La demora de la antesala

Hablar en favor del pecador para explicar sus pecados nunca ha sido una opción viable y en mi vida yo los he cometido todos, así que no tengo nada que decir. ¿Qué es lo que quieres hacer conmigo? Hazlo de una vez y acelera el trámite. —Le decía yo a mi oscuro guardia que no me quitaba de encima la mirada— No hice lo que se esperaba de mí, humillé a mi pueblo, traicioné a mi gente y aún la férrea voluntad de mi padre yo la rompí en mil pedazos. ¿Qué más quieres ya he confesado? Cierra de una vez el caso y puedes darme por condenado. —Nada decía mi vigilante e incluso me estaba pareciendo que ni siquiera respiraba— No me asusta tanto el futuro tormento como no saber cuánto tardará esta demora endemoniada. Fue mío el yerro, yo traje el caos, por mí se produjo la guerra. Ejecuta la justicia, ¿qué es lo que esperas? No eres acaso tú mismo el juez superior que ha de dictar sentencia, o eres algún títere más que sólo se mueve tras la orden de su amo. ¡Actúa o háblame siquiera!

Ahora tú te retuerces, ahora tú te desesperas pero te olvidas que tu misma soberbia te puso en esta condición de angustia extrema. Si algo te interesa saber sobre la justicia te informo que efectivamente esta se desarrolla a través de superiores sistemas que yo no manejo, son otros asuntos los de mi incumbencia. —Le decía yo a aquel hombre que me lanzaba esa mirada fría típica de su estado— En el fondo amigo mío es la necesidad la que está moviendo todo este entramado. Yo no te juzgo, yo tengo toda la certeza de que lo que hiciste fue absolutamente necesario. Son muy pocos los que entienden cómo es que se da el equilibrio de todas las cosas. —El desdichado parecía no creer que yo le estuviera hablando, sólo hacía muecas y miraba para todos lados— ¿Crees que a mí me gusta la tardanza en saber qué es lo que procede? Te comento que yo ya cumplí mi parte.

¿De qué necesidad y equilibrio estás hablando? ¿Quién es responsable de tenerme aquí encerrado? Mi padre, nuestro “amado” gobernante o seguro alguno de mis hermanos.

Hace un momento decías que fueron tus propios pecados.

Ahora comprendo que eres del tipo de policía bueno que te enreda con tus propias palabras y con su trato melifluo quiere penetrar en tu pensamiento. Quién de todos los hombres que acabo de nombrar es el que me procesa porque de una vez te advierto que diré que ninguno vale la pena. De sus castigos soy consciente pues yo mismo de muchos de ellos fui ejecutor en estas tierras. —Espero alguna respuesta de aquel enigmático agente y siniestro y él tan sólo ofrece un movimiento vago de su cabeza— Yo te juro que diré de mí que sólo hice lo que debía.

Por mí puedes decir lo que quieras, me da igual tu rebeldía. Pero me gustaría contrariarte un poco y tal vez con eso te alivies pues ningún hombre retrasa el siguiente paso sino tu hermana la más pequeña que ha decidido poner en juego la vida para salir en tu defensa. Tal vez tomando tu ejemplo, se opone a todos por lo que te espera. Ha realizado un acto temerario para enseñarle al Mundo lo que es el amor de hermanos. Yo mismo no sé qué venga, ya sólo depende de la Ley y de Ella. —Por toda reacción ante mis noticias el tenebroso personaje que estaba a mi cargo desencajaba cada vez más el rostro diciendo para sus adentros, “¿mi hermana?”— Entiendo que todavía no comprendes nada.

Debes estar de broma y tratando de extraviarme, ¿Qué puede hacer mi hermana que pudiera ayudarme? La más pequeña de la familia, la más débil, la más vana. —Estaba yo seguro que mi vigía me hipnotizaba, o no sé si sería producto de mi furia pues no me sentía dueño de mi alma— Vamos, basta ya de esta charada.

Miro que te cambian los colores y ahora dudas, tal vez estás listo para saber más, puede que pronto la veas. Pues como te dije ella también se enfrenta a la condena. —Yo comprendía que el desgraciado estaba dispuesto si no a punto de encontrarse con su verdadera condición— Tal vez quieras saber a qué se debe su pena. Pregúntamelo pues yo no lo tengo vedado.

¿Qué puede ser? Algún simple desvarío.

Algo así, Ella contra lo dispuesto, te ha enterrado.

—Miro en torno cómo en realidad habíamos estado en el vacío—

—Se ha dado cuenta y ha sentido el frío—

¿Me quieres decir que estoy muerto? —Ya lo había imaginado—

Tu cuerpo condenado a ser carroña en la intemperie. Tu hermana decidió protegerte y ofrecerte la sagrada sepultura. Ella condenada, no se arrepiente y ahora tú y yo lo sabemos, Ella a cambio de tu descanso eterno también acepta la muerte. Ella viene. Pronto podrás preguntarle todo lo que conviene. Agradécele a Ella haber ganado un lugar que como te he dicho, yo no lo sé pero tal vez no mereces.

¿Y tú quién eres?

Unos me dicen la Parca otros, La Muerte.