Imagen vacía

Cada mañana, después de hacer un trazo en un lienzo, sentía el vacío inerte de una obligación incumplida. Desde hacía varios días había estado intentando encontrar la forma de desahogar sus frustraciones con mayor autocontrol, enfocándose en un objetivo mayor: Si estimulo que salga la presión, se decía, entonces no explotaré en momentos indebidos y seré más eficaz en todo lo demás.

No sabía cómo se desahogaría, pero sabía que no sería necesario planificarlo, simplemente surgiría la ocasión, simplemente tenía que esperar y prestar atención. Y así ocurrió, apenas empezó a detallar su entorno le llamaron la atención ciertas personas, personas de mirada esquiva, errática, de esas cuyo descubrimiento alguna vez había picoteado en su conciencia, despertando su curiosidad. Pero esta vez no sería como aquella, se dijo, esta vez no solo curiosearía sino que actuaría en busca de un cambio en el orden establecido; de forma directa y franca.

A la primera oportunidad, al tropezarse con una de ellas, quiso increpar y tener una conversación amplia y clarificadora pero no hubo mucho de qué hablar, fue un monologo, fue la simple aceptación de razonamientos sin discusión, fue asimilación sin reflexión, vacía.
Tal facilidad para convencer desde el primer intento, aunque fuese a alguien de errática actitud, hizo que se llenara de optimismo, de convicción. De repente tenía plena disposición para dedicarse el tiempo que hiciese falta a propagar sus ideas, disposición para hablar con cada persona a su alcance, una por una de ser necesario, si con ello lograba que se convencieran, si con ello lograba siquiera comenzar un cambio.

Así lo hizo, habló con todo tipo de personas, encontrando todo tipo de argumentos, algunos muy elaborados, casi filosóficos, como de quien ha estudiado un tema a profundidad y analiza sus orígenes y desarrollo, causas y consecuencias, pros y contras; mientras que otros son más despreocupados: Toda la tradición es parte natural del desarrollo del pueblo, decían, de la evolución de las sociedades. Otros argumentos más llegaban a ser de una simpleza abrumadora, basándose en dogmas: Si es así, es por algo; era la consigna predilecta y conclusión para toda discusión.

Pero sentía que no avanzaba. Cada nuevo encuentro le molestaba un poco, aumentando su determinación, aumentando cierta ira que iba reprimiendo en su espíritu, hasta que le fue imposible contenerla, estallando: Quiso recriminar a quienes sostenían la tradición, quiso hacerlos sentir miserables, insultarlos, que al menos se ofendieran por un instante pero no lo lograba, nada los alteraba, hasta los peores improperios los tomaban como halagos, como si ya los hubiese oído antes, muchas veces, y les pareciese natural que alguien con su estado de ánimo e imagen dijera tales cosas.

Sintió una profunda frustración, cayó a tierra desde las nubes de sus fantasías redentoras ¿Cómo podría hacer cambiar de actitud a tanta gente? Lo deberían hacer ellos mismos, pensaba en voz alta, eso sería lo natural.
A los pocos días, después de hacer un trazo más en su imagen (algo rojiza para el momento), sintió que con solo ese simple acto acababa de traicionar sus propias convicciones, el vacío inerte que le había llegado a inquietar se llenó de una profunda sensación de culpa. Había recordado lo que le dijo a alguien cuya desesperación se le notaba a leguas: Cada quien debería esforzarse en dejarla (la tradición), en enterrar su propia imagen. Se dio cuenta que ni siquiera había podido romper su propia rutina.

Sintió lo absurda que había sido su actitud al querer cambiar la estructura de una sociedad sin siquiera haber podido cambiar una simple rutina personal y, peor aún, se sintió sin fuerzas para cambiar esa simple rutina, sin siquiera la más mínima voluntad.
Sintió un vacío absoluto. Se recostó y se durmió al instante, durmió sin soñar durante todo el día y parte de la noche.

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