Tormenta

in #spanish5 years ago (edited)


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Tormenta

La tormenta resonaba más allá de las montañas, intensos destellos iluminaban todo el cielo, el habitualmente alegre azul cian, se había tornado en un sombrío gris parduzco. A lo lejos, se podía ver los árboles en las montañas sacudirse con violencia de un lado al otro, como una alfombra tupida al ser peinada con la palma de la mano.

A pesar de la violencia que se desataba en las montañas, en el valle, el lago permanecía tan quieto que asemejaba un piso de cristal, no se apreciaba ni una sola onda en su superficie, los peces que habitualmente pululaban de un lado a otro, saltando a atrapar insectos habían desaparecido por completo.

―¡Esto va a estar feo! ―exclamó Ismael, viendo mecerse los pinos ―. En buen momento vino a quedar fuera de servicio el satélite de control climático. ¡En plena temporada de tormentas asesinas!

Las llamadas tormentas asesinas, era un fenómeno atmosférico estacional de Calisto, no era que alguna vez hubiese muerto alguien a causa de ellas, al menos no que se sepa, pero si destacaban por su ferocidad, combinando vientos de más de trescientos kilómetros por hora e intensas precipitaciones, que podían causar el deslizamiento de las laderas de las montañas, por la saturación del terreno.

Sin embargo, no era un fenómeno que se diera con mucha frecuencia, Calisto giraba en torno a su estrella en un periodo de casi cuatro años estándares de Heracles, y la temporada tenia una duración de unos tres meses, y sólo dos o tres tormentas eran lo suficientemente intensas para causar problemas.

Para controlar el efecto de estos temporales, se estableció una red de satélites de control atmosférico que, mediante el uso de intensos láseres, eran capaces de desintegrar las tormentas antes de que causaran daños, sin embargo, el satélite que cubría la región donde se encuentra el bosque del norte de Calisto 4, fue sacado de servicio, por problemas de funcionamiento, poco tiempo antes de la llegada de la tormenta a su zona de incidencia.

―Espero que la estructura resista ―comentó Belinda, mientras se recargaba de una de las gruesas columnas de concreto que sostenían las paredes del puesto de guardabosques del lago, en el bosque norte ―. ¿Todos los drones están fuera de operación verdad?

―Casi todos, los del oeste se desactivarán de último, seguirán patrullando hasta que la tormenta los alcance ―respondió Ismael ―. Mejor vayamos adentro, ya pronto empezará en vendaval.

Al entrar lo primero que pudieron ver fue la pantalla de monitoreo de uno de los drones, que mostraba un mensaje de advertencia. En la rivera de un rio en la región oeste del bosque, a unos diez kilómetros de donde se encontraban, un grupo de cinco hombres pescaban tranquilamente sin prestar atención a la tormenta que se avecinaba.

―¿¡Qué demonios hacen ellos ahí!? ―exclamó Belinda al observar la pantalla ―. Debemos hacer que salgan.

―Hare que el dron les de una advertencia, esperemos que hagan caso ―respondió Ismael.

Sin embargo, los pescadores hicieron caso omiso a la advertencia que les comunicó el dron a través de su altavoz. ―Tendremos que ir allá, los robots no están cerca de la zona, llegaremos antes si vamos en el octópodo ―dijo Ismael, tomando el overol y el casco del perchero al lado de la puerta de salida, lo mismo hizo Belinda.

Afuera el panorama ya había empezado a cambiar, la calma del lago fue rota por cientos de gotas que caían aun levemente, mientras la brisa ya empezaba a tomar velocidad, sacudiendo los pinos de los alrededores.

Subieron al octópodo e iniciaron el camino al sector oeste del bosque, en busca de los pescadores, el viento se fue haciendo cada vez más intenso y las gotas se fueron haciendo más gruesas y abundantes.

―¡Maldición!, esto no era lo que esperaba estar haciendo durante la tormenta ―dijo Ismael, operando la peculiar araña mecánica.

―Enciende los deflectores, esto no me gusta nada, puede golpearnos algún objeto ―dijo Belinda.

Por suerte para ellos el departamento de parques había previsto situaciones como esta y había provisto a los puestos de guardabosques con octópodos dotados de deflectores, sin embargo, no se trataba de barreras de grado militar, su capacidad les permitía sólo proteger a los ocupantes contra impactos de baja velocidad, y de objetos no demasiado pesados.

El temporal los seguía, desatando toda su furia, hojas, ramas y frutas y cualquier objeto que pudiese ser arrancado de los gigantescos árboles, era lanzado como proyectil en la dirección que soplaba el viento, y Belinda e Ismael, corrían a toda velocidad con el viento a sus espaldas.

El deflector era golpeado constantemente por los proyectiles, en una ocasión una pesada rama, que cayó de la copa de los árboles golpeo por arriba la barrera y el impacto empujó las patas del octópodo, haciéndolas flexionarse.

Cuando casi estaban por llegar a la rivera, donde se encontraban los pescadores, repentinamente la tormenta cesó, una especie de agujero se abrió entre las nubes y el brillante cielo color cian de Calisto se asomó entre ellas.

―¿¡Pero que demonios pasó!? ―exclamo Ismael sorprendido ―. Creí que moriríamos.

―Creo que el satélite está nuevamente funcionando ―dijo Belinda aliviada ―. Un poco más y no lo contábamos.

Siguieron avanzando hasta el rio y encontraron a los pescadores, cómodamente sentados, tomando cervezas, con sus cañas desatendidas, montadas sobre soportes a la orilla del río.

―Se puede saber que hacen aquí cuando se avecinaba un temporal ―dijo Belinda, claramente furiosa ―. Casi morimos por venir aquí, ¿Por qué no hicieron caso a la advertencia del dron?

―El robotito volador ―respondió uno, claramente ebrio ―. ¿Qué no era una broma?

―Acaso ustedes son tontos― dijo otro, también pasado de tragos ―. No ven que el satélite de control atmosférico deshace las tormentas, ¿qué creen que fue lo que paso? ―preguntó sardónicamente.

Belinda e Ismael detuvieron a los pescadores, por estar en estado de ebriedad en un parque público y los llevaron en el octópodo camino al puesto de guardabosques del lago, donde los entregarían a la dirección de seguridad. Para su sorpresa, cuando llegaron al puesto, encontraron que todo el techo de la edificación se había desplomado, por el intenso viento, si hubiesen estado allí probablemente hubiesen muerto aplastados.

Al ver aquello, Ismael detuvo el octópodo y se bajó, liberó las esposas de los pescadores, y les dijo que se fueran, tras reprenderlos.

―Qué demonios, los vas a dejar ir, casi morimos por culpa de ellos ―dijo Belinda.

―Más bien, no morimos gracias a ellos ―respondió Ismael.

Texto de @amart29, Barcelona, Venezuela, Octubre de 2019

Otros relatos de la serie La Era de Perseo / Other stories from the series The Age of Perseus

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