Eduardo Sánchez Rugeles y el libre ejercicio del amor en Venezuela

in #spanish5 years ago

Uno de los más aclamados escritores venezolanos en la actualidad

Eduardo Sánchez Rugeles es mi escritor venezolano favorito. A pesar de ser más joven que los demás escritores de la contemporaneidad literaria del país (tiene poco más de cuarenta años) ya es reconocido internacionalmente y sus libros han sido traducidos y editados en otros países. Obtuvo el Premio Arturo Uslar Pietri gracias a su novela Blue Label/Etiqueta Azul, y el Premio Sor Juana Inés de la Cruz con Liubliana, a mí parecer, su mejor novela.
Esta vez no haré un análisis literario de su último libro 26. Vida de Luis Alberto; sino que aprovecharé la oportunidad para citar unas frases presentes en ese libro y que resumen en pocas palabras un asunto sobre el cual he estado reflexionando durante los últimos meses. Los venezolanos encontraremos reconocimiento e identificación en ellas; y las personas de otros países pueden usarlas para comprender lo que va más allá de los noticieros. La primera frase es la siguiente:

"…el libre ejercicio del amor en la Venezuela de Nicolás Maduro tiene que ser una práctica difícil y exigente".

Creo que Sánchez Rugeles es el único venezolano capaz de expresar esa idea sin caer en la ofensa verbal, provocada por la frustración. Muchos habríamos empleado versiones más crudas de "difícil y exigente". Destaco el libre ejercicio presente en la frase, porque el autor de Jezabel no está diciendo que en Venezuela no se puede amar. No creemos eso. Pero sí reconocemos que ejercer ese amor libremente es toda una prueba de resistencia física, anímica y psicológica. Para una pareja ya adulta, establecida, con trabajos bien remunerados en algunas de las pocas grandes empresas que aún quedan en el país, quizás no sea tan complicado ir al teatro, o al cine, o ir a un restaurant a comer. Pero quiero enfocarme hoy, al igual que Sánchez Rugeles en su libro, en el amor juvenil, en los adolescentes, en los jóvenes que comienzan a entrar en la edad adulta y viven en esos años en que es tan propicio el amor.

"El amor juvenil en Venezuela ha de tener, por instinto de conservación, horarios estrictos, zonas de confort, pocos espacios de esparcimiento. La vida social, por otro lado, en muchas dimensiones, es una tentación inaccesible, porque los costos exacerbados no están al alcance de muchos, porque la noche es solitaria y oscura y porque la oferta de ocio es cada día más limitada."

Ejemplo: Manuel es un joven de diecisiete años que mientras espera para entrar en la universidad (ha tenido la fortuna de quedar en una de ellas) trabaja media jornada en una oficina, cobrando medio sueldo y un poco más porque su jefe es un amigo de su viejo. Quiere invitar a Alejandra a salir, ha estado prendado de ella durante las últimas semanas y por fin, ha decidido invitarla al cine. Ella, cautivada por el joven, ha aceptado. Comienza entonces la querella: una entrada al cine cuesta alrededor de un dólar, lo que parece un precio accesible hasta que recordamos que el sueldo mínimo en Venezuela es de casi siete dólares mensuales. Pero supongamos que Manuel ha ahorrado algo más, para no desanimarnos tan rápido con los cálculos. Los lunes la entrada vale la mitad, por lo que estratégicamente ha invitado a Alejandra para ese día.

Sin embargo, deben llegar temprano, porque centenares de adolescentes también aplican la misma estrategia. Para ello tienen que tomar el transporte público (ir en taxi puede representar una quincena de trabajo) en un país en el cual el acceso al dinero en efectivo está bastante restringido para los ciudadanos (los bancos tienen límites diarios y semanales de lo que se puede retirar y, en la calle, casi nadie dispone de él para comerciar), en el que el deficiente servicio de transporte público ha disminuido en cantidad de unidades circulantes y en la calidad ya ínfima de los vehículos en funcionamiento, al punto de observar en las calles camionetas y camiones llamados, con algo de humor, ruta chivos o perreras, en los que las personas se trasladan en la parte trasera sin ningún tipo de seguridad; y en el que, aunque la historia ha conocido a Venezuela como un país exportador de Petróleo, hay fallas en el suministro de gasolina para las estaciones de servicio.

Luego, deben hacer la fila para adquirir las entradas, espera agradable pues se recrean en sus miradas, pero una segunda fila, la de la comida, pone a Manuel en una difícil situación. Las cotufas (popcorn), el refresco, cualquier snack a la venta, es costoso. No quiere que Alejandra crea que es pichirre (tacaño), quiere que ella entienda lo especial que es que ella haya aceptado venir con él, así que escoge un combo mediano que le cuesta más de una semana de trabajo. Piensa que ya es bastante haber tenido que ir al cine temprano en la tarde como si fueran dos carajitos (niños) por aquello de los costos de los viajes en taxi y el peligro que representa andar de noche en la calle, a causa de la inseguridad, como para también tener que negarle a la muchacha que le gusta, sus chucherías (golosinas).

Pero supongamos que todo sale bien. Supongamos que el servicio eléctrico no se interrumpe en medio de la función (ocurre con frecuencia), que es posible usar los baños del centro comercial para vaciar la vejiga y evitar la incomodidad física (a veces los baños están cerrados), que Alejandra ha quedado satisfecha con las cotufas y rechaza de forma cortés el helado que Manuel le ha invitado con la secreta esperanza de que no lo aceptara. Supongamos que salen del cine y aún es de día, que las paradas de buses no están tan llenas, que el metro no colapsa, que no ha llovido (cuando llueve es aún más difícil desplazarse porque muchas unidades de transporte dejan de operar), que no se ha ido la luz en los semáforos, que abordan una unidad que cobra el pasaje reglamentario y lo más importante, que llegan sanos y salvos a casa. Supongamos todo eso, ¿qué sería lo más normal? querer repetir la velada. Pero para ello, Manuel debe esperar hasta el próximo mes, pues se ha quedado sin dinero.

¿Les parece triste? ¿les suena familiar? he sido lo menos dramático posible, planteando un escenario favorable para los amantes en el que muchas de las cosas que podían salir mal, salieron bien. Pero esa noche, en sus camas intercambiando mensajes en el teléfono móvil ¿cómo creen que se pueden sentir Alejandra y Manuel? la hermosa felicidad de la conquista, del crush, se empequeñece ante la imposibilidad de repetir la experiencia en el corto plazo, o ante la frustración, si otras hubieran sido las condiciones, de vivir en este país. Muchas veces he oído decir a la gente joven que en Chile la gente hace tal o cual cosa, que en Argentina, en España, en Estados Unidos... saben, gracias a aquellos que se han ido, que su adolescencia les ha sido robada, que la experiencia de ser joven y estar enamorado no debería significar tantas penurias, que ese libre ejercicio del amor es una utopía en este país, en esta época.

Agrega Sánchez Rugeles: "No tengo duda de que en esta Venezuela, incluso los amantes más prestigiosos de la historia de la literatura hubieran deseado separarse" y tal vez tenga razón. Quizás Romeo y Julieta, o Dante y Beatriz, habrían claudicado en estas condiciones. Por eso es aún más meritorio y plausible cuando, al caminar por la calle, podemos encontrarnos a una pareja joven caminando de la mano, esperando un bus, sentados en un parque, abrazados en un vagón del metro atestado de gente, porque a pesar de las dificultades, siguen apostando al amor y aunque no se den cuenta, están ganando la batalla: están venciendo la realidad. ¿Qué mejor prueba que esa de que el amor es lo más poderoso que hay en el mundo? Espero que Manuel y Alejandra no se rindan y espero que dentro de un plazo no muy largo puedan ejercer su amor libremente. Lo merecen. Todos lo merecemos.

Reseñado por @cristiancaicedo


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