Cuando exhaló y su pecho no volvió a levantarse algo se rompió dentro de mí. La certeza de su muerte me llevó a la mía.

Cuando el mundo se derrumbó se inició mi camino hacia el infierno. He vivido cosas que antes nadie creería, ni siquiera yo mismo. Sin embargo aquí estoy.

La soledad se presentó ante mí, soy tu futuro, me dijo, y me abrazó con fuerza. Desde entonces cada minuto ha sido un constante equilibrio entre la vida y la muerte. Todo el tiempo que he permanecido despierto lo he dedicado a buscar comida. Una tarea que me ha obsesionado por encima de todo. Una tarea que nunca cesa. Se reinicia una y otra vez hasta la extenuación. ¿Y todo para qué? Para mantenerme con vida y permitirme buscar más comida. Querido Sísifo, cuánto me acuerdo de ti.

Recuerdo cuando la conocí. Estaba más delgada que yo, notaba sus costillas bajo la tela. Estaba agazapada sobre mi rincón, rebuscando en mi basura. Al notar mi presencia se volvió y me clavó su lanza. A partir de entonces caminar se hizo muy doloroso.

Fue el inicio de una cruenta lucha que no ha cesado hasta hoy. Traté de matarla una y otra vez, al igual que ella a mí. Una vez estuve a punto, pero mi pierna le dió la victoria.

Ahora que no respira, ahora que descansa en mi regazo, he comprendido que mi constante estado de alerta no era para sobrevivir, sino para verla. Vivir ya no vale la pena. Ahora lo sé.