que ella fijara su mirada en su escondite, y al acercarse vio al pequeño Pelcus con ojos asombrados. Éste avergonzado por estar frente a ella, quedó paralizado y bajó la vista hasta que ésta se fuera, pero Selis se acercó hasta estar a una distancia considerable y extendió su mano presentándose afable ante la criatura de roca. Pelcus la observó con detenimiento y sintió algo más en su espíritu, no en su cuerpo, porque los Antiguos no poseían esa clase de facultades. Al contemplar el rostro amable de Selis, nació en él una incipiente filiación que fue creciendo rápidamente.

La confianza en ambos se entabló rápidamente y prometieron verse en aquél mismo punto con más frecuencia, pero no tanto como quisieran. Pelcus al no estar bajo el mando de algún Antiguo mayor, podía perderse de las minas e ir a cualquier lugar que él quisiera, no obstante, Selis no tenía tal privilegio, ya que era deber de las silínides custodiar los bosques. Sin embargo, cada vez que ella huir lograba, iba a encontrarse con Pelcus.

Pareciera que hubiera surgido de un chasquido el amor que ambos se profesaban, porque ocurrió más rápido que los segundos que transcurrían en Elaica. Cada vez que Pelcus iba a encontrarse con Selis, éste le llevaba obsequios; hermosas joyas, las cuales, estaba dudoso de llevarle ya que no se comparaban con la belleza de Selis. Ella emocionada por los regalos de Pelcus, se agitaba por la alegría, y terrenos floreados surgían a su alrededor. Constantemente paseaban hacia otros lugares y los demás Antiguos los veían y sonreían porque irradiaban la más magnífica felicidad. Las flores al estar cerca de Selis crecían y se abrían velozmente como si desbordaran de ellas las más indómitas energías.

Los aldeanos que vivían cerca de las minas Triscun conocían el amor que estos dos Antiguos se profesaban, y contaron historias que se esparcieron por todo el continente. Cada relato era más hermoso que el anterior, agregándole decorados que embellecían el afecto que esta pareja se tenía. Pero el fin de la primera era del hombre culminaba y, como estaba predestinado, los Antiguos debían abandonar Elaica para volver al espacio de Unsi y observar al ser humano desde allí y evaluar su vida sin su existencia. Al recordar tal allegado suceso, Selis y Pelcus se preocuparon y los invadió la tristeza, puesto que eso significaba que no volverían a estar juntos, sin embargo, en medio del llanto, planificaron su escape.

El plan de ambos era escabullírsele al destino, porque su amor era más grande que cualquier regla escrita impuesta para obedecer. Su presencia en Elaica no afectaba el desenvolvimiento del hombre, porque el fin de la primera era se caracterizaba por un ser humano independiente sin asistencia de los Antiguos. Selis y Pelcus se perdieron en distintas regiones, siempre juntos, indiferentes ante los distintos problemas que en el mundo había. Su amor siguió siendo una inspiración y un faro de luz, hasta en los días más grises.




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