Isidora, ese es el nombre del personaje de esta historia, una mujer que nació para no aspirar nunca a nada. “Mata de flojera” fue el nombre con el que la bautizó su abuela, porque cada día se levantaba y se iba a sentar al fondo del patio a ver la nada. Eso creían todos, pero ella podía ver detrás de los objetos, los animales y las cosas: un aura desconocida para los demás obnubilaba sus pensamientos y la encerraba en ese aire místico que le atribuían otros.

Luego de estarse allí largo rato, Isidora se levantaba y ayudaba en los quehaceres del hogar, a su manera, y con su propio tiempo; la parsimonia la acompañaba a lavar la loza de donde se desprendían pequeños duendes y figuras animadas que salían de las flores estampadas en los platos y tazas. Así se entretenía hasta que el grito de la abuela la sacaba de sus cavilaciones. Todos los días era igual.

“Algo hay más allá, que los demás no pueden ver, pero yo sí”, era lo que mentalmente se decía. Así transcurrió su niñez. Su paso por la escuela estuvo cargado de mofas y recriminaciones: Isidora vivía en la luna, solían decir. Reprobó dos años consecutivos, pero al volver a la escuela en el siguiente período, había aprendido a escribir unas historias de héroes, heroínas, seres maravillosos muy detallados, figuras aladas y animales con encantos, que maravillaban a sus compañeros, quienes aceptaban escuchar sus historias en la hora del receso y cada día se sumaba un nuevo oyente.

Isidora empezó a escribir historias, le resultaban fáciles, porque solo reflejaba lo que veía, pero los lectores se asombraban de aquella imaginación, donde podía mostrar seres maravillosos en ambientes irreales que al mismo tiempo resultaban familiares. Un día les contó como de la pequeña colina pintada de verde, que todos conocían, porque estaba en el camino para ir a la escuela; luego del estremecimiento provocado por el estornudo de un gnomo se abrió la tierra y salió un amurallado de concreto gris que simulaba un volcán inactivo. En esos lugares no sabían nada de ese tipo de formación, eso se veía en otros países. Todos escuchaban con mucha atención y ella proseguía.

En esa formación rocosa se la pasaba una mujer que era muy llorona, si reía lloraba, si la veían también, un día fue tanta la tristeza y le produjo tanto llanto, que de cada lágrima caída se fueron formando estalagmitas que no dejaron de crecer hasta que ella murió. La gente, que a todo le pone nombre, había bautizado este sitio como el Portal de la Tristeza, porque todo el que pasaba por ahí lloraba sin saber por qué y cuando se retiraba llevaba los pies fríos.

La cuentacuentos seguía con sus historias de diversas temáticas y los niños cuando se retiraban comentaban entre sí lo que cada uno había sentido. Era realmente impactante irse a dormir con los pies muy fríos solo por escuchar un cuento.

Esta es mi participación para la entrada No. 101 que propone @xpilar para escribir un cuento a partir de la imagen digital que propone. Si deseas saber más de este concurso, aquí están las reglas.

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