El día de todos los vientos (IV)

Parte I

Parte II

Parte III

Parte IV

Podía capturar la luz celeste,
con ella era capaz de respirar,
se desconocía esta propiedad
o alguna comparable
que impulsara a vivir fuera del Mar.
Comenzaba el temor
pues rápido crecía la muchacha
y con ella todo el conocimiento
que en furtivas salidas a la Tierra,
sin perder ni un momento,
paciente se dedicaba a explorar.

Su Padre entonces la quiso casar
pero en el fondo tenía otra intención,
el temor en su pecho
con firme convicción
muy cobardemente le aconsejaba
alejar a la ninfa de su reino.
Eligió a un bravo joven de las Islas,
gente con la que tenía concierto,
mutua retribución y gran respeto
pidieron al entregar al príncipe,
vivir en Tierra era la condición.

Con gran prisa celebraron las bodas.
Pronto se supo lo que ocurriría.
Al punto fueron marido y esposa
quien se entretenía en juegos de fuerza,
la que buscaba sabiduría.
Cansado de aquella marina Reina
quería el joven Rey buscar la bajeza
con calor de tabernas y burdeles.
La reina con saberes ancestrales
viendo motivos crueles
decidió actuar con extrema crudeza.

Por mucho tiempo ideó una Semilla,
conteniendo su esencia,
estando fuera de ella.
Mezcló raíces, varios elementos,
polvos de muchos tipos,
manganeso, oro y hierro.
Luego convocó al fuego,
destiló los residuos
e hizo muchos ruegos.
Obtuvo al fin lo que tanto buscaba
pero ya habían pasado muchos años.

Continuaba bella a pesar del Tiempo
pero no así su grotesco marido
que torpe la humillaba de continuo
divirtiéndose con varias mujeres.
Tenía decidido
que todo acabaría en una noche,
consideró suficiente vileza
la que había vivido.
Esperó que aquel sapo se durmiera,
sin pensarlo dos veces
de un solo gesto cortó la cabeza.

La gente en las Islas quiso cazarla,
huyó con la cabeza del monarca
y el pequeño miembro que mucho amaba.
Ya le preparaban gran sufrimiento
pero nunca pudieron encontrarla,
el trono lo tomó la Otra Familia.
Ella mientras tanto se encontraba lejos,
de estrellas subsistiendo,
debajo de los rayos de la Luna
amamantando aquella cabeza
en que incrustó, sabia, el pequeño miembro.

Fueron muy pocos meses,
ella había envejecido bastante
no le importaba regalar su vida
a la criatura que estaba incubando.
Fue durante el día, con una piedra
que la vieja ninfa abrió la cabeza
que con esmero había estado cuidando.
Un fuerte niño brotó de ella
de furia desmedida,
de poco entendimiento
pero que a su madre bien comprendía.

Esto fue lo único que ella le dijo:
En las Islas arrasarás con todo,
tú encontrarás el modo.
¡De la Otra Familia, hasta el último hijo!

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