De un teléfono perdido

in #spanish6 years ago

Ayer, sin mucha planificación, decidí ir al Ávila con unos amigos. Desde hace algunas semanas tenemos la visita de unos argentinos y, ¿qué mejor manera de alardear y mostrarles nuestro país que llevándolos a nuestra hermosa montaña?

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Decidimos comer antes de subir y especialmente, les dimos a probar hallacas. Llegamos alrededor de las 2 p.m y emprendimos la caminata hacia el Hotel Humboldt. En ese punto más alto, nos detuvimos a hablar y a comer galletas y los argentinos –David y Pablo– se lamentaban de la situación de nuestro país, y en sus palabras, no podían dejar de alabar y de maravillarse de todas las riquezas que tenemos, al menos tanto naturales, como gastronómicas.

Nos tomamos fotos en cada tontería que veíamos. Pasamos un rato chévere y no podíamos irnos sin darles a probar el delicioso chocolate caliente y fresas/melocotón con crema –que ahora también llevan chocolate y leche condensada, yumi–. Otro punto para nosotros: David y Pablo amaron nuestro chocolate.

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Bajamos caminando a Galipán y subimos de la misma manera. Divertido y tortuoso, exactamente en ese orden. Justo abajo les hicimos un pequeño regalo: un llavero y unas pulseras de Venezuela y un dulce de leche para cada uno. Grabamos una propuesta de matrimonio falso, para infartar al papá de una amiga y todo bien.

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Pero es Venezuela.

Justo antes de bajar, decidí entrar al baño y me siguió una de las chicas que estaba con nosotros. Nos turnamos para sostenernos la puerta y comencé a retocarme el maquillaje. En ese instante, entra Keily, otra muchacha que estaba en nuestro grupo y deja su celular en el mesón donde estábamos nosotras. Sigo maquillándome y en seguida salimos.
Justo afuera, hay un ventanal gigante y la hora ya dictaba el inicio del atardecer: el cielo caraqueño, imponente y majestuoso, comenzó a vestirse de diversos colores. Podía imaginarme sin ningún problema tocando una nube.

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Pero nos faltaba algo.

—¿Y mi celular? —recordó Keily

Comencé a tocarme desesperada los bolsillos porque recordaba haberlo agarrado. No lo tengo. Hurgué en mi bolso. No lo tengo.

—¿Tú tienes mi celular? —preguntó a la otra chama que entró al baño con nosotras.

En seguida todos se alarmaron y empezaron a buscar en sus pantalones, bolsos y carteras. No ha pasado mucho tiempo ni nos hemos alejado demasiado, vamos a devolvernos a buscarlo; tal vez sigue en el baño.

La acompañé en su búsqueda y nos recibió un mesón perfectamente limpio, un poco mojado y vacío.

Sin el celular.

Todos los venezolanos que me leen, entienden sin problema la gravedad del asunto. Para los que no, ¿saben cuánto tiempo tarda un venezolano promedio en comprarse un celular nuevo? Más o menos, una vida.

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No puedo recordar cuantas veces todos y cada uno de nosotros revisamos nuestras pertenencias y juramos no estar jugando con eso. Cuando nos convencimos de que se había perdido –apenas tres minutos después–, hicimos lo típico: llamar al número con la esperanza de que quién se lo consiguió, conteste. Sucedió lo típico: ya lo habían apagado.

Recordé que una señora había entrado con su hijita apenas unos segundos después de nosotras y que tal vez, ella lo tenía. Para nuestra fortuna, estaba apenas unos metros detrás de nosotros en la fila para bajar en el teleférico. Tenía un gorrito marrón con franjas amarillas. Me acerqué y le pregunté: ella aseguró que no lo tenía. Demasiada seriedad y poca empatía. A esta gente, ya ni le duele lo ajeno.

En toda esta situación, los argentinos miraban impávidos nuestras acciones, nuestro desespero y lamentos. Todos teníamos un guayabo prestado.

—¿Tenías el celular vinculado con la cuenta de Google? Apenas llegues a tu casa, bloqueas todo y puedes rastrearlo.

Rastrearlo.

Rastrearlo.

Rastrearlo.

¿Por qué no lo hacemos ahorita mismo?

La búsqueda había arrojado resultados. El celular se encontraba en manos de alguien detrás de nosotros. Tres de los muchachos se acercaron y parados al lado de la persona que el GPS mostraba, hicieron sonar el celular tres veces. Bendita y maravillosa tecnología que podía hacer sonar un teléfono a pesar de que había sido robado y apagado. ¿Cómo proceder ahora? Si en Venezuela lo que más hay que tener es cautela. De pronto no sabemos si la señora, justo ahí al lado del celular robado, tenía un cuchillo. O si el esposo, atrás de ella, tenía una pistola.

Llamaron al personal de seguridad del Ávila y le relataron lo sucedido. Pidiendo que por favor, hicieran algo al respecto. La señora a la que el GPS señalaba como culpable no se quiso dejar revisar la cartera.

Se llevaron a uno de mis amigos a un cuarto, solo. La señora le pasó el celular a unos jóvenes que iban con ella. Se dejó revisar. No tenía nada.

¿Por qué les cuento todo esto?

Porque no puedo dejar de pensar en lo bajo que hemos caído y no puedo evitar sentirme triste de que así tengan que terminar nuestras salidas. Porque ahora, tenemos que convertirnos un poco en policías, investigadores, detectives o lo que sea, y averiguar quién tenía el celular. Y después tener que rendirnos porque afuera puede ser peor, porque no sabemos lo que nos puedan hacer esas personas.

Nuestros padres han sustituido los “pásala bien” por los “cuídate mucho”, “no saques el celular”, “llega temprano”. Ahora, parece que tenemos que resignarnos y agradecer porque al menos se perdió y no se lo robaron, no la hicieron pasar un susto, no la mataron.

Y ciertamente, sí, estas cosas pasan en todo el mundo. Pero en serio, aquí llevamos la delantera, por mucho. Si todos somos venezolanos y sabemos que las cosas están bien jodidas, ¿por qué hundir más a un “hermano”? ¿Por qué hacérsela más difícil? ¿Por qué no podemos detenernos a pensar, apenas un segundo, en si nos gustarían que nos hicieran lo mismo?

¿De qué nos sirve tener los monumentos, parques, playas, picos, selvas y bosques más hermosos del mundo? Si cada día nuestra gente se un poquito pudre más por dentro.

¿Para qué tener nos sirve tener un mejor chocolate que el argentino, que las hallacas, las arepas y las cachapas sean los platos más exquisitos del mundo? Si cada día nuestra solidaridad se pierde más.

Y para mí, no hay excusa que pueda validar y darle permiso a una persona para robar, para ser deshonesta y hacerle daño a otros.

Alexmar Uzcátegui, diciembre de 2017.

¡Gracias por leerme!
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Que triste, que rabia, que todo. Siempre lo mismo, "¿hasta cuando?", la pregunta de siempre. Anyway, tu narración me ha gustado, tienes mi voto y mi follow. Un abrazo :-)

Así mismo es. Los malos ratos, últimamente, opacan la poca alegría que podemos conseguir en medio de tan horrible situación.

Y... Muchísimas gracias por leer ♥

Qué molestos que días como esos acaben con ese tipo de situaciones. Es una lástima que tu amiga haya perdido su celular por la falta de valores y principios de una señora.

Y lo más terrible es ver como otros -ellos- pueden regocijarse en la desgracia ajena. Para mi amiga fue un celular perdido; para ella, un celular nuevo: bastante irónico, ¿no?
Para que más allá de un cambio de gobierno, este 2018 traiga un cambio de mentalidad. Que no sea la parranda lo que nos caracterice, sino el altruismo y la solidaridad. Venezuela es una maravilla; ahora los venezolanos somos quienes tenemos que aprender a serlo.

Gracias por leer y por comentar. Un abrazo.

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