Los candados (Cuentonimio)

Es sábado y la calle está solitaria, los acostumbrados compañeros del sector se han ido a una discoteca y las casas están casi todas vacías.
Como acostumbran en muchas ocasiones los dos amigos se sientan a conversar sobre diferentes temas y así pasan lentamente los minutos, hasta que en un chispazo de ingenio Cheché le dice a Cheo.
-Tengo una idea, revisemos los portones de las casas a ver cuántas tienen candado.
Así lo hacen y se percatan que el 80% de ellas, además de tener lo buscado, lo tienen sin cerrar.
-Creo que llegó la hora de divertirnos –dice Cheché con una sonrisa.
-¿Qué estás planeando?
-Vamos a cerrar todo los candados solo que en lugar de hacerlo en el portón de sus casas los cambiamos para otra.
De esa manera como dos fantasmas, los amigos inician la labor que se han encomendado.
Es casi medianoche y la carretera está claroscura.
En total son veinte las residencias que sufren los embates de la broma.
-Ahora nos escondemos a esperar que lleguen.
Se suben en un árbol frondoso que está en una esquina y le permite ver a ambos lados todas las casas donde han realizado su fechoría.
-Acá tendremos que amanecer porque más de uno se pondrá furioso.
-Eso es culpa de ellos por vivir tan confiados.
Y así es, a medida que van llegando los residentes se va armando el alboroto ante la impotencia de no poder entrar a sus residencias.
La madrugada se llena de maldiciones e insultos, hasta que uno de ellos logra darse cuenta que su candado está en otra casa.
Por minutos, como un rio que va y viene, todos van recuperando la libertad de entrar a sus residencias mientras los dos amigos ríen hasta casi reventar.

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