La joven de la sangre de oro (IV)

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  El eclipse estaba en su punto álgido. Cristina, quien observaba sin protección alguna al gran astro rey esconderse detrás de la luna, notó que algo salía de las sombras. Algo alado, de grandes fauces y de un color tan oscuro como el mismo cielo nocturno... Algo que se dirige hacia ella. 

Se levantó abruptamente, respirando con dificultad. Sentándose en la orilla, la joven observó la luna. A juzgar por su posición, calculó que serían las dos de la mañana. Una mala hora para despertar y perder de inmediato el sueño al recrear una y otra vez en su mente esas secuencias cada vez más repetitivas y extrañas. Desconocía mucho a qué se debía esas secuencias, pero estaba segura de que aquella bestia le era familiar.

"¿Qué significará ese sueño?", pensó mientras se acomodaba en la cama y se tapaba con la sábana antes de cerrar los ojos. 

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Thor se escondió detrás del enorme árbol que se ubicaba en el patio adyacente, sin quitar la mirada a la enorme bestia alada que se apostaba en uno de los muros de la casa.

La había visto sobrevolar el área muchas veces en los tres días que llevaba en Mérida; estaba seguro que estaba buscando el alma de alguien que decidió ir, como siempre, por la vía fácil para obtener dinero, poder y fama.  Sin embargo, había algo que le intrigaba: La casa a donde la bestia había llegado era territorio ged. 

No era que los Ged fueran grandes aliados de los ángeles celestiales, pero era sabido que eran enemigos jurados de los Hijos de Cronos y de los dragones a pesar de su distanciamiento con Jápeto. Desconocía qué hacía un dragón ahí, pero estaba seguro de que el ged que residía ahí se encargaría personalmente de eliminarle sin su ayuda en caso de un enfrentamiento, aunque pensó que lo mejor era quedarse ahí. No vaya a ser que algún ged decidiera traicionar a su propia raza por algo que lo dejase insatisfecho.

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"Me lo figuraba: Ella es una nephilim. Este lugar tiene una fuerte presencia ged", pensó Ivar mientras inspeccionaba con la mirada el pequeño patio. 

Para él, toparse con un ged podría ser buena y mala suerte a la vez. Buena suerte porque podría pedirles ayuda para liberar a su padre; mala suerte porque sabía que eran enemigos jurados de su especie por la Gran Traición de Caronte El Negro, su hermano mayor. Si lo veían, podría considerarse muerto, mas eso no lo detendría en su intento por advertirles de que los generales de Cronos estaban buscando la forma de hacerse con las legendarias Tres Sangres.

No estaba seguro de las intenciones reales de Aesir al mantener cautiva a Cristina en París, pero sospechaba que tenían que ver con la leyenda que su padre le había contado cuando había llegado a la mayoría de edad. Tres hermanos, tres sangres. Oro, plata y hierro mezclados para crear la llave de la prisión de Cronos, recordó mientras desplegaba sus alas para levantar vuelo.  Hijos del hijo olvidado, hijos de las tres razas son los hermanos...

-¡Espera! -escuchó al momento de partir.

Se volvió hacia el punto de origen. 

Ahí estaba ella, de pie, a pocos metros de él.

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