Historias de la puta cárcel. Capítulo ocho
“Historias de la puta cárcel” pretende ser un relato de ficción con diferentes historias breves e interconectadas entre sí, que reflejan la vida de variopintos personajes en un Centro Penitenciario de España y las circunstancias delictivas que les ha llevado a su ingreso en prisión.
Gran parte de los personajes, lugares, situaciones y casos son reales, aunque maquillados con algunos elementos inventados y añadidos para dar mayor consistencia y uniformidad a los diferentes relatos, así como para mantener de la mejor manera posible la privacidad de las personas implicadas.
Capítulo ocho
La vida dentro de un Centro Penitenciario no difiere mucho de la vida que existe fuera de los muros que lo delimitan. De hecho se puede decir que un Centro Penitenciario no deja de ser una pequeña ciudad, con todos los problemas y contratiempos que esta acarrea.
Las ciudades no funcionan solas, no se autoabastecen por sí mismas; el día a día en una prisión no consiste solo en tener a unas personas encerradas cumpliendo una condena y darles de comer para que sobrevivan. El Centro necesita de un mantenimiento adecuado de sus infraestructuras, limpieza, cuidados de jardinería… a diario hay que realizar infinidad de trabajos de albañilería, fontanería y electricidad, además de limpiar, gestionar las basuras y residuos y un sinfín de diferentes tareas cotidianas.
Existe personal laboral especializado y se contrata a empresas externas para determinados cometidos, pero también se le da la oportunidad a los internos para desarrollar ese tipo de trabajos permitiéndoles obtener unos ingresos nada desdeñables y posibilitando que lleven una vida ocupada y alejada del patio. No hay nada peor del hecho de estar preso que no tener nada que hacer y llevar una vida ociosa; dejar que pasen los días de forma anodina e insulsa; estar tirado en un patio aburrido, dándole vueltas a la cabeza, intrigando y maquinando. Se trata de algo contraproducente para la salud mental que acarrea continuos problemas y conflictos.
Matías era una persona muy activa y necesitaba estar continuamente en movimiento y haciendo cosas, así que su destino en el departamento de mantenimiento le venía como anillo al dedo. Tenía una dilatada experiencia laboral en ese campo y los funcionarios estaban muy contentos con el trabajo que desarrolló los meses que anteriormente estuvo allí.
Pero en esta ocasión Matías debía lidiar con un hueso muy duro de roer; se le asignó realizar trabajos de albañilería en un equipo capitaneado por “el animal”. Pocos en el Centro se explicaban como este individuo podía estar trabajando en ese puesto; de hecho casi nadie pensaba que esa persona, por llamarlo de algún modo, pudiera desempeñar ninguna actividad remunerada mientras otros presos con mayor merecimiento por actitud y buen comportamiento no dispusieran de ese privilegio.
Su nombre real era Carlos, pero el resto de presos le llamaban “el animal”; el motivo no solo era su apariencia física, asemejándose más a un luchador de sumo que a otra cosa, sino por los hechos que acontecieron y derivaron en su condena. “El animal” trabajaba en la construcción y vivía con su esposa y su padre en una humilde vivienda de un barrio cercano a la capital. Aparentaban ser una familia normal, sin problemas conocidos con vecinos o con la justicia, aunque contrastaba la exquisita educación de la mujer con el carácter díscolo de Carlos. Se trataba del típico “bruto”, “zopenco”, “burro”, de carácter empecinado, cuadriculado y con ausencia de modales.
El padre de Carlos era ya anciano y padecía demencia senil. Según reflejaba la sentencia condenatoria, y de acuerdo a las declaraciones de los implicados y vecinos, el anciano apenas podía conciliar el sueño; se quejaba mucho de dolores y por la noche deambulaba por la casa hablando en voz alta, hecho que provocaba que tanto Carlos como su mujer se despertaran continuamente y tuvieran dificultad para dormir.
A Carlos no se le ocurrió otra cosa que liarse a golpes con su anciano padre para que se callara y le ataba a su cama para que se quedara quieto. Esa situación se repitió durante muchas noches seguidas hasta que finalmente la paliza fue tan grande que el padre de Carlos murió. Sin saber qué hacer, a la pareja se le ocurrió meter el cuerpo en la bañera cubierto con bolsas de hielo para evitar su descomposición, esperando tener una idea brillante con la cual afrontar la situación. Tras 48 horas, llamaron a la policía alegando que el hombre se había caído en la bañera golpeándose y muriendo.
Pero los policías en seguida se dieron cuenta de que algo no encajaba. El desarrollo que el juez hizo de los hechos en la sentencia era tremendamente impactante; la autopsia no solo reflejó que el padre de Carlos no murió por una caída en la bañera, sino que el forense determinó que el anciano padecía numerosas lesiones internas en sus órganos así como múltiples fracturas fruto de las palizas continuadas que su hijo le propinó durante semanas. El pobre hombre no se quejaba de ninguna enfermedad, se quejaba de los dolores terribles que padecía por las lesiones internas que sufría y en su demencia era incapaz de saber el motivo de su sufrimiento. Ambos fueron condenados; Carlos por un delito de asesinato con el agravante de maltrato familiar y la esposa por un delito de encubrimiento y colaboración en los hechos.
La experiencia laboral de Carlos jugó a su favor ya que era un excelente candidato a trabajar como albañil dado en gran número de obras existentes en el Centro. Sin embargo “el animal” tenía un concepto equivocado de su trabajo; era muy eficiente pero daba la sensación que no asimilaba el hecho de encontrarse preso y pensaba que la actividad que desarrollaba era suya, como si se tratase de su propia empresa. Tenía malas contestaciones y faltas de respeto puntales hacia los funcionarios lo que le acarreaba muchos problemas con algunos partes disciplinarios. Sin embargo tenía la virtud de no sobrepasar esa delgada línea roja entre lo que podía suponer una advertencia y lo que podía suponer una falta disciplinaria grave y su exclusión del puesto de trabajo. Compensaba su carácter rebelde y contestón con un desempeño laboral muy bueno. Sea como fuere, siempre se escapaba sin consecuencias importantes.
Continuará.
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Amigo, la novela esta poniéndose color de hormiga, la leo con mis cotufas en mano :)
Por cierto, quería comentarte que te quedó espectacular la imágen al final del post, me encanto el difuminado entre el amarillo y el verde.
Un abrazo! @torkot
Muchas gracias. La imagen no es mía, yo me he limitado a ponerle el símbolo de Steemit y las letras, pero la elegí porque me gustó mucho.
Saludos!
A great post. @torkot followedd
Thank you!
Buena la historia. Muy prolijo tu trabajo @torkot .
Muchas gracias!!!