Malasangre II

in #spanish6 years ago

Este es el segundo relato que escribí a partir del siguiente  argumento:

Un hombre rico deja en su testamento su casa a una pareja pobre. Esta se muda allí; encuentran un sirviente sombrío que el testamento les prohíbe expulsar. El sirviente los atormenta; se descubre, al fin, que es el hombre que les ha legado la casa.

Aquí puedes leer la anterior propuesta:

 Malasangre I

El inspector Aquiles Barrientos llegó a la mansión del señor Rogelio Piernavieja pasadas las tres de la tarde. Al llegar se encontró con los sanitarios recogiendo el material que habían utilizado para intentar reanimar a la víctima. Ahora estaban esperando a que llegara el juez de guardia para poder levantar el cadáver y llevarlo al anatómico forense para hacerle la autopsia.

Aquiles Barrientos sacó su pequeño bloc de notas, se dirigió hacia el sofá donde estaba sentado el matrimonio joven que vivía en la casa hacía más de un año y les dijo:

—Soy el inspector Aquiles Barrientos y me han encargado que realice las primeras pesquisas sobre este caso. ¿Cómo se llaman?

—Yo me llamo Nataniel y mi mujer Ana Rosa —le contestó con voz seria el joven.

—¿Ustedes conocían a la víctima?

—Sí, se podría decir que era nuestro sirviente.

—¿Se podría decir? —preguntó el inspector.

—A ver por dónde empiezo…

—Por el principio, empiece por el principio que es por donde se suele empezar, porque el final ya lo conocemos.

—Pues bien, hace aproximadamente más de un año recibimos una notificación de un abogado de la ciudad que decía ser el albacea de una persona millonaria y que nos había dejado una gran mansión en herencia. Nosotros, que somos un matrimonio pobre, recibimos la noticia con mucha alegría pero también con incredulidad y no le dimos mayor importancia. Pero el albacea se presentó, una semana después, en nuestro humilde hogar con el testamento. Le dijimos que todo eso nos parecía extraño y que seguro que se debía a alguna equivocación. Sin embargo, él nos confirmó y nos convenció de que no se trataba de ningún error, que todo estaba en regla. Así que, sin pensarlo más, nos dirigimos a la mansión que habíamos heredado. El abogado nos dijo que al llegar nos recibiría un sirviente que llevaba muchos años empleado en la mansión.

—Parece una historia extraña, muy extraña, porque ¿quién deja en herencia una gran estancia a una pareja desconocida?, pero continúe, continúe —Le dijo el inspector.

—Al ver la mansión quedamos impresionados, pero nos encontramos con un problema: el sirviente tenía un carácter muy difícil y era un vago. En más de una ocasión le llamé la atención porque no hacía sus labores y tenía un comportamiento intolerable. Un día me hizo perder los papeles y lo amenacé con despedirlo. Pero se burló de mí y me dijo que yo no podía hacer eso porque él venía con el paquete. Sin pensarlo más, nos dirigimos hacia la ciudad para hablar con el albacea, para corroborar lo que nos había dicho el sirviente. El abogado nos dijo que no podíamos despedirlo porque esa era la única condición que se establecía en el testamento y si lo despedíamos perderíamos lo heredado. Salimos del despacho decepcionados. Antes de volver a casa, decidí pasar por el mercadillo para ver si veíamos alguna oferta interesante. Me detuve en un puesto de libros y estuve hablando un rato con el librero que nos preguntó dónde vivíamos. Le dije dónde y me informó que esa mansión pertenecía al señor Rogelio Piernavieja, que era el hombre más rico de la ciudad, pero que tenía fama de huraño y solitario y que hacía más de un año había desaparecido de la faz de la tierra. No sé muy bien por qué, le pregunté si había alguna fotografía del señor Piernavieja y me dijo que sí. Nos condujo al banco más importante de la ciudad y en una de las paredes del salón principal, había un gran retrato del señor Rogelio Piernavieja que no era otro que nuestro sirviente.

—¡¿El sirviente?! —preguntó con un grito el inspector Aquiles Barrientos.

—Sí, el sirviente, señor, el sirviente. Salimos del banco como alma que lleva el diablo, en dirección a nuestra mansión, para que ese bastardo nos diera una explicación, porque no entendíamos nada. Al entrar nos lo encontramos en el comedor, sentado, vestido con sus mejores galas y comiendo un estupendo pavo asado. Le pregunté por qué nos había engañado haciéndose pasar por un sirviente, sabiendo que era un señor muy rico. Él se burló en nuestras narices, diciéndonos que la vida de rico era muy tediosa y que quería vivir nuevas experiencias y aventuras, pero que el juego ya había acabado.

—¿El juego?

—Sí, como lo oye, para él todo había sido un juego. Entonces siguió riéndose a carcajadas hasta que empezó a toser levemente. Yo no pude contener las lágrimas de rabia y de impotencia. Pero luego la tos se agudizó y comenzó a ponerse rojo como un tomate. Nos percatamos de que no podía respirar; se había atragantado con un trozo de pavo. Los labios se le volvieron morados y gesticulaba suplicando ayuda, con los ojos inyectados en sangre. Al final hundió su rostro en el pavo asado sin un aliento de vida.

—¿Y no hicieron nada por socorrerlo? —preguntó el inspector.

—Lo pensamos, pero no sabíamos cómo ayudarlo —mintió Nataniel.

—¿No conocen la maniobra de Heimlich?

—¿Heimlich? ¿Quién es ese? —preguntó Ana Rosa.

El inspector pensó en explicársela, porque esa técnica había salvado muchas vidas, pero se dijo que ahora no tenía tiempo.

—Entonces, muerto el sirviente, es decir, el señor Piernavieja, ustedes se quedan con la mansión —argumentó el inspector.

—Sí, se cumple con lo que estaba estipulado en el testamento —volvió a intervenir Ana Rosa.

—Su muerte les ha venido como anillo al dedo… —les dijo el inspector pensando que tenían motivo y oportunidad para haber planeado su asesinato.

—Muerto el perro, se acabó la rabia —le contestó Nataniel.

En ese momento hizo acto de presencia el juez de guardia, que entró acompañado por el secretario y dos policías. El inspector siguió con la mirada los pasos del juez y le dijo a la pareja:

—Ahora tengo que dejarlos, he de hablar con el juez. En principio, la cosa parece clara, aunque al ser ustedes herederos directos —hizo una pausa pensando en la posibilidad de un envenenamiento— puede haber alguna complicación. Todo dependerá de los resultados de la autopsia. Ya les llamaré con cualquier novedad que haya sobre el caso.

El inspector se alejó de la pareja y se dirigió hacia el lugar en el que estaba el juez. Nataniel y Ana Rosa se miraron y sonrieron porque sabían que el futuro era prometedor.

A la semana siguiente, el inspector Aquiles Barrientos llamó a la joven pareja para comunicarles que el forense había dictaminado que el señor Piernavieja había muerto a causa de un ahogamiento, debido a que un trozo de carne le había obstruido la traquea.

Nataniel y Ana Rosa hablaron de vender la mansión, de irse a vivir al pueblo de los padres de Nataniel, de comprar una casa con un huerto y el dinero sobrante, invertirlo en una cuenta de alto rendimiento en el banco del señor Rogelio Piernavieja. 

También en:  

http://www.elpatiodeloscangrejos.com/2011/01/malasangre.html

https://factoriadeficciones.wordpress.com/tag/moises-moran-vega/

 https://factoriadeficciones.wordpress.com/2011/01/16/malasangre-malasangre-2/ 


Fuente de la imagen: Canvas


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Presos? No vale, merecían quedarse con la casa por haber sido burlados por el señor Piernavieja, en mi país hay un refrán que dice "Lo que es del cura va para la iglesia" Muy buenas ambas visiones de la historia Moises

Gracias, @eleyda78, ya sabes, los lectores siempre tienen la razón.

Jajajaja, eres sabio Moisés

Gracias por lo de sabios, pero es así, repito, los lectores siempre tienen la razón.

Ambas versiones se complementan, aunque me hubiese gustado que los hubieran puesto presos, jajaaaa.

@joseph1956, ya sabes que el escritor propone y lector dispone. Gracias por leerme. Saludos.

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