Olé torero (Cuento) Primera parte

La música suena llenando la tarde de los acordes acompasados de la banda situada al lado derecho de la salida de los toros.
Los animadores de la fiesta con paso lento recorren el ruedo.
Miguel Domínguez está situado en el centro de los tres matadores que alegrarán la tarde taurina de la feria.
Va mirando a ambos lados notando en la cara seria del par, los momentos de enigma que les esperan dentro de poco minutos.
Se siente importante y a la vez pequeño ante los dos jovenzuelos que le acompañarán en la faena.
Los banderilleros, picadores, ayudantes, verdugos, les acompañan en el paseo inicial.
Terminado este, esconde su cuerpo en uno de los burladeros y espera el anuncio del primer astado.
Un hombre con dicho anuncio se coloca en el centro del ruedo y efectúa una circunferencia en este, para que el público pueda leer los datos del primer animal.
Solo puede distinguir el nombre dado: Mandingo.
Mientras toma su capote para esperar la salida del toro, echa una ojeada a la barra de sombra colocada directamente a sus espaldas.
El rostro ansioso de los espectadores resalta entre todos los gestos, sedientos de sangre, anhelantes de ver las arremetidas del animal sobre el hombre temerario que se le enfrenta.
Allí hay reunidos hombres de diversos estratos sociales.
Desde el buhonero hasta el ejecutivo de la importante empresa, aficionados que llevan la fiebre de la fiesta brava en las venas.
Mujeres de todos los portes.
Hermosas hembras que desahogan una pasión entre la lucha desigual del hombre armado y el no tan indefenso animal que posee la bravura innata de su condición.
Burguesas y pobres que han ahorrado durante todo el año para asistir aunque sea a una de las corridas de la feria.
Él se siente por eso importante.

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