La Niña Traviesa IV

Llegó a la parada del bús donde tenía que bajar, era un barrio marginado. Lleno de yonkis y prostitutas acompañadas por sus chulos. Isabella, andaba asustada por la calle buscando el domicilio de su padre. Alzó su mirada, allí estaba la casa descuidada, con un jardín lleno de basura y botellas de cristal esparcidas por todos lados. Tenía una mala sensación pero que otra opción le quedaba, estaba sola, sin dinero ni destino a donde ir. Cerró sus ojos, respiró profundamente y decidió cruzar el jardín para llegar a la puerta. Extendió su mano para llamar al timbre y antes de alcanzarlo, se abrió la puerta. Salía un fuerte olor nauseabundo de whisky barato, con cierta mezcla de comida putrefacta de varios días. Se asustó pero se mantuvo firme.

El hombre con cara de desprecio, le dijo: -¿Quién eres y qué quieres?
Isabella tragó saliva y le preguntó: -¿Eres mi padre? En el Orfanato, me dieron esta dirección.
El hombre que apenas podía abrir los ojos de lo borracho que estaba -respondió: Eso es imposible, a mi hija se la llevaron los servicios sociales y jamás le darían mi dirección. Así que si buscas dinero ¡mojigata! Te equivocaste de puerta, lárgate por donde has venido, lanzándole una botella vacía de whisky a sus pies.
Isabella le dijo: Es cierto no me dieron su dirección, la robé de un archivo por curiosidad de saber de mi pasado, le ruego me deje pasar la noche aquí, no tengo un lugar a donde ir. Yo limpiaré y cocinaré, a cambio de un techo donde poder dormir. Buscaré un trabajo y aportaré en lo que pueda a los gastos de la casa. Se lo ruego no me eche.
El padre la volvió a mirar de arriba abajo y le dijo, eres igual que tu madre. Está bien, arriba hay una habitación que puedes usar, pasa.

Isabella iba esquivando la basura a su paso, se puso una mano tapándose la boca hasta llegar a su habitación. Más que una habitación era un trastero lleno de cajas enmohecidas, polvorientas y trastos inservibles. Así que lo primero que hizo al dejar su maleta sobre una silla, fue ponerse a limpiar la habitación, para tener un sitio donde tumbarse al llegar la noche.
Cuando terminó con su habitación, empezó a recoger el resto de desperdicios que habían esparcidos por toda la casa, agotada de tanto limpiar. Se propuso hacer la cena, pero al abrir la nevera sólo había un pedazo de queso con moho y cervezas.
Con las monedas que le quedaron, fue a comprar un par de hamburguesas, que compartió con su padre. Seguía dormido en el sofá y una cerveza en la otra mano, goteando en el suelo. Sin despertarle, se la dejó encima de la mesa por si luego tenía hambre.

Viendo la situación, Isabella se fue a su habitación cenar, mientras miraba las estrellas a través de su ventana, igual que hacía cuando era pequeña.
Sólo tenía pensamientos tristes, rondándole en su cabeza. Cogió a su osito Roberto entre sus abrazos y no dejaba de preguntarle una y otra vez ¿Dónde estás Roberto?
Suspiró y sollozando quedó dormida.

Al día siguiente, se dió una ducha y se fué a buscar trabajo. Tuvo suerte, en la cafetería de la esquina. Buscaban camareras para servir mesas, y no se lo pensó dos veces, aunque el uniforme parecía un poco más corto de lo que le hubiese gustado. Pero no había nada mejor. Así que acepto, en tal de conseguir algo de dinero para salir de aquel suburbio.

Sus días eran interminables, trabajar en la cafetería y en la casa. Apenas se tenía en pie, ni para pensar. Su mente estaba tan agotada que parecía estar automatizada.
Pasaban los meses y apenas veía a su padre, siempre borracho en el sofá.
Limpiaba la casa, le dejaba la comida en la cocina y pagaba su parte de los gastos como habían acordado. Dinero que padre usaba para comprar más alcohol y cigarrillos.

Llegó el verano y hacía mucho calor, Isabella le costaba conciliar el sueño y tuvo que abrir la puerta de su habitación para que hiciera corriente de aire y así conseguir dormir un poco. Pues el despertador no tardaría en sonar para ir al trabajo. Pronto quedó dormida.
Una sombra apareció en el hueco de la puerta, observando su cuerpo medio desnudo por un pijama de verano. Borracho y ardiente, no dudo en bajarse lo pantalones y forzarla.
Isabella intentó gritar, pero le dió un golpe tan fuerte que la dejó inconsciente, rematando su faena, sin resistencia alguna y después se marchó a su habitación como si nada hubiese pasado.

Cuando Isabella recobró el conocimiento, estaba dolorida y sangrando. Pues había perdido su virginidad de una forma salvaje. Se metió corriendo en el baño, se sentó dentro de la ducha y gritó de rabia y dolor.
Estaba cansada de tanto sufrimiento. No entendía porque nunca le salía nada bien, jamás había hecho nada malo a nadie y tomó la decisión que lo mejor sería quitarse del medio. Nadie la iba a echar de menos, pues era inútil seguir con la esperanza de buscar a Roberto.
Tal vez, ya habría formado su propia familia y ni se acordaría ni de ella.
Llamó al trabajo para decir que estaba enferma y no podía ir, se metió en su habitación y se sentó en la ventana con su osito. Y desde alli observaba, a la gente de la calle.

Se puso maquillaje para disimular el moratón de su cara, cogió el dinero que había ahorrado y se dirigió al camello de la esquina. Le pidió que trajera escopolamina.
En apenas unas horas ya tenía en sus manos lo que había pedido, se la guardó en el bolsillo de su chaqueta y se fue a su habitación, la cerró con llave para pensar cómo iba hacerlo.
Llegó la noche y notó como su padre subía las escaleras hacia a su habitación, aporreó la puerta, gritándole todo tipo de insultos. Ella se escondió debajo de la cama como una niña asustada y llorando, le rezaba a Dios. Pidiéndole que no la abandonase y la protegiera.

A la media hora, se escuchó un ruido muy fuerte. Se asomó con curiosad para ver que había sido, cuando vio a su padre al final de las escaleras. Se acercó para ver si estaba inconsciente o muerto. Para su desgracia solo estaba inconsciente.
Entonces se dió cuenta de que ella no era la culpable de nada. Esta situación solo era el principio de una pesadilla más. Se acordó de lo que había comprado y tuvo una idea, cogió una jeringuilla y le introdujo una dosis de escopolamina en cada cigarrillo para no fallar en su plan, por aquello que le había hecho su padre, si se le podía llamar así.

Volvió a su habitación nerviosa por lo que acaba de hacer, volvió a cerrar su puerta.
A la mañana siguiente el padre, pensando que ella le había empujado por las escaleras, fue enfurecido a su habitación. Al comprobar que estaba cerrada, fue al garaje a coger un hacha para echar la puerta al suelo y darle su merecido.
Por suerte para Isabella, de camino al cobertizo su padre encendió uno de los cigarrillos y cuando volvió a la casa, empezaron a surgir sus efectos y su cuerpo empezó a paralizarse quedando inmovil en el suelo del salón. Momento que aprovechó Isabella para coger varias botellas de whisky, lo empapó bien de alcohol, cogió una cerilla y le prendió fuego. Se sentó en la escalera, mientras veía cómo ardía el que se hacía llamar padre.

Llegaron los bomberos y la policía, y la encontraron sentada en las escaleras desmayada por inhalación de humo. Se la llevaron al hospital, donde se recuperó esposada en una camilla. Todos los indicios eran de un asesinato premeditado y ella era la primera sospechosa.