Por todos es bien conocida la película de Stanley Kubrick, “2001: Una odisea espacial”, estrenada en 1968. Una película que todo buen amante del cine debería haber visto, sobre todo si, además, también es un amante del cine de ciencia ficción. Pero quizá sean menos las personas que sepan algo acerca de la novela homónima, escrita por uno de los más grandes escritores de ciencia ficción de todos los tiempos y que fue, además, el autor del guión de la película de Kubrick. Estoy hablando, por supuesto, de Sir Arthur C. Clarke.

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No voy a adentrarme mucho en los detalles de la génesis de la novela y de la película, que van de la mano, porque si no este artículo se extendería más de lo deseado. Sin embargo, sí me gustaría recalcar que ambas obras se gestaron prácticamente al mismo tiempo. La novela se publicó después del estreno del filme y expandió un poco más las resoluciones de los misterios planteados en la gran pantalla.

Leer sobre lo conocido

Empezaré confesando que, habiendo visto la película varias veces, hace ya muchos años, nunca me llamó la atención leer la novela, ya que leer una historia que ya conocía creía que no me aportaría nada, sobre todo cuando la obra audiovisual es tan brillante. Cuán equivocado estaba. Y es que lo prejuicios sólo sirven para llenar nuestro camino de obstáculos e impedirnos conocer el mundo con plena libertad. Así que si alguno de los lectores de este artículo piensa de la misma manera que mi yo del pasado, le animo encarecidamente a aventurarse sin pensarlo dos veces al estimulante universo que nos presenta Arthur C. Clarke en esta obra de 1968.

2001: Una odisea espacial es una novela que me ha sorprendido muy gratamente, ya que consiguió lo que muy pocos libros consiguen cuando me dispongo a leer ciencia ficción: transportarme a una visión expandida y enriquecida de nuestro propio mundo según mis sueños y anhelos más profundos y que además, lo haga de forma sólida y sin titubeos. Llegar hasta donde nuestra ciencia y tecnologías actuales no nos permiten llegar y hacerlo, además, con una credibilidad y una fuerza tan abrumadoras que uno no puede más que cerrar los ojos y dejarse llevar con una sonrisa esculpida en el rostro. Esta es una razón más para amar la literatura y me compadezco de aquellos alejados de la lectura, pues están dejando pasar uno de los incentivos más poderosos de la vida.

¿Qué nos cuenta esta novela?

La novela nos ofrece un viaje doble. Utiliza el tejido del espacio-tiempo como la base sobre la que presentar su obra, y esto lo hace de forma magistral. El tiempo y el espacio son dos conceptos que nos empeñamos en separar y en abordar de forma aislada, cuando en realidad el universo funciona justo al revés. El tiempo y el espacio son dos características de una misma cosa: el lienzo de la vida. Así, Arthur C. Clarke desarrolla su historia en un viaje realizado en paralelo por el tiempo y por el espacio, dando a entender de esta manera el modo en el que funcionan realmente las cosas. Además, nos hace darnos cuenta de la importancia de ambas ideas y de cómo la evolución nos empuja en las dos direcciones.

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El libro desarrolla su historia a lo largo de 3 millones de años y de varios millones de kilómetros. El viaje del lector es a la vez el viaje de la humanidad, desde el nacimiento del primer ser humano hasta la aparición del nuevo ser que nos relevará en la evolución de nuestra especie. Y del mismo modo, la historia comienza en las llanuras de África, en el planeta Tierra, y termina más allá de las estrellas. Por tanto la novela nos habla de quienes somos y de dónde venimos, y aporta una visión muy excitante de las posibles causas de los saltos evolutivos en nuestra especie.

El amanecer del ser humano

El libro está dividido en tres partes muy bien definidas. La primera de ellas relata cómo vivían nuestros antepasados, antes incluso de que el lenguaje formase parte de nuestra cultura. Homínidos cubiertos de pelo, incapaces de comunicarse entre ellos más allá de una breve colección de sonidos y gruñidos, para los que la supervivencia era lo único que permanecía presente en su mente. Eran tiempos difíciles en los que todo lo que se hacía era para sobrevivir. Una época tan dura que ninguno de nosotros conseguiría salvaguardar su vida más allá de unas semanas. Esos seres humanos primigenios vivían dependiendo por completo de la luz del sol. Nada se hacía bajo la oscuridad de la noche salvo dormir en sus cuevas. Era la luz del sol la que les permitía sentirse seguros mediante la limitada influencia que eran capaces de provocar en su entorno. La atención estaba permanentemente posada en el presente, y esta estaba al completo servicio de la obtención de comida y agua y evitar los peligros de la naturaleza.

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Una vida tan dura como corta, en la que el mayor placer al que se podía aspirar, más allá del sexo, era tener la suerte de probar alguna vez en toda su vida la miel de un panal. Por supuesto, las picaduras de las abejas era un precio más que justo ante aquella inigualable fuente de éxtasis.

Me extiendo tanto en esta parte porque la disfruté de verdad. El lector se da cuenta de la complejidad de la vida y la dificultad que conservarla conllevaba al vivir en un entorno tan salvaje. El autor nos hace entender cómo el lenguaje y las herramientas marcan la diferencia entre una vida que nadie desearía jamás y la vida propia de la civilización.

Cuando el ser humano comprendió que todos los animales y algunas de las plantas con los que convivía eran fuente inagotable de comida para su comunidad, el sufrimiento provocado por un hambre siempre presente cesó para dar paso a la nueva humanidad, un simple pensamiento que lo cambió todo. Aquellos seres no utilizaban sus recuerdos como un recurso, vivían el presente y reaccionaban a los estímulos que recibían del entorno y de su propio organismo, el aprendizaje no era posible, sólo el instinto guiaba sus pasos.

Un hecho inusual, con la aparición de un extraño artefacto, que para esos seres pasa desapercibido a los pocos minutos tras darse cuenta que no es comestible, lo cambiará todo en la novela, provocando el salto evolutivo que dará lugar al primer ser humano. El nuevo y desconocido tiempo libre que surge como consecuencia de no pasar todo el día tratando de encontrar comida da lugar al inicio del pensamiento.

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El autor relata de una forma deliciosa, cómo el despertar cognitivo provoca todo un derrame de ideas que es imposible detener. Ese desbordamiento empujará al ser humano hasta la conquista de espacios más allá de la superficie del planeta.

En esta parte de la novela no hay diálogos, ni siquiera pensamientos, salvo los propios del narrador omnisciente. Y aunque no pueda parecerlo, esto no supone impedimento alguno para que el lector no pueda disfrutar de la lectura de esta primera parte y enredarse en los pensamientos más interesantes con respecto a la mente humana y su despertar. La lectura se hace deliciosa y el deseo de avanzar en la historia no decae en ningún momento. Es un placer para la mente.

Y bueno, viendo la extensión del presente texto, me veo obligado a dividir esta crítica en varias partes de las que esta será la primera. No sé si resolveré el resto de mi opinión en una o más entregas, pero creo que dividirlo en partes más asequibles es la mejor decisión.

En unos días publicaré la continuación.

Un artículo original de @trenz

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