Tratarán de buscarme con sus jaurías de sabuesos. Buscarán durante cada cambio de luna, con el trasnocho presente en cada uno de sus pasos, sintiéndose como náufragos cada tarde. Ellos no tendrán el descanso necesario para llamar a casa y decir: estoy libre. Porque siempre habrá que recomenzar la cacería. Entonces se les ocurre llamar sólo para decir: mujer, viste a los niños, tengo que llevarlos al circo y mostrarle cómo se matan los hombres que no quieren alinearse. Cómprales zapatos nuevos. La elegancia es fundamental. Vamos mujer. ¡Apúrate! que el cristal no siempre se ve del mismo color y la luna cambia de día, y puede sorprendernos algún golpe en la distancia y allí está la muerte, allí está.

Pero el descanso no llegaba y los días seguían marchando con indiferencia. El escritorio del jefe estaba lleno de denuncias y este golpeaba con su puño, con sus palabras y la rabia espumaba sus dientes. Las maldiciones iban y venían, y se cagaban en dios, y en toda la miseria del mundo.

¡Ya! ¡ya! Parecía susurrar el viento sobre la ciudad y las excusas iban apilándose en un expediente interminable. Yo estaba en todas partes, mirando, escuchando, única disciplina impuesta, aunque fuera en el bar del señor Rojas, donde la multitud iba a contar chistes y divertirse y mis ojos escrutaban por todos lados y allí estaba uno de ellos disimulando ser uno más en el montón, allá, otro en la esquina leyendo la prensa y comentando en voz alta el parte de guerra del fin de semana. Los conozco bien, sólo saben gruñir. Buscarán, ese será su descanso, honor y gloria.

Ellos dicen que tienes que ser más vivo, porque los muertos lloran a larga distancia; aunque estén en la barra del mismo bar y digan: “yo quiero, mami, mamita. Dime que tú también quieres, vamos, que hacer el amor es sabroso, verdad putica mía que tú eres buena maraca.” Ella lo mira con desgano y dice que hasta los muertos molestan. Yo leo sus caras duras y me da lástima, luego vuelve cuarto menguante, creciente, novilunio y plenilunio y en lo alto los zamuros danzan en la espera.

Hay que desesperarlos, confundirlos. Hoy puedo salir encorbatado, mañana ser un mendigo ebrio; porque si uno cae, el escapulario se manchará de sangre. ¡Ay! ¡Caray carajo! Te lleva el diablo. Quieren tu palabra oculta a como dé lugar, te presentan la muerte, la ves cerquita, te muestra su muela cariada en una sonrisa, se aleja y vuelve, tratando de desesperarte, pero tu palabra se hunde más en la carne y qué importa si la luz es roja o blanca, tú sólo esperas que la muerte vuelva y te arranque el alma de un trancazo.

Ellos buscarán. Caminarán calles y montes. Yo los vigilaré escondido en el rostro de cualquier transeúnte, les haré muy larga la hora del descanso. Sus mujeres tendrán la angustia de visita en casa, ellos llamaran para decirle a los niños que es hora de aprender, deben saber que los hombres son bestias que se matan entre sí, porque la historia así lo reclama, buena presencia y un arma a la cintura por si se presenta la ocasión de ser el mejor y ganarse el botón de honor al mérito. Es preciso que sus hijos sepan que son tipos con las bolas bien puestas.

Ellos lucirán sonrisas desdibujadas cuando se presenten frente al jefe, aunque por dentro se consuman en el fragor de la arrechera y quieran morirse para obtener el descanso necesario.
—Jefe, en la ciudad dicen cosas, en la prensa, en la radio. Ud sabe, seguro mató a confiado, hasta nuestra sombra está bajo sospecha.

—¡Imbéciles!

Buscarán, buscarán...
Al jefe le reventará la úlcera y tendrá muchas ganas de agarrarle el cuello a alguien. Yo miro el almanaque, las fechas se pierden. Estoy sobre la llamada de un teléfono. Clandestino es el aire que respiro. Miro atrás, a los lados, desaparezco.

Mañana dirá la prensa que el jefe fue hospitalizado de emergencia y en las calles hay reporte de unos hombres que han abandonado su vida y no tendrán tiempo para llamar a casa y darles el beso a sus mujeres para la despedida.

La prensa dirá...

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