Imagen inquietante

No podía evitar recordar sus costumbres, aquello que tanto le gustaba hacer, así fuese evitando merodear de más. Aunque quería creer que todo seguía como siempre y que solo necesitaba aceptar lo sucedido (una rara y masiva burla), tenía la sensación de que había algo más. Le costaba conciliar el sueño, no lograba descansar. No podía evitar pensar, maquinar; relacionando imágenes, buscando motivos, justificaciones, salidas, lo que fuese.

Ese pensar se mantenía tan presente que sentía que vivía una y otra vez los mismos tropiezos sufridos antaño, los mismos encuentros inquietantes. No podía evitar pensar, recordar; y querer saber más, querer entender pero sin atreverse a hacerlo, presentía que le incomodaría asumir de lleno la realidad. Se negaba a darle importancia, prefería aislarse, intentaba olvidar, pero persistía el deseo de hacer algo de inmediato, cualquier cosa.

Todo lo focalizaba en una imagen, en esa imagen que veía día a día al despertar, que le recordaba de dónde venía, lo que había pasado, sus dudas, atormentándole; pero que a la vez le aliviaba al darle la oportunidad de redimirse, al darle algo significativo que hacer cada día: al menos una pincelada de alivio. Sentía que en ella estaba el reflejo de su ser.

En los últimos tiempos la imagen se había desgastado, había perdido la armonía pasada. Parecía tener algo oculto entre sus formas abstractas, parecía querer develar ese algo para darle sentido al conjunto de la composición, y a su vida. Pero un no-sé-qué lo evitaba, tal vez la fuerza de las tradiciones, se decía, la inercia que evita que cambien; o tal vez presentir que el develar lo oculto le abatiría. Claro, esas sensaciones eran solo eso: sensaciones; sensaciones que con nadie compartía, que a nadie confesaba: no hubiese sabido cómo.

Apenas despertaba de su cavilación se burlaba de sus propias tontas creencias, de ese leve ocultismo tan común en su pueblo. Solía preguntarse, aún con la vista fija en la imagen, qué tantas personas en su entorno tendrían ideas similares, qué proporción de la sociedad se mantenía en aquel engaño, qué o quién las había incitado a ello: tal vez nadie lo había hecho (se dijo de repente, un día lejano, saboreando tal revelación), tal vez se engañaban ellas mismas; ¿Qué se sentiría vivir en un autoengaño?

A la mañana siguiente de aquel día lejano, sintió (ver) cómo la imagen se clarificada y su inquietud mutaba: El engaño había estado en su propia mente, era eso: un autoengaño (había descubierto pronto lo que se sentía). Como un acto reflejo intentó ocultar tal visión, intentó recuperar la tranquilidad que hace tanto había tenido; pero ya era demasiado tarde, ya se había clavado en su mente.
El engaño provenía de su propio espíritu, de ningún otro lado, surgió para no tener que aceptar que sus creencias eran falsas. Tuvo rabia de su propia debilidad. Tuvo rabia hacia la tradición por ser falsa, y hacia ese querer que fuese real, verdadera (querer que le había llevado a tal nivel de negación) y tuvo rabia hacía la contradicción que ello mismo significaba. Tuvo rabia por no saber qué hacer.
Trazó una línea oscura en la imagen, diagonal, atravesándola.

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