Rodion se despertó, se asomó a la ventana y vio las calles cubiertas de nieve. Se sentía feliz. Amaba esta temporada.

Para algunas personas, el mundo se dividía en dos bandos: Team verano y Team Invierno. Él formaba parte del segundo equipo. No odiaba la temporada estival a muerte, pero le gustaba más el frío.

Rodion pasó meses preparándose para pasar las fiestas solo.

Esta iba a ser la quinta navidad que pasaría lejos de su familia. Las horas de terapia y de lecturas de autoayuda y meditaciones de sanación le dieron el valor de poner un alto y decir su verdadera opinión acerca de la naturaleza de sus parientes.

Algunos de ellos se burlaron de las emociones que expresó. Los más machistas lo tildaron de afeminado por decir lo que sentía por ellos. Esas burlas y el irrespeto que demostraron fueron suficiente aliciente para que él cortara de una vez.

Tania, una tía suya que entendía porqué hacía todo eso, mantuvo contacto con él. Un par de primos que en ese momento estaban ambivalentes en cuanto a su opinión de las relaciones familiares, le dieron su apoyo con la condición de que Rodion no le dijera a nadie lo que pensaban realmente.

La primera vez que tuvo que pasar la navidad solo, estaba un poco triste, pero la sensación de alivio y la ausencia de estrés ahogaban cualquier deseo de sentarse a cenar con la familia.

En diciembre del año pasado, su tía le dijo que podía pasar buscando unas cosas por su casa el día anterior a la víspera de navidad. Esa mujer le había apoyado en su mudanza y en su proceso de separarse de la familia. También era consciente de lo tóxicos que eran algunos parientes y comprendía el hecho de que Rodion no quisiera volver a verlos.

El hombre de treinta y dos años llegó a la casa, conversó con su tía un rato y luego se fue.

La noche del veinticuatro, Rodion bebía vino, veía películas viejas y abría los regalos que fue a buscar a casa de su tía.

Eran cuatro regalos. Uno era de Tania, los otros dos de sus primos. ¿De quién sería el cuarto?