Hace ya una buena cantidad de años, en mi época de misionero y la fotografía era aún analógica. Me hice amigo de un australiano que además de misionero como yo, fungía como fotógrafo del equipo.

Para no hacerlo tan largo, su peculiaridad era que ---No Permitía que le sacáramos una foto a él---. A pesar de pasarse las 24 horas del día capturándonos en fotos a diestra y siniestra, cuando se trataba de tomarle una foto o tomársela junto con él, le entraba un nerviosismo y teníamos que rogarle su permiso.

Indagando en relación a su particularidad, me contó que en la cultura australiana la idea de tomarse una foto era igual a CAPTURAR EL ALMA de esa persona. Me dijo que eso venía de los indígenas de allá, pero tal creencia fue permeando en los hombres blancos. Y que Cristofer, que así se llamaba, creía en eso.

Hoy limpiando mi carpeta de fotos del celular, me encontré con una selfie, que se disparó por error y salió además de borrosa, movida. Me mostraba la cara deformada, como si hubiese recibido un tremendo golpe del lado derecho. Enseguida recordé a Cristofer y me empecé a preguntar que estaría pasando por mi alma en ese momento que una parte de mi parecía querer salirse de mi cuerpo. En fin, el reencuentro con mi selfie me llevó a un grato e interesante momento de meditación.

Gracias Cristofer por la huella que dejaste en mi vida.