Briana nunca imaginó que esa noche marcaría trascendentalmente la trayectoria de su triunfante carrera. A pocos minutos de iniciarse el concierto ella se encuentra entre las sedas de un alto e imponente telón y el proscenio, validando con su mirada que todo esté en orden.

Los músicos ubicándose en su respectivo lugar, afinando sus instrumentos, la concertino chequeando el podio, asegurando la batuta, el atril, las partituras a interpretar. En eso reconoce en su hombro la cálida palma de su mentor quien con una radiante sonrisa la invita a tomar su lugar como directora de la orquesta.

Avanza hacia el podio con pasos firmes, segura de si misma y de su orquesta. Los músicos se ponen en pie para saludarla, ella responde el saludo primero a la concertino, luego a la orquesta con un leve movimiento de cabeza. Enseguida hace dos toques de batuta sobre el atril, TOC, TOC y todos hacen silencio.

Y con su inusual don, inicia los más maravillosos, acompasados y deslumbrantes movimientos de batuta, ese mudo instrumento que guía a la concertino, a la orquesta y al público en un luminoso viaje de encuentro con la música.

Si, esa fue la noche del grandioso debut de Briana y su orquesta de músicos sordos.