El Maestro del Juego de la Oca (Novela) VI

in #spanish6 years ago

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Recuerdo que entre éstos, nunca había posibilidad de soltar la lengua de don Carmelo, nuestro párroco; no porque el buen hombre no supiera o no quisiera decir nada, frente a las interminables preguntas de un mozalbete que comenzaba a descubrir, y a la vez a interesarse por el mundo que le rodeaba. Sucedía que por aquél entonces, como sigue ocurriendo hoy en día en muchos pueblos pequeños, los curas tenían a su cargo tantas parroquias, que apenas disponían de tiempo suficiente para quitarse el sayal de la misa recién celebrada y salir escopetados hacia otro pueblo, siempre a lomos de su viejo y sufrido borriquillo, con los faldones de la sotana arremangados, la Santa Biblia sobresaliendo del bolsillo y las manos fuertemente cerradas sobre las bridas de un animal, que al contrario que el caballo, nunca sería capaz de correr como el viento, pero que, en contrapartida, uno de sus antepasados había tenido el divino honor de soportar el peso del Salvador cuando atravesó triunfal las puertas de Jerusalén. No obstante, como no hay mal que por bien no venga y como las llaves de la iglesia quedaban en casa para su custodia, guardándolas mi madre en un cajón del aparador del salón, no tenía ningún problema para hacerme con ellas y colarme dentro de la iglesia como si fuera un cazador furtivo acechando a su presa.

Aparte del silencio, que en ocasiones resultaba tan espeso que cortaba la respiración y de esas penumbras, que apenas era capaz de desterrar el diminuto y mortecino rayo de luz que se colaba por los pequeños ventanales, dejando al descubierto los torsos y las caras de dramática severidad de unos santos mortificados –como San Sebastián- que mostraban un supuesto estado de gracia en sus rostros, como dando a entender un infrahumano sentimiento de placer por el martirio -detalle que me inducía a mirar para otro lado, con los pelos de la nuca tiesos como la cresta de un gallo y los dedos cruzados supersticiosamente por lo que pudiera pasar- una de las cosas que más me llamaban la atención, era la pila bautismal.
Situada al fondo de la nave, debajo de un coro, en cuya parte superior los hombres tenían reservado su lugar para escuchar la misa, lejos de los bancos de la nave principal donde se sentaban las mujeres, como ordenaban los cánones de la decencia de la época, su remota antigüedad la convertían en uno de los escasos bienes románicos –por no decir el único- que habíamos heredado de nuestros ancestros. Supongo que por este detalle, y porque para todos en el pueblo había sido ese metafórico río Jordán en el que nos habían sumergido de pequeños para recibir la iluminación del bautizo, su valor ya nos parecía, consideraciones crematisticas aparte, incalculable.

Firmemente adosada al suelo de la nave, tenía una atractiva forma de copa y como todas las de su género, estaba hecha en un solo bloque de granito, lo cual, en mi opinión, decía mucho acerca del esfuerzo y la destreza empleada por los laboriosos canteros medievales, sin otro auxilio que sus rudimentarias y toscas herramientas.

Ahora bien, a diferencia de las pilas bautismales que había visto en las iglesias de otros pueblos vecinos, nuestra pila no mostraba motivos decorativos. Por el contrario, era completamente lisa, aunque su superficie estaba tan esmeradamente pulida, que cuando la alcanzaba un rayo de luz, bien colándose por el pequeño ventanal del ábside bien por cualquier resquicio al abrirse la puerta, brillaba con el esplendor de un pequeño sol. Bien es verdad, no obstante, que el detalle de que estuviera completamente lisa, me decepcionaba bastante y mentiría descaradamente si dijera que no sentía cierta envidia –jamás añadiría lo de sana, pues eso sería una completa hipocresía- cuando veía otras pilas similares, bella y profusamente decoradas con arcos y zarcillos; con cruces y polisqueles; con animales, o aun yendo más lejos, con curiosos personajillos en los que había que adivinar, generalmente, su santa naturaleza, aunque hubiera algún paisano que hiciera jocosos chistes al respecto. De cualquier manera, he de reconocer que con el tiempo aprendí a admirarla como un objeto ciertamente hermoso y no carente, en absoluto, de un rico simbolismo, como muchas otras cosas que ignoraba por aquél entonces.

La iglesia tenía, además, muchos secretos, por lo que se podía afirmar, sin miedo a caer en las trampas de la exageración, que constituía un pequeño mundo por el que aventurarse y cuya exploración, a falta de mejores actividades, prometía, si no gloriosas aventuras, sí al menos interesantes descubrimientos. Uno de ellos, estaba en la parte superior del coro, junto a los bancos donde se sentaban los hombres, cuyas paredes lucían numerosos graffitis, pintados a lápiz, a bolígrafo o simplemente perfilados sin ningún escrúpulo con la punta de una navaja, cuya lectura despertaba siempre el inquieto demonio de la curiosidad. La mayoría, habían sido realizados pocos años después de terminado ‘ese oscuro objeto de olvido eterno’, como decía mi padre, que fue la Guerra Civil. Eran mensajes de todo tipo, incluida alguna que otra poesía de Gustavo Adolfo Bécquer –como aquella que decía: ‘por una sonrisa un mundo, por un beso...no sé lo que daría por un beso’, con la que algún paisano enamorado pretendía cautivar el corazón de la dama de sus sueños, si bien pudiera darse el caso de que ésta no subiera jamás al coro y no viera, por tanto, tan apasionada dedicatoria- así como adendas a vecinos y a familiares.

Por otra parte, si bien la fachada de la iglesia había carecido siempre de la típica losa dedicada a ‘los Presentes’, encabezada por el nombre de ‘José Antonio Primo de Rivera’ y a continuación, el de ‘los caídos por la Patria’ –hasta muchos años después, no supe que aquello en realidad, honraba sólo a los caídos del bando vencedor- había, en el interior de la nave, varias esquelas de metal, que honraban la memoria de algunos hijos de Señuela caídos en los frentes de Extremadura y Teruel. Pero aquél era un tema completamente tabú y en el pueblo nunca se hablaba de ello, como tampoco se mencionaba a don Severino, el maestro de escuela republicano al que un día vino a buscar la guardia civil y nunca más se le volvió a ver.
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Primera Parte: https://steemit.com/spanish/@juancar347/el-maestro-del-juego-de-la-oca-novela-i
Segunda Parte: https://steemit.com/spanish/@juancar347/el-maestro-del-juego-de-la-oca-novela-ii
Tercera Parte: https://steemit.com/spanish/@juancar347/el-maestro-del-juego-de-la-oca-novela-iii
Cuarta Parte: https://steemit.com/spanish/@juancar347/el-maestro-del-juego-de-la-oca-novela-iv
Quinta Parte: https://steemit.com/spanish/@juancar347/el-maestro-del-juego-de-la-oca-novela-v

Sort:  

Qué bien descrita está la atmósfera de aquella iglesia, y la que había fuera de ella, también. La desaparición de don Severino me recordó a Fernán Gómez en La lengua de las mariposas, o al maesto al que cantaba Patxi Andión. Es de lo más triste que le puede pasar a un pueblo :
"con el alma en una nube
y el cuerpo como un lamento
se marcha,se marcha el padre del pueblo
se marcha el maestro."

Salvo esa última parte (que pudo haber sido, puesto que Soria estaba en el bando nacional y hubo paseíllos, por desgracia) lo demás es real. Las pintadas en la pared, las placas con los nombres y las fechas de los caídos, la pila, etc. Lo que más me impactó de la película que citas, fue el final: demuestra claramente que hasta la inocencia se puede corromper. Es una página difícil de pasar. Recuerdo algunas canciones de Patxi Andion, pero no esa. La buscaré.

Con esa descripción me imagino una elegante y sobria pila bautismal!

Hombres y mujeres separados... las curiosidades de la iglesia en aquellos tiempos! Buena escritura Juancar.

Aunque no lo parezca, todavía quedan secuelas en algunas pequeñas comunidades. En los siglos posteriores a la invasión musulmana de la Península, en el arte prerrománico asturiano, los reyes y los nobles tenían la prerrogativa de estar situados en lo alto, en una especie de palco. Hasta tiempos relativamente modernos, había razas a las que se impedía entrar en las iglesias y caso de permitirlo, ocupar un pequeño espacio sin mezclarse con los demás. En fin, cosas y casos que se van superando, afortunadamente.

Las pequeñas comunidades suelen guardar más las tradiciones.
Si, afortunadamente poco a poco se van superando las diferencias de razas y religiones.

Aquí en España, siempre han existido las razas malditas: vaqueiros en Asturias; maragatos en León; agotes en Navarra...A éstos últimos se les acusaba de innumerables cosas: de haber fabricado la cruz en la que crucificaron a Cristo, de haber sido los asesinos del Maestro Hiram, el que construyó el Templo de Salomón y un largo etc. Se va superando, menos mal.

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