El Zángano XIX


Ilustración


El zángano es una serie de relatos basados en la mítica leyenda urbana del Estado de Mérida, Venezuela, sobre un brujo que absorbe la vitalidad de sus víctimas hasta arrastrarlas al umbral de la muerte.

Relatos anteriores:

I. Judith
II. Judith (continuación)
III. María
IV. Alicia
V. Alicia (continuación)
VI. Matilda
VII. Matilda (continuación)
VIII. Raquel
IX. Betsabé
X. Betsabé (continuación)
XI. Amanda
XII. Amanda (continuación)
XIII. Bianca
XIV. Epítome I
XV. Eva
XVI. Eva (continuación)
XVII. Sabrina I
XVIII. Sabrina II


Obras originales realizadas por mí


Sabrina III (culminación)

 
Las pesadillas no cesan, mi cuerpo no deja de temblar, es como caer en la más pérfida ansiedad, provocada por una enfermedad decadente controladora de la fatalidad. Siento que mis pensamientos ya no coordinan y me enfoco en otras cosas que sin ninguna razón entran en mi cabalidad.

No dejo de pensar en aquella criatura, insana, malévola y de naturaleza hostigadora. Tan perversa y paciente, tan insidiosa y miserable, como un malvado parásito que devora hasta la última facultad de sus víctimas.

No sabía si pensar que Sabrina era una incauta en toda esta situación, una parte de mi mente me decía que sí —la que deseaba que así fuese—, pero otra me decía que su fachada era un engaño y que todo lo que hacía era por voluntad propia.

Mi interés por ella llegó a la culminación de un camino bifurcado, entre la fatal atracción y el miedo que me provocaba. Veía mi habitación a cualquier hora del día y siempre me arropaba la oscuridad. Sentía que era observado por todas partes despierto y ya no en mis pesadillas.

Muchas veces he intentado entregarme al fantasma del insomnio para evitar volver a dormir, pero es inútil, puesto que soy arrastrado por la más sutil y arrolladora fantasía.

Estuve todo ese tiempo necesitado por la más serena compañía, ¿un abrazo tal vez?, ¿una amena charla? o ¿un encuentro pasional? La verdad no sabía lo que quería, ni siquiera podía formular un plan para poder descubrir el secreto de Sabrina.

Le tenía mucho temor, incluso hasta miedo de encontrármela en el pasillo del edificio o en la calle. Antes de salir, me pegaba a la puerta de mi apartamento solo para escuchar cuando se iba y así tener todo seguro para mí.

El terreno rapaz que había pisado me convirtió en un ser dócil, mórbido e infeliz, manipulado por entidades que se mueven entre los caminos del crepúsculo. Mi valentía, tal parecía en aquel momento, se había disipado de mi personalidad por completo.

¿Qué insigne sería si hubiese tenido las facultades de un héroe valeroso que enfrenta cualquier adversidad? De ser así, ya hubiera enfrentado el mal emanante de aquella morada secreta, habitada por una doncella encantadora, que con alevosos conjuros me destruye.

En vez de ello, en vez de ser el bravío destructor de tanta maldad, me escondo y planeo escapar de tanta agonía. ¡Cobarde imbécil! —Me repetía con seguridad— ¿Dónde quedó la curiosidad que llevabas en tu pecho, que te impulsaba a descubrir todo este misterio?

Ante tales premisas, fuertes e incisivas acusaciones, mis impulsos comenzaron a atiborrarme desde los cimientos de mi cuerpo y me llenaban de una serie de sustancias vehementes aglomeradas parecidas a la adrenalina.

Estaba cansado de ocultarme como un engendro; una criatura maniobrada a voluntad de Sabrina. Me cansé de ser corroído por el horror y entré en un éxtasis de coraje donde mi curiosidad comenzó a tomar gran fuerza y a recaudar todos mis impulsos.

¡El momento era ahora! Debía hacer algo antes de que todo ese poder acumulado en mí desapareciera por completo y posteriormente ser arrojado de nuevo a las fauces de las tinieblas, no podía permitir que eso pasara, ¡No quería ser más su marioneta ni su alimento!

Me dirigí hacia la puerta de mi apartamento, evitando cualquier distracción en mi mente que me obstaculice de mi objetivo, la abrí y ante mis desquiciados ojos azotados por las pesadillas y el horror, vi la puerta del apartamento de Sabrina con perpetuo odio.

Fui hasta ella y con un golpe de patada la abrí, eso me tuvo un poco sorprendido ya que me di cuenta que la puerta no se encontraba cerrada con seguro. Aun así, omitiendo aquella sorpresa, continué adelante con mi objetivo y vislumbré con asombro el apartamento de Sabrina.

El lugar era tal como lo visualizaba en las crueles pesadillas que me atacaban todas esas noches. Las paredes estaban tapizadas con figuras floreadas de rosas negras, los muebles de la sala estaban decorados con adornos, figurillas y vasijas que tenían inscripciones extrañas.

La apariencia del lugar y su contenido le daban un toque antiguo, como si se tratara de un pequeño espacio de una época pasada, incluso los marcos de los retratos estaban fabricados con aquellas filiaciones dándome a entender que el edificio era más viejo de lo que pensaba.

Fui hacia la cocina y allí vi los mismos detalles y seguía sorprendido de notar que todo era idéntico como en los horrores nocturnos que padecía. En ese momento comprendí sobre la naturaleza esotérica de Sabrina, y que si todo aquello era real, también lo era lo que me conseguiría en la habitación contigua a la sala.

El apartamento era sumamente pulcro, a excepción de un camino fino de hierbas que iba desde la cocina hasta la habitación antes mencionada. Me dirigí hacia allí despacio, con la valentía aun dirigiendo dentro de mí.

Tomé la manija y le di un giro lento y abrí el portal con la misma velocidad. Lo primero que me impactó fue un olor insoportable y fétido y una pululación de moscas que cubrían casi todo el ambiente. Quería huir de ahí en ese momento, ya que quedé fatigado con muchas ganas de vomitar, pero tapé mi boca con un pañuelo de mi bolsillo y di dos pasos hacia adelante.

Tosí dos veces y el repulsivo aroma me quemaba los ojos, pero seguí adelante, hasta que mi vista se fijó en dos cosas que me hicieron huir despavorido y enfermo. Miré hacia abajo y encontré la cama, toda carcomida por las moscas que se acumulaban, y sobre ella había un cadáver ya casi consumido por la descomposición.

¡Dios mío! —grité con todas mis fuerzas— y del impacto que me causó aquello me caí hacia atrás y luego vomité. Mi vista comenzó a nublarse, ya que mi cuerpo y mi mente atiborrada por el horror, el fétido olor y los impulsos acelerados de mi corazón, iban a desplomarse con un desmayo.

Intenté poco a poco de recobrar la compostura y pretendí levantarme erecto, pero hubo otra cosa que mis ojos atisbaron, que no solo hizo que recobrara mis sentidos, sino que también drenó por completo de mi cuerpo aquel coraje que me llevó a ese punto.

La criatura que tanto he temido estaba… ¡Justo frente a mí!, aun siento escalofríos de solo pensar en ese día, de solo recordar de que la tuve tan cerca a punto de tomarme con sus larguiruchos dedos nudosos. Me eché para atrás medio paralizado, mientras observaba su espantosa forma de medio hombre y medio buitre o cuervo.

La parálisis provocada por la conmoción no quería abandonarme, hasta que los vestigios de mi coraje mezclados con el pavor que tenía en ese momento la vencieron y en ese instante no miré hacia atrás y salí de allí con toda la celeridad que mis piernas podían proporcionarme.

Ese día incluso abandoné el edificio, le dejé un mensaje al dueño sobre mi partida dejando por fuera todo detalle comprometedor. Me fui de la ciudad y regresé a mi lugar natal, ya han pasado tres años desde que salí de allá. Me he librado hasta de las pesadillas que cada noche venían a atormentarme.

Jamás descifré todo aquello que mis ojos vieron ese día, nunca se lo mencioné a nadie y es mejor así, si me hubiera quedado eso pudo haber significado mi fin, además ¿Qué hubiera pasado si me hubiese adentrado mucho más en los recónditos parajes de ese terrible mundo?



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No hay nada más genial que las leyendas venezolanos, no sabes como me entretienen escucharlas y en este caso leerlas, tratare de leer desde la primera victima, Saludos.

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