Después de un intenso almuerzo lleno de incomodidades, me dirigí a la sala principal con Henry. Continuamos hablando de lo duro que será el resto del día. Acababa de ver a su padre en ese momento. Sus ojos estaban hinchados y cubiertos por las lágrimas, sin embargo, ninguna de estas había escapado de sus ojos en mi presencia.

Decidí dejarlo solo por un momento, era lo que él necesitaba. Salí hacia el jardín de la casa para tomar un poco de aire fresco. Contemplé las sombras lejanas de las montañas irlandesas que se avistaban desde allí bajo aquél cielo nebuloso. Sentí un poco de calma en ese momento, hasta que, bajé la mirada por un segundo y vi a Morella, acercándose hacia a mí.

Me preparé en ese instante para recibir palabras duras o alguna nueva bofetada, pero nada de eso sucedió.

—Tranquilo Peter, —dijo ella—, no he venido a decirte las cosas que te mereces. Mi hermano me dijo que viste a Muriel en el páramo.

Asentí afirmativamente más tranquilo y le conté toda la historia.

—Ya veo… Henry y yo sabíamos que la muerte de mi padre sería póstuma, pero no pensamos que sería tan rápido, tengo… tengo mucho miedo Peter.

Morella se encogió de hombros y bajó la mirada, puso sus manos sobre su rostro y comenzó sollozar levemente.

—Eres la última persona en este mundo con quien haría esto, pero no tengo fuerzas para odiarte en este momento.

En ese momento, Morella tomó mi brazo y lo abrazó. Luego posó su cabeza sobre mi hombro. Yo temeroso no sabía si consolarla acariciando su cabeza, mi corazón palpitaba tan rápido que pensé que se desplomaría.

—Si alguna vez sentiste amor por mí, demuéstramelo dándome tu más fuerte abrazo.

Y no lo pensé más, alcé mi otro brazo y la rodeé por completo. El mundo se detuvo por un instante. Pasamos al plano atemporal y los colores se volvieron más vívidos y perceptibles. Sonreí bajo un hechizo de placer. Sentí que ella había encontrado el alivio, y no quedó indicio del rencor.

Luego nos apartamos un poco y nos miramos, presentí que ella me quería decir algo, algo que tenía arraigado en las entrañas de su alma. Sus consolados ojos llenos de lágrimas imploraban clemencia ante aquello que la inquietaba, pero nada me dijo por un rato y se alejó, dejándome con la intriga de saber el secreto de sus ojos.

No volví a ver a Morella hasta la llegada de la noche. Me vestí de luto para recibir a la muerte. Me miraba en el espejo detallando en mi reflejo la imagen de Morella, que no quería abandonar mi mente. Me desinhibí de todo pensamiento que quisiese despojarme de mi cordura y salí al lado de los O’Grady. Todos estaban reunidos en la habitación del señor Robert O’Grady. Henry estaba a su lado tomando su mano y junto a él estaba Morella.

Los tres criados, una mujer y dos hombres, estaban al otro lado del lecho de aquél hombre. La mujer lloraba y los hombres estaban con la mirada baja. La lúgubre tristeza bajaba imponente inundando la casa, convirtiéndola en un recinto oscuro y gris.

Me coloqué al lado de los O’Grady, justo al lado de Morella. Sentí su mano apretando la mía mientras se ahogaba en el incontrolable llanto. Me sentí bastante grato de haberme convertido en su consuelo, aun estando en presencia de la pronta muerte de su padre. Pero esa satisfacción poco a poco se fue apagando dentro de mí.

Una tristeza más poderosa, inaudita, tenebrosa, corrosiva y escalofriante comenzó a inundar la habitación. Un frío sobrenatural recorrió mi espalda y la de todos los demás presentes. Una neblina empezó a entrar por debajo de la puerta trayendo el más paralizante miedo. Mi corazón se congeló y un temblor se escabulló de lo más profundo de mi cuerpo. Fue la misma horrible sensación que sentí allá en el páramo.

Irrumpió en la habitación cargando su hiriente lamento y su horripilante presencia ocupó la habitación protegida bajo su aura negra. Era Muriel, la banshee, quién vino a llorar la muerte del señor a quien servía. Los demás presentes no podían dejar de observarla con miedo y a la vez con desprecio mientras soltaba sus sollozos posada junto a la ventana. Yo no podía dejar de observarla con asombro, al ver a ese ser, que iba más allá de mi comprensión.

Las miradas hacia ella se posaron de nuevo en el señor Robert O’Grady al soltar un quejido de dolor de su boca. Henry apretó más su mano y Morella apretó más fuerte la mía. No se dijo nada por un momento, solo se escuchaba el llanto de la banshee como único sonido vivo en el ambiente, pareciera que, entre más ella lloraba más se disipaba el dolor de todos los presentes. Como si aquél ser sobrenatural se alimentara de todo el suplicio dejando a todos sin ningún indicio de la pena.

El señor Robert soltó susurros que solo Henry al estar cerca pudo entender, y, en un instante, el último aliento de su boca se escapó de su febril cuerpo, y feneció. En ese momento, la banshee se elevó por los aires y su llanto fue más fuerte y estridente. Soltó un grito horrendo el cuál, nos paralizó a todos. Nuestras emociones también quedaron paralizadas, ni siquiera miedo pude sentir en ese instante.

Luego de medio minuto esgrimiendo su poderoso grito se calló, y dejó de levitar. Comenzó a dar pasos lentos dirigiéndose a la puerta mientras todos aun seguíamos inmovilizados, y se fue, llevándose a la imponente y pesada oscuridad que venía con ella, devolviendo la oscuridad normal de este mundo.

Después, todos comenzamos a movernos otra vez y los criados cubrieron al señor Robert con sábanas y rezaron plegarias para el difunto. No hubo llantos después, todos hicieron las cosas tranquilas con sus caras llenas de frialdad. La banshee se había comido el plañido de todos en la alcoba. Comprendí que esa era su función, alimentarse de la angustia de los demás, ayudándolos a superar la partida con firmeza.

Después de todo lo ocurrido Morella salió de la habitación y yo la seguí. Después de aquella insólita experiencia estaba listo para decirle la verdad, la duda ya no tenía cavidad. Nos miramos frente a frente y ella me sonrió, en ese momento supe que un nuevo comienzo ocurriría para ambos.

 

Fin...