—¿Quieres ir? —preguntó ella, curiosa.

—No estoy seguro...

—Podemos ir los dos.

Dicho esto, se pusieron de pie y entraron para pedir una cita. Los dos se sorprendieron al ver que la adivina era hombre. Sesgo de género, pensó Jocantha. Saludaron al hombre de mediana edad y se sentaron.

Primero fue el turno de Jocantha. Ella amaba las cartas del tarot por lo que se sorprendió al ver que el adivino usaba runas en vez de los archiconocidos mazos.

Jocantha y Rodion estaban juntos no sólo por amistad sino también porque los dos eran iguales en mente y alma. Las preguntas que hizo Jocantha eran precisamente las mismas que Rodion haría minutos después. Los símbolos vikingos dieron respuestas a cosas que la mujer sabía, pero también le revelaron información que ella no estaba preparada para escuchar.

Llegó el turno de Rodion. Cuando el adivino le habló de la compañera que había estado esperando, saltó un poco en su asiento.

—Ella no se encuentra aquí —sentenció el psíquico—. Está en otra latitud.

—Muy bien, ¿Y qué hago con eso?

—Debes seguir adelante con tu vida. Si no puedes ir a verla y ella, hasta donde veo, tampoco puede encontrarse contigo, por lo que deberás continuar con tu vida.

—¿Y qué pasa con ella?

—Ella también está pagando por lo que ustedes hicieron.

—¿Qué fue lo que hicimos? —preguntó Rodion, ansioso.

—Muchas cosas. Tanto buenas como malas, pero principalmente malas.

—¿Hay algo que se pueda hacer?

—No. Tienen que seguir como van.

Rodion y Jocantha permanecieron por más rato con el vidente, pagando por más tiempo y más respuestas a preguntas importantes. Cuando finalmente se despidieron, tuvieron que esperar un autobús que los llevara a la casa de Jocantha. Se desvistieron y se quedaron en ropa interior. No tenían sueño ni cansancio. Jocantha hizo café cargado. Los dos amigos se sentaron a conversar sobre la cita con el vidente.

—Esto no se puede quedar así —dijo ella, molesta—.Hay que hacer algo, sino, nos quedaremos de esta forma para el resto de nuestras vidas.

—¿Qué sugieres? —preguntó su amigo, triste y molesto.

—Según el adivino, esto es mal karma. Hay que sanar eso para poder mejorar.

—¿Y qué pasa si no mejora y debemos quedarnos así?

—¿No tienes fe en que funcione?

—No, no es eso. Es que no creo que funcione sólo con hacer ligeros cambios. Esto va a costar más.

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