En esta oportunidad vengo a traerles el cuarto capítulo de mi cuento de ciencia ficción ambientado en la antigua Unión Soviética Sangre de Dazhbog. Me he atrasado un poco esta publicación pero les prometo que las siguientes actualizaciones no se harán de esperar. Espero que lo disfruten, y si no han leído los anteriores capítulos, pues los invito a hacerlo antes de adentrarse a esta lectura.

Mijaíl y Lavrov entraron a un carro negro con vidrios oscuros. El área del conductor estaba separada de los asientos traseros por una ventana que no dejaba traslucir haz de luz alguno; los asientos eran de un cuero fino y había un mini bar en medio de los dos.

—Quiero que te relajes y me cuentes sobre ti. ¿Te apetece un buen Vodka Stolichnaya?— Preguntó Lavrov de manera resuelta.

—No quiero nada de ti ni de nadie, quiero que me digas a dónde vamos.

—Vamos al Complejo, pero no puedo decirte donde queda, de hecho, debes ponerte esto para poder salir de la ciudad. En un par de horas te lo quito— Dijo Lavrov mientras le mostraba una gruesa tela negra.

Mijaíl se colocó la tela que le obstruía la vista. El frío ruso hacía que no se asfixiase y la voz de Lavrov empezó a calmarlo poco a poco. El director del Proyecto le explicó con lujos y detalles la situación actual de la investigación. Contó que poseían solo 1 litro de Sangre de Dazhbog y estaba contenida dentro de una cámara hiperbárica de titanio para controlar su inestabilidad. También le habló sobre sus propiedades físicas, era capaz de disolver en menos de 5 segundos todo tipo de materia orgánica, pero se comportaba muy bien al estar en contacto con metales; por esta razón, la Sangre de Dazhbog era un gran candidato para ser usado en balas y todo tipo de misiles.

Resultaba que necesitaban realizar una tercera expedición al Pegtymel para identificar el origen de la Sangre, querían ver si podían capturan un poco más de la sustancia para poder empezar a realizar pruebas balísticas con el nuevo componente mortal. El trabajo del profesor consistía en realizar investigación de campo, sus avanzados conocimientos en química farmacobiológica descartarían o confirmarían el posible origen biológico del compuesto.

—Ya puedes ver de nuevo, disculpa las molestias. Protocolos, nada personal— Dijo Lavrov mientras retiraba del rostro de Mijaíl la tela negra que obstruía su visión.

Llevaban un par de horas conduciendo, se encontraban a las afueras de la ciudad. El cielo de mediodía era iluminado tímidamente por un sol moribundo entre tantas nubes y frío. A cada lado de la carretera se encontraba la misma fila interminable de pinos coronados por una ligera capa de blanca nieve. La velocidad del automóvil creaba la ilusión de un horizonte de tres franjas eternas; una marrón, una verde y otra blanca. Tal monotonía hacía imposible que Mijaíl supiera con exactitud dónde estaba.

El automóvil dejó la autopista principal, girando hacia un pequeño camino de tierra que se encontraba al lado derecho de la carretera, se adentraban en lo profundo del denso bosque. El sol terminó de perecer y una obscuridad se hizo dueña del mediodía ruso. Aquel bosque no solo bloqueaba los rayos del sol, también bloqueaba todo tipo de sonido que entrase; se encontraban en un silencio absoluto donde el susurro del viento se convertía en gritos de angustia e incertidumbre. Al cabo de media hora el bosque se interrumpió súbitamente dando lugar a un helicoide secreto. Un gran helicóptero los esperaba con sus turbinas ya encendidas.

—Vamos doctor, aún queda camino por recorrer. Debemos abordar el helicóptero, prometo que al bajarse del mismo, estará más cerca de su familia.

—Pensé que llegaríamos con el automóvil al Complejo. ¿Tan lejos queda?

— ¡Pero qué inocencia doctor! ¿De veras creyó usted que un complejo secreto de máxima seguridad y tecnología se encontraría a simple vista? La Madre Rusia tiene pudor y sabe disimular muy bien sus atributos.

Bajaron del carro sin compañía, al llegar al helicóptero dos encapuchados los esperaban para ayudarlos a ingresar. Sus armas largas brillaban amenazantes pajo la luz que dejaba entrar el claro artificialmente creado.

— Espero que disfrute del viaje doctor, mi trabajo no es solo contarle los avances de la investigación. Me he tomado la molestia de venir a recogerlo porque quiero asegurarme personalmente que se le trate como merece. Por eso me duele tanto decirle que debe volver a obstruir su vista. Prometo que será la última vez que deba hacerlo en este viaje.

El sonido del motor haciendo girar constantemente las hélices generaba un sonido constante que terminó por arrullar al cansado doctor; no había logrado descansar desde hace 2 días y el ruido del motor fue suficiente para desconectar su ya anciano cuerpo a pesar de todas las preocupaciones que lo invadía.