El nivel 26 tenía algo que lo diferenciaba del resto. Había mucho ruido en él, lo que antes había sido un complejo silencioso y tranquilo, al abrir las puertas del elevador, se transformó en un escenario apocalíptico; gritos que provenían de decenas de gargantas diferentes desolaban la estancia, haciéndola simplemente terrorífica.

—Lamento mucho el ruido de fondo doctor. Todos los trabajadores que hacen vida en este nivel usan protección en los oídos para no afectar su audición durante sus horas laborales; lamentablemente, he olvidado por completo los míos y por supuesto, también los suyos. Espero que pueda lograr concentrarse en lo que verdaderamente importa. ¡La ciencia!

— ¡Pero es que usted es un completo psicópata! ¡¿Qué se supone que es esto?!— Preguntó Mijaíl consternado.

— Tranquilícese doctor, son solo unos miserables que nos ayudan con nuestros experimentos. ¿Se acuerda de los nazis? Bueno, mentira era que todos habían sido enjuiciados y condenados en Núremberg. Nuestros espías rusos crearon una falsa ruta de escape cuando la persecución empezó; esos pobres alemanes creían que iban a poder esconderse en Siberia mientras esperaban a que todo se calmara. Gracias a ese trabajo, tenemos ratas de laboratorio a montones.

El silencio de Mijaíl se traducía en repulsión y sorpresa por lo deshumanizado que era su anfitrión.

El nivel 26 consistía en una serie de cubículos alineados uno al lado del otro, organizados en dos filas separadas por un largo pasillo. Científicos y médicos paseaban ajetreados entre cubículo y cubículo mientras tomaban nota en sus historias médicas y diarios de campo.

En cada uno de estos cubículos se encontraban dos camillas ocupadas por par de alemanes que tenían fijado a sus cabezas un dispositivo similar a un casco con mangueras conectadas a una planta eléctrica. A veces estaban sedados, a veces estaban despiertos pero a causa de las correas que los rodeaban, quedaban inmovilizados; otras veces, se encontraban en estado catatónico. Todo dependía de qué cubículo se observase.

—Aquí puedes ver uno de nuestros más grandes orgullos en acción, el Cañón Lavacerebros. Es un dispositivo que dispara microondas que interrumpen la actividad eléctrica de las neuronas. La idea es usarlas contra el enemigo para que queden completamente incapacitados, sin moverse, sin nisiquiera poder pensar. Actualmente nuestros cañones poseen un alcance bastante reducido, por eso usamos cascos en este momento, pero cuando logremos sortear ese obstáculo, podremos disparar el cañón a emplazamientos enemigos y hacer operaciones de infiltración con la seguridad de no entrar en combate alguno.

— ¿Y qué hay de esos que están catatónicos?

—Bueno dr. Petrov, usted sabe como es la ciencia. A veces acertamos, muchas fallamos. Esos son sujetos que se les aplicó un exceso de microondas, aparentemente sus neuronas no quieren volver a funcionar. Estamos esperando a que finalicen los efectos de los sedantes a ver si así reaccionan, pero la mayoría ya da por perdido a los especímenes.

— ¡¿Pero por qué tantos gritos si los sedan a todos?!

—Un pequeño efecto secundario del cañón. Aparentemente, la misma frecuencia que usamos para detener los pensamientos y motricidad, estimula en sobremanera el área del cerebro relacionada al dolor. Es un problema que debemos solucionar, tan solo imagínese una centena de soldados gritando en una base, no sería la manera más sutil de ingresar en territorio enemigo… En fin, tenemos que seguir andando doctor, se nos hace tarde. Acompáñeme de regreso al elevador.

Dieron media vuelta y regresaron por aquel pasillo lleno de gritos y miseria, directo a aquella caja de metal que los llevaría al piso inferior.

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El ascensor abrió sus puertas y el límpido suelo blanco les dio la bienvenida al piso 27. En este nivel, se sentía un silencio tenso en el ambiente, como si una muchedumbre de personas esperaran aterradas una muerte anunciada en lugar y día, pero no en hora exacta.

Mijaíl lo pudo percibir, el peso del ambiente hizo templar sus rodillas que articulaban pasos obligados por la situación. Aquel tour de espacios científicos había pasado de ser interesante, a perturbador.

—¿Q..Q…Qué hay acá?— Preguntó Mijaíl.

— ¿Lo sientes verdad? Este piso está dedicado a la investigación del ántrax como arma biológica, bueno, debería decir “pisos” ya que son 3 los que ocupan este espacio. No creas que es porque necesitamos muchos laboratorios, este es el piso donde se realizan todas las pruebas, el de arriba y el de abajo solo sirven de protección; ya sabes… en caso de algún accidente.

La piel desgastada de Mijaíl perdió el poco color que tenía y sus ojos parecían perdidos.

—Tranquilo, aún estamos bastante seguros. No hemos entrado a la recámara principal donde se encuentran almacenadas las esporas, para eso tendríamos que usar trajes especiales y realizar un protocolo de seguridad bastante fastidioso a decir verdad. Los biólogos han hecho todo con mucho cuidado, pero todos los trabajadores de este piso viven su jornada laboral como si fuese la última de sus vidas. Quisiera yo que fuese en el buen sentido, pero los muy torpes se la pasan temblando como gallinas…Vamos, entremos.

—Yo no me voy a mover. Estás loco.

—Es cierto, estaría completamente loco si decidiera arriesgar la pieza clave de nuestra investigación principal sólo para jugar con bacterias un rato. Tranquilo, llamaremos al Dr. Zulkei para que venga a hablarnos sobre su trabajo.

—Vámonos, no necesito saber nada de esto.

—Lástima, usted se lo pierde; pudieses haber aprendido mucho sobre cómo enviar ántrax a países sin posibilidad alguna de ser detectado…

Regresaron al ascensor y Lavrov marcó el piso 29, lugar donde se encontraba el equipo de investigación de la Sangre de Dazhbog.

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