En esta oportunidad vengo a traerles la tercera parte de mi cuento de ciencia ficción Sangre de Dazhbog; una maravillosa historia de ciencia ficción inspirada en la antigua Unión Soviética. Espero que les guste.

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Cerró la caja rápidamente y a pesar de ello, la cocina siguió iluminada de verde durante un tiempo. Mijaíl no sabía qué hacer, el tiempo había pasado inclemente durante la lectura del documento, y los primeros rayos del sol empezaban a colarse a través de las cortinas.

Su falta de sueño no le afectaba a causa de la adrenalina que fluía por sus cansadas venas. Resolvió por hacerse unas gachas de sémola para aplacar el revuelto estómago. Mientras comía pensaba en el futuro, en qué pasaría ahora.

Había leído todo el documento, comprendía que dicha sustancia extraña quería ser extraída del Pegtymel para posteriormente ser trabajada en los laboratorios y usarla como arma química; una especie de napalm ruso que pondría a los americanos a temblar. Sin embargo, aún desconocía el rol que iba a desempeñar en dicha tarea. El espía que le entregó el paquete no había dado información de ningún tipo salvo su infame amenaza, estaba claro que lo volverían a visitar pero no sabía cuándo.

Pasó el resto de la mañana estudiando todos los experimentos realizados; cada gráfica, cada dato estadístico fue extensamente analizado por el viejo doctor. Por más que se esforzase, no lograba dar con el origen de la sustancia, concluía al igual que el resto de científico implicados en los experimentos que, aquella líquido viscoso verde era de origen completamente desconocido.

El equipo de recolección ubicó la sustancia en el suelo de la cueva a unos 2000 metros por debajo del nivel del mar, brillaba intensamente iluminando la ropa de los primeros científicos que la identificaron. Ni siquiera sus huesos quedaron del contacto con el misterioso compuesto.

Mijaíl estaba aterrado, y con mucha razón. Los mejores científicos de la KGB no habían podido dar con el paradero de lo que llamaron “Sangre de Dazhbog”, (haciendo referencia al dios del sol eslavo) nada garantizaba que él si daría con la respuesta del misterio. La KGB necesitaba entender la composición de la Sangre de Dazhbog pues solo así podrían reproducirla en masa. Lo poco que poseían debía estar almacenado en alguna bóveda secreta, y la muestra que le entregaron sería una porción importante de la sustancia disponible a la mano. El doctor veía su fracaso, el miedo no ayudaba, bloqueaba su mente brillante y hacía imposible la tarea de empezar a realizar posibles teorías.

Dejó a un lado el documento y miró de nuevo el mapa guardado en el cilindro. Lo sacó de ahí y volvió a contemplarlo en búsqueda de pistas al misterio. El lugar que marcaba la equis coincidía perfectamente con la cueva donde se halló la Sangre de Dazhbog, el resto del mapa era una representación bastante acertada de Chukotka, algo sorprendente para la antigüedad del mismo. Solo quedaban esos extraños dibujos pintados con algo que parecía sangre, ese animal de cola larga parecía un sin sentido en antiguo mapa, no veía conección alguna con la equis, con la sustancia misteriosa. Había memorizado las 500 páginas del documento y en ningún lugar se mencionaba algún dibujo, alguna pintura rupestre encontrada en la cueva o sus alrededores.

La puerta del apartamento volvió a sonar, solo que esta vez la persona no necesitó de Mijaíl para entrar, tenía llave del sitio y sin esperar bienvenida se sentó en el sofá del recibidor. El científico lo miraba desde la cocina, era otro hombre de negro solo que más pequeño delgado y viejo que el primero. El personaje vio que estaba siendo observado y se quitó el sombrero fedora para mostrar su rostro.

—Quiero ofrecer mis más sinceras disculpas doctor, esos animales del departamento de mensajería no tienen ni el menor de los modales. Yo soy el doctor Lavrov, es un honor para mí estar frente a tan gran eminencia del mundo científico— dijo la nueva visita mientras se ponía de pie para recibir a Mijaíl.

— ¡¿Qué quieres y qué haces en mi casa?— gritó el doctor fingiendo una ficticia valentía delatada por su voz quebrada.

—Soy el director del Proyecto ALPHA-PINO- 27403, he venido personalmente a darle la bienvenida al proyecto y agradecerle por contar con su apoyo.

—No tengo de otra. Maldito Stalin y su legado de miseria.

— Tranquilo doctor, su familia está a salvo. En este momento está en el Complejo Secreto 3-A; el mismo en el cual se encuentra nuestro laboratorio. Tienen unas cómodas habitaciones y comen tres veces al día. Queremos que ellos no sean motivo de distracción para usted, de esta manera podrá dedicar todo su genio al proyecto.

— ¡Maldito monstruo! Ni se te ocurra ponerles un dedo a los niños.

—Estimado Mijaíl, lamento decirle que el cuidado de sus familiares no es mi responsabilidad, está fuera de mi jurisdicción el tema del hospedaje de nuestros visitantes.

El doctor Mijaíl se deshizo en llantos dejándose caer en la silla del comedor. Lavrov aprovechó el momento de debilidad para acercarse al doctor, sentía lástima por él, y con la voz más tierna que pudo ofrecer le dijo —Tenemos que irnos doctor, el carro nos está esperando abajo. Ya estamos un poco retrasados—.