— ¡No subas tan alto al cielo, ni bajes tan cerca del mar!.— Fueron las palabras que su padre le encomendó al separarse cada uno por su lado.

— ¡Recién habíamos escapado, y eso fue lo único que se le ocurrió decirme!— Pensó, con cierto desdén, mientras volaba con sus nuevas alas hacía su libertad, hacia lo infinito.

— Pero, ¿Cómo no hacerlo, papá? ¿ahora que puedo volar, cómo no rozar el océano? — Pensaba, mientras la espuma y las gotas de agua salpicaban al surfear las olas con su cuerpo.

— Padre, ¿Cómo no disfrutar del sol, tras tantos años de presidio? — Soy libre ahora para hacer lo quiera, llegaré lo más cerca del sol que pueda. Fueron los últimos pensamientos de Ícaro al sentir que ya sus alas no le sostenían y empezaba a caer en picada alejándose del sol.