A orillas del río Nurucual, donde éste se encuentra con la playa, viven dos pequeñas y encantadoras hermanas llamadas María y Sofía.

    Todos los días salen a jugar a un pequeño bosque cercano al lugar donde viven y a donde van a recoger flores silvestres. Siempre alegres parece que disfrutan de esos paseos. También les complace leer cuentos de hadas mágicas.

    Cierto día, estaban tan distraídas que se adentraron demasiado en la zona boscosa y se perdieron. Atemorizadas, a medida que avanzaban veían toda clase de monstruos y fantasmas; sin darse cuenta que sólo eran las ramas de los árboles.

    De pronto, después de caminar por mucho tiempo y agotadas por el cansancio se deslumbraron por unas lucecitas resplandecientes que titilaban entre el verde follaje. ¡Eran pequeñas luces de colores que parecían maravillosas luciérnagas!

    Las niñas muy juntitas, sin separarse una de la otra, decidieron acercarse a curiosear. ¡Y adivinen qué encontraron!. Eran hadas mágicas del bosque.

    Sofía y María, al recuperarse de la impresión, invitaron a las hadas a salir del escondite; sin embargo no fue tan fácil convencerlas y salieron cuando se sintieron confiadas.

    Una de las hadas, de nombre Perlita, se hizo muy amiga de las hermanitas. Ella era una pequeña hada alegre, sociable y muy divertida. Se veía tan linda y graciosa con sus alas transparentes y brillantes.

    Conversaron entretenidas por un largo rato. Las inquietas niñas la bombardearon con un montón de preguntas.

—Oye Perlita ¿en verdad eres mágica? —preguntó ansiosa, María la mayor de las hermanas.

—Pues, claro amiguita —respondió complacida el hada—; ustedes también son seres mágicos.

—Peeero, cómo —indagó Sofía.

—Bueno, todos los niños son mágicos y por eso pueden vernos —afirmó Perlita y prosiguió diciendo—, y sólo los adultos que conservan su imaginación y sacan a flote el niño que llevan por dentro.

—Aaaaah, bien —dijeron a coro las niñas.

    Así, entre juegos y risas transcurrió el tiempo hasta que llegó Sofía y despertó a María que se había quedado profundamente dormida en la hamaca de la abuela.

    Y como decía mi abuelita, colorín colorado este cuento ha terminado.

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Hasta una próxima entrega