Fiorella y Adam — Capítulo 5

Adam vestía un chaleco verde raído que permitía ver su joven torso, como una ventana abierta en la mañana. El pantalón era marrón, algo viejo.

– ¡Amor mío, viniste por mí! –exclamó y saltó hacia sus brazos y el rojo de su vestido se fusionó con el verde chaleco de Adam.

–Fiorella escúchame –Adam la apartó de sí. –aprovechemos este alboroto y vámonos.

–Necesito ver a mi madre antes, Adam. –respondió.

–Fiorella tu madre ha muerto. –Los ojos de la princesa se cristalizaron a punto de romperse –Todos están en su lecho, preparándola. Todos excepto mi madre, que está alerta. Aún no sabe que estoy aquí, y que vine por ti. Debemos irnos. –Tiró de ella del brazo, pero se resistió.

–Pero Adam… –comenzó ella. –Mi madre.

–Si no nos vamos ahora, no tendremos otra oportunidad –espetó Adam.

– ¿Por qué la bruja no nos deja en paz?

–No lo sé Fiorella, pero debemos irnos ahora, por favor –Suplicó Adam. Su voz se agitó. Volvió a tirar de Fiorella por el brazo.

Fiorella se resistió de nuevo.

–No quiero irme sin ver a mi madre, Adam –dijo y un sollozo se empezó a acercar.

–Amor mío –empezó Adam en un susurro –por favor escúchame. Necesito que confíes en mí y nos vamos cuanto antes. Ahora eres la reina, y eso pone peor las cosas. Ahora no solo Rea te va querer aquí todo el tiempo, sino los ancianos, y todos en el castillo.

Fiorella asintió con pesadez.

Mientras huían vieron la sombra gigante de Blaine un par de pasillos más adelante. Se apretujaron contra las paredes y contuvieron la respiración. Si estaba Blaine, estaba Dax y si estaba Dax estaba Rea. ¡Maldita sea! No podía estar peor la situación. Si alguno de ellos los veía todo habría acabado. Quedarían confinados a vidas infelices: Fiorella con una vida que consistiría en su habitación y en el salón principal. Adam fuera de los jardines de Florelia, lejos del amor de su vida. Adam maldecía toda la situación: maldecía a todas las personas que estaban en contra de su amor. Blaine olfateó el aire y se puso en guardia. Detuvo su cola y levantó ambas orejas, no muy lejos estaba el gordo Dax.

Fuente

– ¿Qué hueles Blaine? –preguntó el gordo con su voz fofa.

El perro empezó a caminar lentamente en dirección a los enamorados, ambos detuvieron la respiración e inconscientemente se tomaron de la mano. Todo había acabado. Los encontraron.

Tanto esfuerzo a la basura. Tantas horas perdidas, tantos días quedarían en el recuerdo de lo que pudo haber sido una vida entera juntos. De nada valió el sacrificio de Rose. Fiorella apretó fuerte la mano de Adam y este a su vez hizo lo propio. Si ese iba a ser su ultimo momento juntos quería recordar por siempre el tacto de su mano sobre la suya, el calor que genera la pasión de dos amantes sobre la piel. Si, él quería quedarse con esa sensación, y ella también. Dos flores que se niegan a florecer separadas. Dos flores que se niegan a soltar sus raíces la una de la otra.

– Adam, no quiero perderte – susurró Fiorella, al borde de las lágrimas.

Las palabras de Fiorella se le incrustaron en el alma, como esquirlas de acero. Solo imaginar aquella posibilidad le daba un vuelco en el pecho. Adam fingió una sonrisa. Él tampoco quería perderla. Él solo quería amarla, pero no debía demostrarle miedo ni inseguridad. Después de todo había jurado ser su protector.

– No lo harás, Fiorella – dijo y él mismo quería creerlo. – No me perderás.

Blaine se acercaba despacio, como el cazador que era. No había escapatoria.

Un cuerpo se acercó a través de las sombra del pasillo empujando un carrito, tropezó y dejó caer la comida al suelo.

– ¡Maldición! La comida de la princesa –la voz de Tim fue tan dulce que Fiorella no evitó sonreír de alegría.

– ¡Serás imbécil! –Exclamó Dax – ¡No! ¡Blaine, no! –corrió hacia el perro que se detuvo para empezar a comer el pescado bañado en flores Veraniegas desparramado en el suelo. – ¡Blaine, no! –se agachó para quitarle la comida del hocico y este le mordió la mano.

–Buen chico –dijo Tim mientras reía.

Al otro lado del pasillo Adam y Fiorella aprovecharon el escandalo para escabullirse de nuevo hacia las escaleras y huir tomados de la mano. Ya habría tiempo de agradecerle a Tim el gesto, con flores y todo si era posible, pero ahora había que correr. Alejarse de todo lo más rápido posible.

Fuera del castillo la noche era inmaculada. Los rayos de luz de la luna iluminaban mágicamente los jardines de los alrededores. Era un escenario utópico: Fiorella y Adam, rodeados por el paisaje. A su derecha se encontraban las rosas rojas y a su izquierda las azules, entre ellas habían girasoles, como presagiando su amor. Más allá una pequeña laguna que a su orilla permitía crecer las hermosas flores Veraniegas que tanto le encantaban a Fiorella. Adam tomó una en recuerdo.

Fuente

–Estamos cerca amor mío. –dijo Adam.

Fiorella se acercó y se puso en puntillas para besarle la mejilla.

–Ojala esta noche no acabe nunca –lo miró profundamente a los ojos, como si fuera la primera vez que lo hiciera. Por primera vez notó la diferencia de su estatura con respecto a la de él.

Huyeron a través de los jardines dejando atrás sus vidas. Fiorella ya no sería la reina de ningún lugar mas que del corazón de Adam. Adam ya había abandonado todo por perseguir su felicidad junto con ella. Dos jóvenes que se amaban de la única manera que puede amar un alma pura: incondicionalmente, con las esperanzas en la eternidad. En el castillo la bruja soltaba maldiciones, y en el jardín las flores empezaron a morir.

Fuente