La tarea del testigo (una novela por entregas. Parte 2)

in #spanish6 years ago (edited)

Estimados amigos de Steemit, continúo con la segunda entrega de mi novela La tarea del testigo. En esta segunda parte se completa el capítulo 2. Están invitados a leer y comentar.
Quiero agradecer a @flamendialis por encontrar la fórmula que permite hacer sangrías. Pueden consultarla aquí
.

Aquí el enlace a la Parte 1.

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                                                                                Hamburgo, 7 de febrero de 1930

      Mi querido Alberto:

      Me hospedo en un pequeño hotel, discreto y elegante. Pasado mañana viajaré a Merano –antes de ir a mi destino definitivo en Ginebra– donde me instalaré en un reconocido sanatorio de montaña. Esta escala ha sido recomendada por los doctores alemanes, que se han mostrado tan solícitos –por no hablar de las enfermeras: dulces y delicadas como ángeles–, y ha sido aceptada por el jefe de la Delegación en París. No me tomará más de un par de semanas recuperar mis nervios, me aseguran. Es gracioso escucharlos decir que volveré a ser el de antes; yo no puedo imaginar a qué momento se refieren; todo antes, para mí, ha sido un tiempo de angustia y penuria.
      Rodeado de mi equipaje sin deshacer –apenas he sacado de las maletas y baúles lo indispensable para este día y el siguiente– escribí una carta a mis primas, imaginándolas en la tranquila lejanía de la ciudad cruzada por el lento río.
      Di cuenta minuciosa de los días en el hospital y de la efectividad de las medicinas alemanas; traté de mostrarme optimista, anuncié curaciones milagrosas. No obstante, creo que no pude impedir que tonos sombríos se insinúen en las palabras de aliento para mis familiares, y la carta la terminé con pesada nostalgia apenas disimulada.

      Con un fuerte abrazo,

           J.A.

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                                                                                Hamburgo, 9 de febrero de 1930

      Mi querido Alberto:

      Deseo contarte –no, tengo que contarte– esto con la máxima fidelidad que mi deteriorado espíritu me permita. Quiero hacerlo con orden y sin excesiva exaltación para que me comprendas.
       En la tarde de ayer, luego de escribirte, antes de que la luz desapareciera del todo en el cielo, salí a recorrer la ciudad. Me encontré con rostros miserables, me sorprendí de tanta pobreza. La guerra ha quedado atrás hace una década, pero las señales de destrucción abundan. Ruinas, escombros, mendigos y suciedad; hombres y mujeres en las esquinas en espera de algo. Refugiada en un portal, una doncella descarnada me mira con sonrisa de dientes amarillos, tal como un espectro salido de uno de mis propios cuentos.


Fuente

      Entré a un café para descansar del frío. El local está prácticamente vacío. Dos hombres y una mujer, hoscos y aburridos, me miran desde la barra; dicen en voz alta palabras que no logro comprender. A pesar del trato diario con médicos y enfermeras, el alemán sigue siendo una lengua con la que tengo dificultades.
      Ocupo una mesa cerca de las ventanas, a través de las cuales veo pasar a la gente; es el mismo grupo lerdo e indeciso, con sus abrigos de ruedos raídos y sombreros sin formas que he visto deambular de un lado a otro. Después de tomar una copa de brandy abandono el café y vuelvo a las calles. Dejo que mínimas predilecciones me guíen: la declinante luz en los árboles de una plaza, la fachada de una casa oscurecida por el paso de los siglos, la animación de una esquina o la tranquilidad de otra. Cosas todas sin importancia, apropiadas a mi ánimo de convaleciente.
      En una avenida me sorprende una trifulca de proporciones gigantescas. Alrededor de un centenar de hombres se enfrentan a puñetazos. Estandartes con banderas rojas y cruces gamadas son utilizados como garrotes. Se rompen algunas cabezas. Los gritos se confunden con las sirenas de la policía, aún lejanas. Ambos bandos se retiran arrastrando a sus heridos mientras reparten golpes. Alguien me empuja y mi espalda golpea contra un muro. Estoy casi divertido, asombrado. De pronto entiendo que permanecer allí es muy peligroso; comienzo a alejarme con lentitud, antes de que la detonación de varios disparos me obligue a apresurar el paso: cruzo en la primera esquina.
      Me encuentra en un callejón en el cual se eleva la parte trasera de un edificio de cuatro o cinco pisos. Hay una puerta estrecha y una sombra que se mueve junto a ella. Cuando me separan dos o tres pasos del edificio advierto que la sombra es un hombre que ha estado luchando con la cerradura y al fin logra violarla. El hombre mira sobre su hombro antes de penetrar a la edificación. Sus ojos lucen desorbitados y en sus labios hay un brillo extraño, como si la saliva los cubriera. Lo sigo, a pesar de no estar seguro de que sea una decisión sensata. Por otra parte, tampoco es seguro permanecer en la calle.
      Luego de un corto pasillo me encuentro en una habitación alta como una bóveda, con ventanas enrejadas a través de las cuales entra luz del exterior. No hay señales del hombre. Sobre el piso blanquecino de polvo se entrelazan las sombras. Es obvio que el edificio está abandonado. Todavía se escuchan disparos aislados.
      A la derecha se abre el hueco de una escalera de metal. Comienzo a subir los peldaños con esperanza difusa: pienso que desde los pisos superiores podré enterarme mejor de lo que sucede y esperar el momento conveniente para volver al hotel. Asciendo el primer tramo, encuentro una puerta cerrada. Sigo, sin llevar la cuenta de los pisos ascendidos. Intento varias veces abrir las puertas que encuentro, sin resultados. En la absoluta oscuridad que me rodea escucho mi propio corazón como un ruido ensordecedor que golpea en mis oídos.
      Finalmente una puerta se abre. Es una estancia espaciosa –ocupa toda la planta, por lo que puedo calcular– en la que se acumulan muebles y bultos en desorden. Al fondo, el rectángulo de una ventana de vidrios rotos. Me acerco y miro hacia abajo. En las aceras se mueven sombras.
      –¿Por qué me sigue? –pregunta, con más desaliento que temor, el hombre que he visto minutos antes, saliendo de las sombras y entrando en la zona iluminada por la luz de la calle.
      –No lo hago –digo en un alemán tartamudo; luego continúo con más calma, articulando con lentitud y precisión–. Sólo me oculto, igual que usted. Todo está muy confuso allá afuera.
      –Sí, muy confuso. ¿Quién lo persigue?
    –Me vi envuelto en una manifestación callejera. Hubo disparos. Corrí. Vi cuando usted entraba a este edificio y pensé que podría ser un lugar seguro.
      –Tiene suerte si nadie lo sigue. En cambio, siempre alguien va detrás de mí –Se apoya en la pared, vuelve a las sombras. Desde allí sus ojos son visibles como dos pozos oscuros.
      La calle está vacía ahora; se podría pensar que nunca ha transitado nadie por ella. En la habitación sólo se movía una corriente de aire frío. De repente, el hombre junto a la pared llevó sus manos a la altura del pecho, en el gesto de quien aparta algo de sí.
      –¿No quiere saber por qué me oculto?
      –Un error, supongo, una injusticia…


Fuente

      –Los que me persiguen, y me atraparán, sin duda, no son hombres justos, pero no hay injusticia en lo que hacen. Es lo adecuado… Después de todo, soy culpable de asesinato –Una especie de risa convulsa, y sin embargo leve, comienza a agitarlo. “No debo escucharlo, no debo”, pensé, “si lo escucho, algo irremediable pasará”–. He matado a varios niños y niñas, sobre todo niñas. Los he estrangulado. Hay una especial abominación en decirlo, como si sólo ahora esos crímenes revelaran su inevitable dolor. Ya ve usted, no le oculto nada. Se diría que le abro mi corazón. Y sin embargo, soy incapaz de explicar por qué lo hago. No recuerdo bien las cosas. Hay vacíos terribles en mi cabeza. Salgo de casa, camino entre la gente, voy al trabajo. Nadie tiene quejas de mí. El único vicio que me permito son dos cervezas la noche del viernes. Y de pronto, en una calle cualquiera, en un patio, una niña me sonríe. Tal vez está perdida y quiere que la ayude a encontrar el camino de vuelta a sus padres o ha extraviado su muñeca; tal vez desea mostrarse amistosa con el señor que le ha ofrecido un caramelo. La llevo al hueco de una escalera, a un solar lleno de escombros, a un patio aún húmedo por la ropa recién tendida. Nadie nos ve. Somos como un padre y su hija camino a casa. Entonces busco su mirada y una flama me toca. Todo es rápido e intenso, agotador. Durante un instante el mundo gira sólo para mí. Soy uno con él. En ese segundo prodigioso, ¿existen la felicidad y el dolor? No lo sé. He sido tocado por el fuego interior y me ha transformado. Luego vuelve la normalidad; me alejo sin pensar en lo que dejo atrás. Mis crímenes son aborrecibles, pero el horror que he sembrado en esta ciudad pronto desaparecerá; vendrán crímenes peores que harán que los míos se pierdan como una gota de agua en un mar de sangre.

        A pesar de que he entendido cada palabra, me niego a comprender lo que el hombre dice. Debe haber alguna equivocación. El horror de lo que dice no ha llegado hasta mí, aunque sospecho que no tardará en hacerlo.
      De los pisos inferiores llega el rumor de gritos confusos llenos de ira. Innumerables manos y pies golpean los suelos, escaleras y paredes, astillan cristales y revientan puertas. El hombre junto a la pared no parece escuchar.
      –Hoy he sido descubierto. Sucedería en un momento u otro. Durante horas han seguido mi rastro: me oculté en sótanos, bajo los puentes, en casas abandonadas, hundiéndome cada vez más en la oscuridad. Ahora están aquí. Temo a la muerte. Temo al dolor. Con todo, los esperaré en esta habitación que desde ya puedo considerar mi tumba… Usted no tiene por qué morir conmigo. Vaya, apártese de la ventana.
      Me tomó suavemente del brazo y me arrastró hasta una esquina, entre telarañas y muebles polvorientos. Sentí el impulso de decirle que debía resistir, que no debía entregarse a la muerte, pero luego pensé que en realidad ya no importaba, que la muerte está dentro de nosotros y nada de lo que pudiéramos hacer podía evitar eso.
      Vi al hombre colocarse en medio de la habitación, frente a la puerta que en ese momento se abrió con violencia. Una multitud, blandiendo cuchillos y garrotes, entró a la habitación con la impetuosidad de las aguas desbordadas. Desde el corazón de la noche observé cómo se abalanzan sobre el hombre en un éxtasis de alaridos. Algunos rodaron y fueron pisoteados por sus compañeros, otros se dieron puñetazos y mordiscos tratando de estar más cerca de la víctima. Docenas de manos lo sujetaron y elevaron del suelo, haciéndolo navegar sobre el mar de cabezas rugientes antes de desaparecer en el interior del edificio.
      No sé cuánto tiempo estuve acostado en el suelo. Miraba las vigas en el techo. Un objeto duro y anguloso se clavaba en mi espalda, no encontraba fuerzas para moverme. Entre las sombras creí advertir figuras que se movían, extrañas apariencias curiosamente familiares, espectrales imágenes rescatadas del insomnio o las pesadillas: monumentos funerarios, campos de muerte, lunas sangrientas, pálidos seres en puentes sombríos.

      Con un fuerte abrazo,

            J.A.

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GRACIAS POR LA VISITA. VUELVAN CUANDO QUIERAN

Sort:  
Saludos, @rjguerra, es un placer leerle. Muy dinámicas estas "entregas", el Cónsul lleva el estigma del dolor. Una vida exasperarte que se iguala a su propio imaginario literario (el del personaje) y visiones de ensueño. Excelente inicio, intertextualmente, el principio de la "La tarea del testigo" me recuerda al punto de partida del relato de Quiroga "El vampiro": en este caso, un sujeto sumergido en una depresión nerviosa, delirando de fiebre cerebral, inmóvil en el silencio de un sanatorio al que los enfermos nerviosos de la guerra han denominado tumba viva. Dilucido el nexo entre su obra y la de Quiroga, en el hecho que usted, como autor relator, narra al colocar a su personaje objeto en una situación de finas cavilaciones que oscilan entre los lindes del enajenamiento y la lucidez, a causa de los somníferos para mitigar sus pesares y el insomnio: "Me gustaría decir que mientras me vestía, preparándome para abandonar el Instituto, estas imágenes –y muchas otras– volvieron a la nada, pero mentiría en forma insensata." (para mostrar el asunto de que J.A. proseguía con pulsiones que rozan con un frágil estado de consciencia). No obstante, hay que destacar que nuestro personaje, a pesar de todo lo suscitado, muestra psicología bizarra, templada, no logra perder la coherencia discursiva, excepto por ciertas lagunas. A medida que se desarrolla el relato, perteneciente a la segunda "entrega", el referente inmediato fue "El lobo estepario", de Hermann Hesse. Sobretodo por la atmósfera oscura que se detalla, entre las sombras del edificio de apariencia abandonada. Hago estas analogías sin mayores intenciones, con sutil expresión, para no cercenar su elocuente obra; pero grullo, se trata del poeta del mal y el dolor. Lo que más me resulta apasionante de su escritura es la manera en que focaliza los detalles y abre fisuras que revelan clarividencias, que permanecen obscuras , a veces, para los lectores en general. Su visión y proyección de las ideas son muy originales; enhorabuena con su novela, merecido éxito. Aprovecho para resaltar el comentario del apreciado amigo @moreylezama, con su acertada opinión: la cita con el psiquiatra; como anillo al dedo; sin más dilaciones, hasta pronto, aunque me gustaría comentar respecto a los crímenes del pseudo sujeto que delinque contra las niñas, pero mejor no.

Hola, @franciscomarval. Disculpa lo tarde de mi respuesta, pero desde hace dos semanas estoy sin computadora y entonces todo se hace un poco más difícil.
Gracias por tu atenta lectura y tu comentario.
Aunque he leído a Quiroga, no tenía presente el cuento "El vampiro" cuando escribí la novela. De hecho, a partir de tu comentario, lo he releído y he encontrado que ciertamente algo de la atmósfera exasperada del relato de Quiroga pudiera encontrarse en mi novela, aunque sin los énfasis del escritor uruguayo.
La escena del sanatorio es una recreación ficcional de la vida del personaje histórico en el que baso mi personaje (que, como sabes, es el poeta José Antonio Ramos Sucre) quien, en unos seis meses, pasó por varios sanatorios y hospitales europeos. Más que literarias, mis referencias en esta novela son cinematográficas. Aunque, si lo pienso bien, uno al final no sabe a ciencia cierta a quién está homenajeando. La memoria puede ser muy traicionera, y un autor que creímos olvidado puede estar ejerciendo su influencia sin que seamos conscientes de ello. A veces los lectores detectan estas cosas mejor que los escritores. Lo digo por tu referencia a Hermann Hesse y "El lobo estepario". Como mucha gente de mi generación, leí mucho a ese autor y ese libro en particular, así que no sería sorprendente que se hubieran colado cosas de Hesse en mi texto.
Otra vez, muchas gracias por tu lectura y tu comentario. Nos seguimos leyendo.

Me gustó la manera en la que pintó a Ramos Sucre. Se parece bastante a la imagen que me había hecho de él y estoy segura de que a él le hubiese gustado esa representación suya en este libro.
Tan pronto empiezo a leer puedo ubicarme en la Alemania de entreguerras. Casi puedo sentir el sufrimiento, el abandono y la escasez de los elementos básicos para vivir. A cada línea que devoro pienso en el cine expresionista, sus historias pesadillezcas y en la palidez de sus actores. He leído la Tarea del testigo varias veces y me ha encantado más que sus otras obras.

Hola, @hljott. Disculpa lo tarde de mi respuesta, pero han pasado cosas que limitan mis comunicaciones.
Me alegra que la representación del Cónsul se asemeje a la idea que te habías hecho de Ramos Sucre, aunque no está demás recordar que el Cónsul es y no es Ramos Sucre. Es cierto que partí de lo que pudiéramos llamar su personalidad básica y de episodios de su vida, pero por otra parte ficcionalicé mucho de esta según las necesidades de la novela (o de la idea que me había hecho de la novela cuando comencé a escribirla).
Por otra parte, me gusta mucho que menciones al cine expresionista. Son una referencia clave para entender la novela. Muchos saludos, y nos seguimos leyendo.

"La tarea del testigo" recuerdo cuando leí su libro profesor @rjguerra, cada pagina que iba devorando, se iban convirtiendo en imagenes y pude recrear la historia con rostros, definir esas calles antiguas, la mirada de aquel consul que con salud deteriorada escribia a su amigo Alberto. de verdad un libro, que me dejo satisfecho y a mi humilde criterio una joya literaria . un verdadero placer poder escribirle directamente profesor.

Muchas gracias por tus palabras, @cesaramos. Para un escritor también es importante y placentero que un lector le escriba directamente. En general, esas interacciones no son frecuentes. Pero en Steemit, sí.

La tarea del testigo es una novela estupenda; combina en una proporción perfecta el misterio, la intriga, el terror, lo onírico, y esa sensación de fracaso –¿desesperanza?– que lo domina todo; incluso las acciones menos trascendentes de los personajes. Ni qué decir de su estructura experimental que se pasea entre lo epistolar y lo narrativo. Continúo leyéndola –por enésima vez– y siempre es una experiencia inigualable.
Saludos, @rjguerra.

No puedo imaginar que mi novela aguante tantas relecturas, @reycard, pero muchas gracias por tus palabras.

El discurso epistolar resulta como una cita con el psiquiatra, ¿no te parece? Las imágenes que usaste combinan bien con la situación onírica planteada en el texto.

Es una buena idea, @morey-lezama. Quizás la use para una próxima novela.

Tendré que leer las anteriores ;D Cuando comenzó el asesino a hablar trajo a mi recuerdo el libro del periodista Mauricio Aranguren Molina que trata sobre su entrevista a Luis Alfredo Garavito. Tuve que hacer de tripas corazón para poder terminar de leerme eso, pero lo necesitaba para mi tesis de grado. Saludos!!!

Ah, la historia de Garavito es bastante más terrible que la de mi personaje.
Gracias por pasar y leer, @fanisk.

Estaba esperando por este post, @rjguerra. Soy de esas que leí La tarea del testigo porque me la prestaron. Te agradezco a ti y steemit el poder releerla por aquí. Aplausos para esta iniciativa. Un abrazo

Me alegran tus palabras, @nancybriti. Espero que la relectura te sea leve. Saludos.

I'm hooked. Atrapado como J. A. Excelente combinacion de elementos. Lo onírico, lo histórico, lo gráfico, lo intertextual. Me resulta curioso que este mundo que creas en este texto, que quizas hace 20 años hubiera resultado totalmente ajeno, pesadillezco, ahora luce familiar. La violencia, la decrepitud, la dislocación psicologica de los personajes y el ambiente; el dilema del antes (¿era mejor antes?) y el despues.
Me recuerda a Poe, solo que más efectivo en la transición mundo texto-mundo lector.
Ansioso por la próxima entrega.

Es un placer contar con un lector tan consecuente. Espero que las próximas entregas mantengan el interés. Y, en efecto, hay un subtexto político en la novela, que comienza a aparecer en esta parte.

Saludos @rjguerra, gracias por la mención. Me alegro muchísimo de que te haya sido útil la información para tu siempre excelente trabajo.

He leído los dos capítulo y es fascinante la historia. De la Guaira a Suiza (imagino) a curarse una enfermedad tropical. La frase "pez bicorne" me gusto mucho. Espero la continuación. Quizá quiera cambiar "en casa abandonadas" por "en casa[s] abandonadas".

Corregido. Gracias, @sansoncarrasco. Espero que la continuación te siga gustando.

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