La Niña Traviesa III

Tumbada en la cama, alzó la mirada y vió los muelles de la cama de encima de ella. Estaban apunto de levantarse para el desayuno, así que mejor esperar a la comida para intentar quitar un muelle de su cama. Y así lo hizo, le costó un poco más de lo que pensaba pero lo consiguió. Llegó la noche, esperó a que se durmieran y volvió al despacho. Esta vez tuvo suerte, la monja se había olvidado de cerrarlo. Se apresuró en entrar, fue al archivador para buscar el expediente de Roberto. Lo encontró, con rapidez vió la dirección que buscaba y anotó su dirección. Por unos segundos, le entró la curiosidad de saber por su familia y ya que estaba allí, aprovechó para saciar su curiosidad. Al sacarlo estaba tan nerviosa por leerlo, que se le cayó un papel, se agachó y al mirarlo, vio que era la carta que había escrito a Roberto se enojó mucho, quería gritar pero no podía. Así que cogió las hojas de dentro del expediente de su familia y se las llevó para leerlas con más tranquilidad. Era tan pequeña que apenas recordaba por que la dejaron allí. Ya tenía lo que necesitaba y solo quedaban unos días para partir.

Llegó el día de ser libre, de empezar una nueva vida y un trabajo en el que conseguiría su independencia. La monja le facilitó un trabajo en un restaurante de carretera, donde tendría alojamiento, comidas y un pequeño sueldo para ir ahorrando. Estaba tan emocionada que le dió un abrazo a la monja, le dio las gracias y cogió un autobús que le llevaría a su nuevo destino. Después de dos horas de viaje llegó a su destino, tenía a proporciones iguales de miedo y entusiasmo. Cogió sus maletas y bajó en la parada del restaurante, el cual estaba a la otra parte del parking. Dejó las maletas en el suelo y miraba al cielo, sentía el viento en su cara y tuvo esos sentimientos de libertad. Escuchó su nombre y se dió la vuelta, era la encargada del restaurante que salió a buscarla. Le enseñó sus aposentos, presentó a sus compañeros de cocina y sus funciones en el lugar.

Pasaron dos semanas cuando la monja recibió la copia del contrato de Isabella, cuando fue a archivarla. Observó que el expediente estaba vacío. Llamó al restaurante para hablar con Isabella, después de unas duras palabras. Habló con el dueño del restaurante, donde despidieron a Isabella, de inmediato. Quedándose en la calle y sin un lugar donde ir. Con lo poco que le habían pagado cogió un autobús, había llegado el momento de ver a su amigo, ilusionada y con la esperanza de que pudiese ayudarla, hasta que encontrase un trabajo.

Después de dos horas de viaje por fin, llegó su parada. Bajo y busco el número de su casa, era un barrio residencial. Cuando encontró lo que parecía la casa. Salió un guarda de seguridad, la miró de arriba abajo y le impidió el acceso a la urbanización. -¿Porque no me deja pasar? Solo quiero ver a Roberto. Viendo la impasibilidad del guarda, se enojó y se puso a gritar: ¡Roberto! ¡Roberto!

Pronto llegó la policía, por el aviso que hizo el guarda. Le pidieron la documentación, y se la llevaron detenida por escándalo público. Salió al día siguiente, y volvió andando a la urbanización, por suerte había cambiado el turno del guarda. Al ver a Isabella, se acercó y le preguntó amablemente -¿Señorita me puede decir a quién busca? Asombrada le respondió -busco a un chico llamado Roberto y es un año menor que yo. Le conozco pero se mudó a otra urbanización cerca de la costa, hace dos semanas -respondió el guarda. Isabella se puso a llorar sin consuelo, desesperada y sabiendo que nunca volvería a ver a su amigo. Llevaba sin comer dos días y no le quedaba dinero para ir a ningún otro sitio. El guarda se apenó de ella, y le dio 20€, para que comiese y pudiera ir algún sitio. Agradecida por su comportamiento le prometió que volvería a devolverle el dinero.

Rebusco en su bolso y con resignación, miró la dirección donde vivía su padre. Respiró profundamente y tomó el autobús en su busca.