Toledo y el Diablo, siempre han mantenido, a pesar de la catedral –posiblemente, la más rica de las catedrales españolas y una auténtica fuente de exorcismos- las iglesias, mezquitas y sinagogas, una relación bastante más que bien avenida.

Del Diablo nos contaba nuestro excelso creador del Capitán Alatriste, Arturo Pérez Reverte –con quien el placer de coincidir no hace mucho, en un magnífico restaurante de la Cava Baja de Madrid, que lleva precisamente por título el nombre del citado capitán- que había escrito un libro, cuyas láminas, distribuidas en tres ejemplares únicos, contenían el secreto de la inmortalidad, sin necesidad de retortas ni complicadas fórmulas alquímicas.

Y algo de cierto debe de haber en esta plausible relación entre Toledo y el Diablo, pues no en vano le tienen dedicado dos callejones: el primero lleva su nombre. Y el segundo, como habrán imaginado, se llama del Infierno. Casualidad o causalidad –lo que ustedes prefieran- ambos callejones se localizan en las proximidades de las Casas del Temple, que todavía siguen en pie, en las inmediaciones de la que dicen que fue su iglesia: San Miguel el Alto.

Volviendo con Reverte y de hecho, basada en su novela ‘El Club Dumas’, la película titulada ‘La novena puerta’, nos mostraba unas excelentes imágenes de Toledo y de una librería muy especial, al parecer regentada por dos hermanos que, pueden creerlo, hace un par de años que dejó de existir, pera desconsuelo de bibliófilos y amantes de la Literatura en general, arrollada por el empuje avasallador de las tiendas de souvenirs.

Se encontraba este pequeño oasis de Cultura, junto a la catedral, unos metros por encima de la hornacina encristalada en cuyo interior y apenas visible por la mugre y el polvo que recubre los cristales, una copia de la Virgen Negra, que los toledanos llaman del Tiro mira fijamente calle abajo, hasta el lugar donde se localiza una casa que perteneció a la mujer de Miguel de Cervantes y algunos metros más allá, hacia la ribera del Tajo, precisamente el lugar donde el curioso encontrará, en cualquier época del año, una alegre colonia de ocas.

Sea casualidad o no, mis desplazamientos a Toledo, siempre han coincidido con esas dos caras del dios romano Jano, que reconvertidas en los dos Santos Juanes del Cristianismo –el Bautista y el Evangelista- simbolizan los dos solsticios: el de verano y el de invierno.

En el solsticio de verano de hace algunos años –no tantos, como para haberme olvidado- y coincidiendo con la festividad del Corpus Christi, durante la cual bien se puede decir que en Toledo tiran, literalmente, la casa por la ventana en hermosos adornos, tuve ocasión, también de cruzarme con la Muerte.

No siento ninguna mórbida pasión por ella, créanme, aunque tampoco trato, de ninguna manera, de darla esquinazo, pues soy plenamente consciente de que, tarde o temprano –el intervalo lo dispone Dios y su contrato de Vida- estamos destinados a encontrarnos.

Pero teniendo en cuenta los antecedentes relatados hasta aquí y considerando, además, que Toledo continúa siendo toda una capital internacional del Ocultismo, su presencia se echaba de menos.

¿Han visto ustedes aquélla excelente película de los años treinta, protagonizada por Fredrich March y titulada ‘La muerte de vacaciones’?. Bueno, si su memoria no llega a tanto, quizás les suene el remake moderno, protagonizado por Brad Pitt, titulado ‘¿Conoces a Joe Black?’. Porque a Brad Pitt sí le conocerán: fue el que se casó con Angelina Jolie y dejó a los hombres de medio mundo soñando con los mejores labios de Hollywood.

No sé si en este caso, la Muerte se había concedido a sí misma una tregua y estaba de vacaciones. Lo que sí sé, es que había cambiado la guadaña por un violín –por la forma en que sonaba, dudo mucho que fuera un Stradivarius- y que se dedicaba a sonreír a todos los paseantes que se detenían curiosos frente a ella, dedicándoles la mejor de su sonrisa.

Viendo, eso sí, las cuerdas que mantenían vivos sus mondos y lirondos huesos, no sé por qué, me acordé de Remedios Amaya y aquélla canción, ‘Quién maneja mi barca’, que como viene siendo habitual, no se comió un rosco en Eurovisión.

AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual.

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