Imagen inconexa
A veces hubiese preferido no tener que aislarse, volver a sentir orgullo de seguir las costumbres que había adoptado hace tanto. Otras veces deseaba ser una persona totalmente distinta, haber nacido y crecido en otra cultura.
Pero en lugar de decidirse por alguna de esas pulsiones y asumirla como principio de vida, en lugar de ello se recluyó en su soledad, se hizo de un discurso propio, de un relato, que justificaba su conducta cambiante, errática. Le restó importancia, al menos en ese discurso, a todas las tradiciones por el simple hecho de ser tradiciones: Le gustaba decir que no se debía desperdiciar tiempo siquiera en pensar en su pertinencia o no. Pero en su fuero interno sabía que si a algo le había restado importancia era a su vida misma, a la realidad que vivía; se la había restado al centrarse solo en las experiencias de su día a día, relacionándolas únicamente con sus fantasías, deseos y temores; sin apego con lo pasado ni planes para el futuro ni conexiones con su entorno.
Un día tropezó con alguien en cuya imagen personal se notaba la desesperación a leguas, se notaban sus dudas, sus temores, se notaba que buscaba respuestas. Se notaba, además, cierta inquietud ansiosa y la determinación de aplacarla, de encontrar algo, lo que fuese. Después de dar y recibir disculpas por el tropiezo, y tras un instante de indecisión, pareció vencer sus miedos y empezó a hacerle preguntas. Fue un intento de interrogatorio desordenado y absurdo: Con preguntas inconexas, baladíes, sobre situaciones desconocidas o intrascendentes, a las que intentó evadir con generalidades que acabaran con la inesperada situación, no porque le incomodara sino por lo incomprensible que era, por tener demasiado cansancio acumulado como para intentar entender.
No le prestó atención a la conversación hasta que vislumbró el motivo que la originó: su imagen (grisácea, como oculta entre una neblina) había llamado la atención. Intentó mantenerse en su reducto, a salvo, sin confrontar, arguyendo con suavidad que no tenía mayor importancia pues: es algo superfluo y vano y, al igual que toda tradición, tiene fundamentos falsos: Da igual si se les presta atención o no, decía, rematando con un: Eso es algo que depende de cada quien. Pero la conversación no acabó con ello y tuvo que repetir lo mismo una y otra vez hasta que ese ser ansioso e insistente entendió que no obtendría nada más.
No era la primera vez que tropezaba con alguien así, aunque no recordaba cuantas veces había pasado (había preferido, y logrado, olvidarlo) sí sentía que en esa ocasión era distinto, sentía como si fuera la primera vez que ese ser angustiado encaraba a alguien, tuvo la certeza (como si fuera un recuerdo) de que había sido la primera vez de muchas.
La escena se siguió repitiendo varias veces (veces que decidió no olvidaría, que decidió recordar para poder analizar, pensar, vivir), se dio con personas con distintos grados de determinación: en algunas se veía una meditación previa, y a veces algo de planificación, en otras la misma ansiedad insegura de un primerizo improvisando.
De tanto hablar de lo mismo, de repetir las mismas respuestas no pudo evitar interesarse, reflexionar sobre los temas tratados, pero manteniéndolos inconexos: no lograba armar ideas complejas al relacionarlas. En breves instantes de conexión sentía algo de seguridad en su actuar y algo de curiosidad por el actuar ajeno, le parecían interesantes las reacciones de esos seres desesperados ante la simplicidad de sus palabras, y más aún sus propias reacciones, que por momentos se tornaban tranquilas y hasta relajadas.
Respiró profundo la mañana siguiente, sintió un suave consuelo, tan suave que no lo supo distinguir, que solo pasó desapercibido. Hizo un trazo tímido, casi imperceptible, diluido en la nada.
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