Crímenes contados: centro y periferia desde la violencia y el crimen en nuevos autores del relato negro venezolano (Parte 3)

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Estimados amigos. Continúo con la publicación de mis textos críticos.
Este artículo trata un género que me apasiona y me da la oportunidad de dar a conocer algunos escritores regionales que aprecio por su gran talento (pero ellos aparecen al final, así que paciencia).
Pueden encontrar la versión primaria (sin la revisión a que la someto aquí) en la revista Argos Vol. 29 Nº 56. 2012 / pp. 17-39.
Espero que encuentre nuevos lectores.
Quedo agradecida, como siempre.

En medio de esta tradición, tan honrosamente iniciada, se distinguen ejemplos interesantes desde el punto de vista del desarrollo del género. Nos referimos a exploraciones como Colt comando 5.56 (1983), de Marcos Tarre; Cuatro crímenes. Cuatro poderes (1978), de Fermín Mármol León; o Soy un delincuente (1975), de Ramón Antonio Brizuela. Se trata de experimentos narrativos que introducen elementos definidores del género en nuestro país. Así, la novela de Tarre presenta a un muy logrado personaje policía: el inspector Gumersindo Peña, de la DISIP; la novela de Mármol León construye la ficcionalización de cuatro casos criminales reales no resueltos en su momento, ligados a cuatro poderes institucionales, con lo cual afianza el papel del género en la denuncia de la corrupción policial y judicial, y en su vecindad a la no-ficción; por último, un interesante experimento cuyo misterio persiste: se trata del juego de atribuciones ejecutado por la novela de Brizuela, inicialmente presentada como testimonio, posteriormente atribuida al periodista venezolano Gustavo Santander, y cuyo lenguaje argótico (y sus múltiples defectos sintácticos) constituyen eficientes recursos de verosimilitud. Sobre todo los dos últimos, exploran una línea sugerente que conecta directamente con el trabajo periodístico de la crónica roja. Tres ejemplos capaces de testimoniar cómo el relato negro venezolano desarrolla una relectura del género policíaco y configura rasgos esenciales que se inscribirán en su cultivo hasta el presente. En este panorama, una novela como Los platos del diablo (1985), de Eduardo Liendo, marca un hito escritural importante. Esta novela, cuyo acento se carga sobre el drama existencial del escritor mediocre que mata al escritor exitoso por envidia, se apropia de elementos estructurales y temáticos del policial y los actualiza con tonos líricos sobriamente trabajados. En años posteriores nuestra narrativa negra aborda otros proyectos novelísticos, como es el caso de Luis Felipe Castillo con Luna roja (1994) y José Roberto Duque con No escuches su canción de trueno (2000). Ambos escritores comparten además la particularidad de asumir la investigación del mundo criminal no sólo desde la narrativa, sino también desde otras perspectivas. Desde la crítica literaria, el primero, y desde el reportaje, el segundo. Vale hacer mención especial del libro de cuentos Salsa y control (1996), de Duque, como ejemplo de una escritura que sondea con dureza descarnada y lírica impecable el escabroso mundo del alma hamponil, de los predios de los barrios de bajo fondo y de la corrupción judicial. Otras contribuciones que trabajan para esta consolidación son, por ejemplo, autores como Nelson González Leal, José Luis Palacios, Óscar Marcano o Roberto Echeto. Además, debe apuntarse la creación, en el 2004, de la colección Alfa 7, de la editorial Alfadil, en la cual publicarían autores como Marcos Tarre, José Pulido, Ana Teresa Torres, Alexis Rosas, Luis Medina, entre otros. En consonancia con el espíritu renovador latinoamericano, durante las últimas dos décadas, no dejará de expresarse desde una relectura más independiente de las claves del policial clásico, deslizando su práctica frecuentemente hacia el relato de lo propiamente criminal.

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_{Fuente de la imagen de fondo}

Parte 1

Parte 2

Gracias por la compañía. Bienvenidos siempre.

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