En aquél lugar nota los pequeños seres que conoce como Fire Beetle’s, y en torno a ellos, giran las águilas. El gigante tiene la certeza de que en medio de esas alimañas se encuentra la mariposa, y sin dudarlo, aún cuando no la puede ver, extiende las manos y las cierra una con la otra. Las Fire Beetle’s comienzan a picarlo, pero centrado en su labor, mantiene sus manos juntas con enorme cuidado. No quiere que la mariposa sea lastimada, pero tampoco desea dañar a aquellos insectos.

De repente siente un pinchazo desde el interior de una de sus manos, y GaGaton se asusta ante la idea de que podría haber entrado una de las Fire Beetle’s. Al instante otra picadura hace que deje aquél pensamiento a un lado. Un picor va recorriendo su cuerpo, adormeciéndole los sentidos; se siente repentinamente mareado.

Las estrellas en el cielo pasan a verse distantes, y no es porque GaGaton esté alucinando por un veneno. Siente otra picada, y al momento nota como la cascada se oye más fuerte, y los animales en los cielos se alejan de él.

Con el pasar de las picaduras más difícil se le es sostenerse, y para su asombro, los arboles y el follaje ya le está superando la cintura. El suelo se le acerca, los estímulos se vuelven más visibles, y los Fire Bettle’s, antes seres ígneos lejanos, se van convirtiendo en una criatura amorfa de múltiples patas y extrañas bocas.

La mariposa le está chupando el tamaño, y de seguir así, ya no podrá volver a ser un gigante nunca más. En un último instante siente como las palmeras lo están rebasando, y con desesperación, decide separar sus manos de la mariposa, aún a sabiendas de que para esta eso sería la muerte.

Pero aquél acto nunca se concreta, porque al ver el aspecto de los animales que con tantas ansias esperan devorar la mariposa, logra comprender que lo único que puede hacer para mantenerla a salvo es dejar que esta absorba su grandeza.

Entregándose en cuerpo y alma a la vida, el gigante pierde su tamaño. Al dejar de sentir que la mariposa le puya, abre los ojos, y se encuentra atónito por un mundo de proporciones que nunca llegó a imaginar; las cascadas cayendo, el sonido de las aguas, el movimiento de las selva y el caminar de las Fire Betltle’s son algunas de las cosas que acaba viendo en su entorno.

Incluso sus águilas, tan conocidas para él, vuelan ahora de modos que hasta entonces nunca había logrado apreciar. Cayendo estas en picada, vuelan a su salvación, y atacando a los insectos flamígeros, maravillan a GaGaton a pesar del acto voraz que llevan a cabo.

Al separar sus manos GaGaton libera la mariposa, la cual comienza a crecer de forma exponencial, al punto de que sus alas parecen imitar en tamaño y frescura las cataratas de la selva. Aquello es lo más hermoso que GaGaton ha visto, y aunque una parte de él querría recuperar su grandeza, al verla esgrimida de tal modo en aquél ser, su egoísta deseo queda aplacado. Entiende que de cierta forma, la mariposa sí es merecedora de tener tal tamaño, para que todo el mundo la pueda ver, del mismo modo en que se ve el sol que se eleva o las nubes que se aclaran después de formar una tormenta.

Les pide a las águilas que se retiren, porque ya no es capaz de soportar tal violencia, y ayudándolas en la retirada, consigue montarse en una que lo eleva volando hasta los cielos. Sobrepasando la selva, superando la humedad y el follaje, GaGaton ve cuestiones que hasta ese entonces nunca hubiera considerado bellas, y maravillándose con el roce de los árboles con su cuerpo, se ve asombrado ante la naturaleza verde y fértil de aquella estructura llamada hoja.

Al salir de aquél bosque y contemplar la naturaleza que tiene delante, nota un panorama que no puede definir de otro modo que bello. Bajo aquél estado de bálsamo el viaje por los ríos y árboles se le hizo breve, y cuando los pájaros llegaron a su destino, pudo ver a todos los animales que alguna vez albergó en su cuerpo, quienes lo recibieron con enorme entusiasmo y alegría, aunque supieran que aquél era el final de su vida en común.

Con sólo verlos a todos allí, el gigante tiene una certeza. Sí hay verdadera belleza en apreciar la vida desde la perspectiva de una criatura pequeña, aún cuando las mejores cosas sean las gigantescas. A los segundos de tener tal epifanía, una mariposa pasa a su lado, y al notar el patrón en sus alas, tiene otra revelación.

—Estuve tan equivocado.

Caminando, ahora es capaz de entender la visión del mundo de su amigo gigante, y limpiándose el ombligo, se pregunta que belleza le espera en un continente en donde hasta lo más pequeño puede poseer el esplendor de un sol. En tal estado, espera ansioso para ver como aparecerá en el horizonte el amanecer. Cuando llega el día, se da cuenta de que aún le quedan muchas cosas bellas para ver en su vida, pero el sol ya no estaría en esa lista; la visión de aquél astro quedaría tan grabada en su mente que lo vería cada vez que cerrara los ojos, y se levantaría todos los días antes de hora para volverlo a ver en una nueva parte del mundo.