Su uniforme es un pantalón corto azul marino y una camisa manga corta del mismo color.
Su casa es la mitad de bloque y la otra de madera.
El techo es de zinc.
En realidad todas las casas de la aldea son iguales.
Todas las personas viven de la agricultura y los recursos económicos son muy pobres.
Los niños juegan con cualquier cosa que se parezca a un juguete y el viejo Ramón es quien se encarga por mandato de algunos padres de fabricarles muñecos rellenos de aserrín que se caracterizan por lo feo.
Niños y niñas y hasta adultos juegan durante las tardes.
El juego preferido es el escondido.
Un día deciden jugar muy cerca del bosque para esconderse entre los árboles de este.
Jaime corre a hacerlo lo más profundamente posible y al caminar varios metros se encuentra perdido.
El niño no recuerda el camino pero sabe que puede encontrarlo, sin embargo aprovecha la oportunidad para ver el interior de este.
Con sorpresa y alegría llega hasta el muñeco que duerme bajo un árbol.

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Cuando va a tocarlo este mueve los ojos y el niño asustado se separa unos pasos de él y se echa a llorar.
-No te haré daño.
Por primera vez oye un muñeco hablar, además este es mucho más bonito que los del viejo Ramón.
-Tengo hambre y sed.
-¿Tú comes?
-Sí, igual que tú, soy muy parecido a ti.
-Pero los muñecos del señor Ramón no hacen eso.
-Pero a mí me hicieron en otra parte.
-¿Puedes también jugar conmigo?
-Sí, puedo hacer todo lo que tú haces.
-¿No tienes dueño?
-No, estoy solo, me he perdido, si me das de comer y beber seré tuyo.

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-Pero yo vivo muy lejos para irte a buscar comida y no sé si mamá tenga.
-Tengo muchos días sin comer y si sigo así voy a morir.
-Ya sé lo que haré, aún no me he comido mí merienda, te la iré a buscar.
El pequeño Jaime lleno de asombro y emoción ni se acuerda que está perdido y después de dar vueltas entre el bosque consigue el camino.
Se graba en su mente la más mínima planta, el más mínimo cruce para llegar de nuevo hasta el muñeco.
Los amiguitos ya preocupados se unen para buscarlo.
Cuando le ven venir todos gritan de emoción.
-¡Ahí viene!
-¿Qué te habías hecho? No vale adentrarse tanto en el bosque.
-No voy a seguir jugando.
-Tú perdiste, tienes que contar.
-Otro día, ahora tengo hambre, voy a buscar mi comida.
-Pícaro, no juegas más con nosotros si no cuentas.
-Cuando venga de buscar la comida lo haré.
-Está bien.

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