EL ABISMO DE MIS OJOS (Segunda Parte)

in #steempress6 years ago (edited)


Ilustración

 
Saludos amigos que pasan por mi portal, a continuación presento la segunda parte de esta historia, narrada por un personaje anónimo y su particular vida llena de sucesos, si es de interés para el lector esta historia, es de menester comenzar a leer la primera parte, cual dejo justo aquí:

 

EL ABISMO DE MIS OJOS (Primera Parte)


 

Gracias por leerme y espero que este desenlace haya sido de enorme agrado como el primero, les deseo mis mejores vibras, su amigo.

Universo Perdido.

 

El dueño de la mansión era el señor Mario Luis Almagro, se le podría considerar dueño de casi todo el Estado por su impresionante poder, hombre sagaz cuando requiere serlo, pero generalmente tranquilo. Su esposa Ernestina Claridad de Almagro Fuentes, era una mujer fría, calculadora y para nada sutil en sus punzantes palabras, miraba alrededor como si todo fuera tan trivial para ella, y una sonrisa en su rostro era casi un milagro.

 

Los Almagro solo tuvieron una hija, su única heredera, futura dueña de su imperio, la señorita Sonia Clara Almagro, tenía diecisiete, mi edad para aquél entonces, su vida de lujos enclaustrantes y pretensiones arregladas la conllevaron a una infelicidad notable en su rostro, había sido criada para ser la joya de todo el valle, su casa era una prisión de oro y perlas y donde ella misma se aburría y se cansaba del destino ya trazado que sus padres escribieron para ella.

 

Sonia se ocultaba en las abandonadas y polvorientas habitaciones del último piso de la mansión, leyendo sus innumerables libros, mirando por las ventanas y tragaluces con ojos encendidos de pasión y de libertad, añoraba una vida menos apretada y más venturosa donde fuese ella la dueña, y ese sueño iluminaba sus ojos claros azul celeste, y su hermoso rostro de virginales facciones.

 

En su mundo, era como las sílfides de las praderas, libres, misteriosas y sin ataduras; ante los ojos de la sociedad, era la estirada, la inalcanzable, la poderosa heredera de un vasto imperio y la futura prometida de un señor magnate que con sus privilegios sería casi omnipotente.

 

La mansión de los Almagro no quedaba muy lejos de nuestra casa, estaba a unos 15 km de la ciudad, pero si era un trabajo levantarse temprano e irse a dormir temprano también, respondíamos siempre el llamado de nuestros quehaceres y casi nunca veíamos a ningún miembro de la familia por los lugares en que los sirvientes frecuentábamos.

 

Me gustaba mucho también, en mis horas libres, ir al último piso de la mansión a distraerme un poco en aquellos solitarios pasillos y habitaciones. Ese lugar, lleno de muebles cubiertos por sábanas blancas, tapicería vieja y corroída, piso de madera obtuso y rechinante, pintura seca y caída, techo bajo y pasillo pequeño pero a cada lado habitaciones enormes y desoladas, era perfecto para leer durante el día, siempre era cuidadoso de no encontrarme a la señorita Sonia por esos lugares porque sabía que al medio día nunca estaba.

 

Pero un día, mientras me disponía a pasear por aquellos solitarios pasillos me la encontré, estaba en la habitación al final, llorando, con un libro en sus manos, yo la miraba desde la puerta penoso y esperando poder huir sin que notara mi presencia, pero el piso ruidoso de madera me delató; ella alzó la mirada y me miró un poco sorprendida.

 

−¡Espera no te vayas!− Me dijo extendiendo su mano, suplicante y con voz suave pero angustiosa a la vez.

−Quiero pedirle disculpas, no fue mi intención molestarla, no sabía que estaba aquí.

−Tranquilo, no te preocupes, sé quién eres, el chico que trabaja en la cocina, lo sé porque te he visto allí sin que notaras mi presencia, me ha llamado la atención que siempre usas esas gafas y nunca te las quitas.

 

Al ver que ella estaba cada vez más y más curiosa por mis gafas oscuras, le dije la misma excusa que mi madre le decía a todo el mundo, sobre mi supuesta enfermedad fotosensible y mis retinas dañadas.

 

Quería a alguien con quien y hablar y me explicó el motivo de su llanto; me dijo que sus padres convocarían una fiesta con la alta sociedad de todo el Estado, para buscarle marido ya que estaba pronta de cumplir sus dieciocho años, los más prometedores y poderosos herederos de la fuerza política y social iban a competir por su mano.

 

Estaba devastada, indignada, con ganas de salir huyendo, tenía alma de artista, libre, afligida como un ave enjaulado, prefería morir que ser la esposa sumisa de algún pretensioso y frío hombre de alta alcurnia.

 

Se desplomó de nuevo en llanto y yo traté de consolarla, sostuve su mano, esa bella y delicada mano, era suave al tacto y llena de temores, esa mano, la más codiciada por hombres ambiciosos que solo quieren tenerla para incrementar su poder, esa mano oprimida, infeliz, sometida, que ha perdido la batalla por un destino cruel y para nada deseado por ella.

 

Hablamos un poco y la hice sentir mucho mejor, me mostró uno de sus libros favoritos, La canción de Rolando, nos reuníamos a veces y lo recitábamos durante horas hasta comprender su significado.

 

Relatábamos en voz alta cada verso, ardiendo en cada palabra las hazañas del temerario Roldan, blandiendo su poderosa espada contra los ejércitos moriscos. Cada vez que nos reuníamos hacíamos divertidas representaciones teatrales, interpretando a personajes de esa historia.

 

Nuestros gustos pasionales nos hicieron amigos rápidamente, y me sentí bastante satisfecho por haber aliviado aquella desdicha que la acongojaba. Pasaron meses y Sonia y yo nunca rompimos nuestro lazo de amistad; Ella, inteligente, rebelde, divertida, de belleza impecable y alma soñadora. Yo; temeroso y enamorado de ella, en muchas ocasiones he querido hablarle de amor, pero en esas mismas ocasiones, me contuve y razoné en que todo era una locura, no quería perderla, que me rechazara o tener que hablarle de mi maldición.

 

Sé que para ella siempre fui su mejor amigo, el que comprendía sus berrinches, sus disgustos, el que la acompañaba en sus soledades y lecturas y el que volaba junto a ella a mundos inhóspitos y hermosos.

 

El día en que Sonia y yo nos separamos fue el más lamentable aparte de cuando perdí a mi madre; estábamos como siempre leyendo en el último piso de la mansión, como siempre, esta vez un libro de diferente; “La isla del tesoro” de Robert L. Stevenson, era nuestra interpretación en ese momento, cuando de repente, la señora Ernestina la madre de Sonia, nos vio en el lugar con ojos escandalizados y refunfuñando protestó.

 

−Pero… ¿Qué hacen aquí solos? Nos preguntó con suma alteración. –Vas a venir conmigo inmediatamente Sonia ¿Sabes cuánto tiempo te he estado buscando? Eres demasiado desconsiderada, ya no sé qué voy a hacer contigo ¡Vente para prepararte de una buena vez! Los hijos de los terratenientes más respetables vienen a conocerte, no debes hacerlos esperar.

 

−¡No mamá, basta ya! −Dijo Sonia con voz alterada y desafiante. –Estoy cansada de todo esto, de siempre ser exhibida como la res más valiosa del campo, de que solo esté lista para un destino y no es el que quiero, no me obligarás a bajar a ninguna reunión o fiesta hecha por ti o por papá ¡Solo quiero que me dejen en paz!

 

La señora Ernestina alterada, me miró con sus ojos furiosos y encendidos con la llama más diabólica que el infierno pudo engendrar, yo estaba paralizado y despavorido sin saber qué hacer, hasta que ella emitió sus palabras acusadoras y portadoras de mentiras hirientes como si yo fuera la causa de toda su desgracia.

 

-¡Tú muchacho, tú eres el causante de todo esto! Ah… Claro que sí… ¿Acaso creyeron que nunca me daría cuenta de que ustedes se la pasaban en este polvoriento y solitario lugar? Les he estado siguiendo la pista ya desde hace dos semanas, si lo permitía era para ver si Sonia tendría una actitud diferente y más cordial sin mucha protesta, pero me equivoqué ¡ahora está más rebelde! Sabía que no podía dejarte sola con ese montón de libros y tú… tú hiciste que se pusiera peor muchacho ¡fuera de mi mansión inmediatamente mala influencia!

 

Al terminar sus duras palabras la señora Ernestina encolerizada se abalanzó hacia a mí, me tomó de los brazos con tal fuerza que de poner yo resistencia me hubiera arrastrado por todo el polvoriento pasillo, pero Sonia, en contra de su madre, me tomó por mis hombros por detrás para evitar que su madre me llevara fuera del lugar.

 

El forcejeo, los gritos, los insultos y malas palabras se convirtieron en un torbellino de ira tan intensa, que podría fácilmente ocurrir un accidente. Pero lo que ocurrió fue peor que un accidente, en medio de la agitación, un exacerbado tirón hacia delante me despojó de mis gafas oscuras; y yo sin poder reaccionar con rapidez, miré hacia adelante y los ojos de la señora Ernestina estaban frente a mí, mirándome fijamente, y fue en ese momento cuando el horror y lo nefasto entraron para convertir la escena en un ambiente apocalíptico.

 

Era el episodio que no quería volver a revivir, no solo porque todo ese espeluznante suceso quedó grabado en mi mente, sino porqué también, lastimó de manera brutal a mi madre de una manera irreparable.

 



Ilustración 2

CONTINUARÁ...


 




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