Mijaíl se tomó un tiempo para digerir la escena. La cabeza le daba tumbos como si se hubiese bebido todo el licor disponible en la fiesta, solo que él había no bebido más que el champagne del brindis. Cerró los ojos rogando que aquel movimiento telúrico cesase pronto; solo en ese momento fue consciente de lo que su dedos palpaban; una caja de cartón que posaba en su regazo. Quién iba a pensar que el futuro de Mijaíl y el de su familia —la pequeña Sasha, el bebé Yuri, el joven Sergei y quién sabe cuántos más—estaría contenido en ese cubo marrón.

No pudo abrirlo, tenía miedo. Sus dedos tamborileaban la caja ansiosos, sus ojos miraban fijamente aquel cubo como queriendo averiguar qué había en él, pero su corazón palpitaba aceleradamente, desbocado, queriendo huir lo más lejos de tan misterioso paquete.

Mijaíl pasó un par de horas imaginándose cómo se sentiría su familia en este momento. Ellos estarían preguntándose confundidos el por qué de su reclusión. No les dirían nada, tomarían solo agua y comerían un poco de pan duro, pero solo eso. Así eran esos animales de la KGB. Empezó a sentirse culpable, empezó a llorar copiosamente dando por muerta a su familia, sintiéndose el homicida aquella injusticia.

Luego de unos minutos, con la respiración entrecortada por espasmos, adquirió una curiosidad enorme por aquella caja que era motivo del secuestro de sus familiares. Se levantó como pudo y caminó hacia la cocina llevando el paquete bajo el brazo. Prendió la luz y tomó el cuchillo más grande que tenía. Su dolor se transformó en ira al tomar aquel arma, miró la caja con odio y alzó el filo para apuñalarla deteniéndose al recordar la amenaza del mensajero, “si fracasas, habrán consecuencias”. Suspiró fuerte y puso el cuchillo a un lado. Las lágrimas empezaban a marcar pequeños círculos en el cartón.

Abrió con resignación el paquete, viendo a primera vista un extraño conjunto de elementos; unas 500 hojas de documentos, un cilindro sellado y una cajita de oro. Optó por ignorar la copiosa montaña de letras mecanografiadas y tomó en sus manos el extraño cilindro. Vio que uno de sus extremos podía ser girado, y que al hacerlo en dirección opuesta a las agujas del reloj, ese extremo iba desprendiéndose del resto del cilindro. Al quedarle la tapa en una mano, miró hacia el interior del agujero como esperando a que algo malo saliera de allí, pero nada pasó. Introdujo su brazo y extrajo un papiro al parecer muy antiguo enrollado con mucho cuidado y atado con una cinta de seda roja con inscripciones en bordado de oro. Las letras eran irreconocibles, parecían más bien petroglifos antiguos de algún lugar de Chukotka. Retiró la cinta y extendió el antiguo papiro con mucho cuidado. Era un mapa de Chukchi de la región del río Pegtymel. El mapa tenía marcada una equis cerca del delta del río, y tenía dibujos hechos por una tinta roja extraña que representaban una especie de animal cuadrúpedo con una cola muy larga. Esto era algo realmente extraño, ¿por qué la KGB tendría un viejo mapa Chukchi, y por qué se lo han dado a él? Un escalofrío recorrió su cuerpo producto de un terror negro e incontrolable; ya no quería abrir la cajita de oro, así que empezó a hojear el extenso documento.

La primera página tenía como título “LABORATORIO DE INVESTIGACION PARA EL DESARROLLO DE ARMAS QUÍMICAS. PROYECTO ALPHA-PINO- 27403.” Una tinta roja producto de un sello enorme marcaba claramente:

“ARCHIVO CLASIFICADO. SECRETO DE ESTADO”.

Las primeras 200 páginas estaban llenas de mapas similares al del papiro, estos iban acompañados de los resultados de cientos de estudios topográficos, geominerológicos, radioactivos y otra decena de gráficas cargadas de información científica. El estudio que más llamó su atención fue el que arrojó altos índices de radioactividad en una zona que coincidía con la marcada con una equis en el antiguo mapa, los niveles eran tan altos que ningún humano podría acercarse sin morir. Sin embargo, ahí no había nada, ningún reactor, ninguna bomba anteriormente detonada, ¡nada! O bueno, por lo menos eso creía Mijaíl.

Al seguir con la lectura se dio cuenta que la radiación era atribuida a una sustancia viscosa y extraña. El extraño compuesto fue identificado por una comisión de científicos que lograron transmitir su hallazgo vía radio antes de morir convulsionando y expulsando espuma por la boca; una posterior expedición preparada con fuertes trajes antiradiación se encargaron de triangular la transmisión, identificar su ubicación y retirar la sustancia que fue hallada en las profundidades de una cueva cerca del delta del río.

Esta sustancia nunca antes vista por el hombre era de un color verde fosforescente, irradiaba luz propia y ni el mejor ICP-MS disponible pudo identificar qué elementos componían tan extraña sustancia. Solo sabían sus propiedades radioactivas y que era altamente corrosiva al contacto con materia orgánica.

Mijaíl no necesitó seguir leyendo, ya había entendido el por qué de la visita de la KGB a su apartamento. Miró con terror la cajita de oro, la tomó y la observó por un buen rato. Era perfectamente cuadrada, el oro era de una pureza muy alta, y parecía ser de pared gruesa pues la pequeña caja que cabía en la palma de su mano, pesaba lo suficiente para cargarla con dificultad aún usando ambos brazos.

Presionando una especie de botón, la caja se abrió generando un sonido de gas presurizado dejando al descubierto una cápsula de titanio que albergaba una intensa luz verde.