Ese día Jaime llega muy asustado a su casa.
-Siéntate ahí, quiero que hablemos.
Con la cara mirando al suelo lo hace.
-La maestra me ha contado que durante estos días estás muy desatento, no juegas con tus amiguitos y muchas veces te pierdes y no llegas hasta que vuelve a comenzar la clase. ¿Qué té está ocurriendo?
-Nada.
-Me ocultas algo y a mamá no sé le hace eso.
-Los niños también tenemos nuestros secretos.
-Si hijo, ¿Pero por qué no confías en mí? Puedo resolverte el problema si lo tienes.
-Si yo me encuentro algo tirado y lo recojo. ¿Puede ser mío?
-Depende, si no tiene dueño puedes tomarlo para ti, pero debes averiguar primero porque si tiene dueño debes devolverlo.
-Me encontré un muñeco.
-¿Y por qué no lo traes?
-Es que es muy raro.
-Explícate.
-Es un muñeco que es igual que yo.

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-No te entiendo, si es igual que tú no es un muñeco.
-Pero no es de carne sino de tela.
La mamá no le entiende nada.
-Tráelo a casa y si no tiene dueño será tuyo.
-Mañana lo haré.
El niño no duerme esa noche, pensando cómo va a hacer para explicar el comportamiento de su amiguito.
Al otro día le dice:
-Tendré que llevarte a casa.
-¡Qué bueno!
-No puedes llegar allá sin nombre, así que desde hoy te llamarás Pepe.
-Cuando digas así. ¿Es que estás hablando conmigo?
-Sí, pero hay un problema, los muñecos de aquí no hacen lo que haces tú, así que mientras estés delante de otro que no sea yo, no puedes hacer nada.
-¿Por qué?
-Porque no sabría explicar cómo es posible que seas igual que yo.
-Está bien.
Ese día Jaime llega muy temprano a su casa.
En una mano lleva el maletín y en la otra al muñeco.
-Mamá, este es Pepe.

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